sábado, diciembre 11, 2004

Felipa

Tiene el brazo dormido y le duele la cabeza. Le zumban los oídos a ratos y los pies le sangran. Ha estado caminando durante toda la noche de anoche y todo este día, creía que estaba haciendo el camino correcto, pero a lo mejor se confundió al pie del cerro cuando tomó el extravío. Ahora deberá reponer las fuerzas para seguir caminando, quiere salir de allí, llegar a la costa pronto, antes de que Lorenzo la alcance.

Ayer, cuando lo vio salir para el pueblo, tuvo un mal presentimiento. Porque detrás de Lorenzo pasó su sobrino Pascual, y ése le tiene envidia y es capaz de hacerle daño. Además, dicen que es brujo. Segurito él se lo llevó a la cantina a chupar y por eso su marido regresó dando de gritos y patadas, por eso la tomó del pelo y descargó su ira -no es una ira en contra suya, sino la de siempre, en contra del mundo- sobre su cabeza cuando le pegó con aquel leño. Por eso debe ser que le zumban los oídos...

En la ciudad, sus hijas se enteraron que Felipa se fue. Otra vez, como hace diez años cuando salió huyendo para la costa, poniéndose a salvo de Lorenzo. Pero en esta ocasión todas corrieron al campo, a "su" monte, para buscar a su mamá, para defenderla otra vez, como cuando eran niñas y sus cuerpecitos detuvieron muchas veces las trompadas dirigidas a Felipa. Ahora van decididas a meterlo preso, si es necesario...

Mientras la temperatura desciende porque el sol se va, Felipa enrosca las piernas debajo del corte, su falda de años con colores que una vez fueron vivos y que ahora están pálidos y grisáceos por el sol, por el humo, por la tierra... Le duelen los pies, le zumban los oídos y la cabeza se pone cada vez más caliente. Tiene ganas de dormir, allí, sin preocuparse más de escapar de Lorenzo.

En su rancho, las hijas se vuelven locas de angustia y lloran a siete voces. Los niños de la familia lloran por imitación, porque no saben lo que pasa. Lorenzo, después de la borrachera, dijo no recordar nada, pero bien recuerda la fuerza de su brazo al empuñar el leño y estrellarlo sobre la cabeza de su mujer, que gritaba por auxilio. No sabe porqué lo hace, ¡no lo sabe! Si siempre la ha querido y ella a él, ¿por qué se ensaña con su pequeña figura?

Cae la inmensa noche -la del monte- llena de estrellas y viento frío. Felipa no siente más los pies y el brazo dejó de sangrar y casi no lo siente. Quiere gritar, pero las fuerzas le faltan... sólo puede mencionar sus nombres, como en un rezo, despacito y desde el alma. Los nombres de sus hijas, los nombres de sus nietos... y Lorenzo.

martes, diciembre 07, 2004

El tren del cambio

Hace más de 30 años tuve el primer contacto con el sindicalismo. Trabajaba yo en un banco inglés que no se caracterizaba por ser consciente, responsable o considerado con sus empleados. Todo lo contrario, la historia laboral del lugar era triste y estaba llena de anécdotas que provocaban llorar... o luchar por eliminar esas circunstancias.

Habiendo sido contactada por un compañero de trabajo para afiliarme, pedí información a mi padre quien, habiendo sido un militante de la revolución de 1944 en mi país, me espetó: "Tu responsabilidad es apoyar al sindicato, porque son ellos (los dirigentes) los que dan la cara para que los demás tengan mejores condiciones en el trabajo". Fue así como me inscribí en sus filas, acción que me daría miles de experiencias y conocimientos como jamás imaginé llegar a tener.

Me inicié, entonces, en la capacitación que necesitaba para poder conocer el terreno que pisaba y durante 10 años me mantuve actualizada en los temas relacionados con negociación colectiva, análisis de problemas, atención de conflictos y muchos otros que sería muy largo enumerar acá. Vivimos esa etapa durante la larga dictadura militar que manejó el gobierno de Guatemala durante más de 30 años y aunque no debo lamentar daños directos en mi persona o en algún miembro de mi familia, sí recibí en tres ocasiones mensajes "atentos" para que abandonara el país, cosa que hice después de experimentar la pérdida de doce compañeros del sindicalismo de la banca guatemalteca y de cientos de amigos y conocidos.

Sin embargo, durante los años que trabajé en la banca y que pude participar en las actividades sindicales primero como miembro de base y los últimos cuatro años en la dirigencia, nuestra consigna fue buscar -y luchar, cuando fue preciso- por el beneficio de los trabajadores y sus familias. Y esto representó el desarrollo económico y también el intelectual, físico y familiar de los afiliados. Muchos años después, habiendo vuelto a mi país, cuando la democracia había sido instaurada nuevamente, y trabajando en otros lugares, tuve contacto con dirigentes de sindicatos de otros gremios -algunos muy diferentes del que yo conocí- y pude reconocer un comportamiento interesante: a más alta e importante posición dentro de sus organizaciones, más alienación había en estos dirigentes. Nunca pude entender porqué, si cuando se inicia en la emocionante aventura del sindicalismo -porque lo es, bien llevado- y se vive con pasión el anhelo de mejora integral para todos los afiliados, porqué, repito, la distancia de las bases en el organigrama también lo es de la realidad que viven los agremiados.

¿Por qué algunos dirigentes piensan que militar en el sindicalismo es sinónimo de vivir mal? ¿O que deben mantenerse a estas alturas de la vida, con todos los cambios que el mundo ha vivido, las mismas consignas de hace 30 años? ¿No se dan cuenta que todos tenemos derecho a un mejor nivel de vida al que no se accesará manteniendo posturas inflexibles o repitiendo consignas de la era de la guerra fría?

Por supuesto, eso no significa cambiar los principios, pero sí modernizar los estilos y tendencias y tratar de comprender que vivimos en un mundo muy diferente al que nos recibió cuando nacimos.

El mundo cambia. Día a día. Y si no te subís al tren del cambio... te quedás atrás.