domingo, octubre 23, 2005


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DE LOS PRECLAROS

En este lado del mundo en el que la influencia es directa del norte-norte -ya ustedes saben- lo que se lee, mira y escucha no siempre es lo mejor del mundo.

Debo reconocer que este asunto de Internet ha ampliado nuestro horizonte y nos ha permitido el acceso al inmenso mundo allá afuera de nuestra franjita de tierra, en la que somos casi contorsionados entre el norte que pareciera moverse para el oeste y el sur hacia el este, retorciendo y halando nuestra banda y con ella nuestras costumbres y tradiciones, nuestros pensamientos, prioridades, creencias y falencias.

Ese norte hala tanto, tanto, que ese poder de tracción se ha llevado -y seguirá llevando- cientos de miles de hombres y mujeres de pieles y cabellos oscuros, con ojos rasgados y profundamente negros, que han ido buscando un estilo de vida que no es el suyo, tal vez pensando recuperar lo que acá se perdió, hace 500 años, cuando eran amos y señores de este país verde esmeralda. Y, decía, con la fortísima influencia que tenemos -tallada en los huesos y grabada en los sueños- lo que aprendimos vino preconcebido y destinado a nuestras mentes, monitoreado y dirigido para que siguiéramos enfrascados en nuestra pequeña provincia, sin conocer todo el maravilloso universo de pensamientos que crecen como la hierba allá afuera.

Pero lo que ha de ser, será. Y llegó Internet para abrir brecha y formar redes de pensamientos y sentimientos; haciendo colmenas de intereses, grupos de discusión en los que todos podemos ir y venir sin dramas, aprendiendo y enseñando desde nuestro más íntimo rincón, aquel lugar en el que nos sentimos a gusto con nosotros mismos y nuestros visitantes virtuales.

Así, le damos cabida en nuestras pupilas a los pensamientos nuevos o viejos conocidos, seguimos la huella de las reflexiones de algunos seres especiales que antes de la virtualidad ya eran, ya tenían el poder de transmitir sus ideas claras y valientes, razonadas y pragmáticas, aquellas que dan luz en el camino de tinieblas del pensamiento joven, del que aún no se abre a las posibilidades diferentes a las que le acompañan desde su nacimiento. Fueron esas mentes las que también se hicieron fácil espacio en la red, ampliando la cobertura de influencia -esta vez, aceptada y no impuesta- en nosotros.

De esta manera tenemos la oportunidad de aprender, de comprender, de convivir con seres lejanos, otrora extraños, pero que se convierten en compañeros del desayuno diario, mientras se les lee entre sorbo y sorbo de café. Mientras, su verdad nos toca, nos enfrenta, nos abre los ojos. A veces, probablemente, no estaremos de acuerdo con ella, pero es fabuloso poder compartirla y rebatirla mientras devoramos las líneas negras que nos dejan más, mientras se van haciendo menos.

Eduardo Haro Tecglen ha sido una de esas figuras importantes. Claro, conciso, preciso. Para muchos, quizás, irreverente y grotesco; para muchos otros fue el balde de agua fría que se llevó muchas telarañas que mantenían atadas sus creencias y cerradas las ventanas de su mente a la luz de la verdad.

¡Qué pena que se haya ido! Sin embargo, seguirá siempre vigente porque el ser humano también lo será; siempre tendremos las mismas dudas que podremos aclarar, en parte, con las respuestas de Haro Tecglen. Gracias a él y a su valentía.

lunes, octubre 17, 2005


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Stan

Los daños causados por los embates de la naturaleza duelen. Y duelen más cuando suceden en nuestra propia tierra, cuando afectan a nuestra gente y vivimos la crisis con todos los sentidos. Una fuerza demoledora llegó en los primeros días de octubre a nuestras costas en el Pacífico, con el nombre de Stan. Este huracán fue adentrándose por el sur occidente del país en su paso hacia territorio mexicano, en donde ocasionó daños. También fue afectado El Salvador. Su fuerza fue mayor que la de Mitch en 1998.

Las lluvias provocaron que los ríos del país crecieran y se salieran de cauce, causando inundaciones dramáticas; este fenómeno al que estamos acostumbrados y se repite año con año en algunos lugares de la costa sur, ahora se multiplicó y apareció en todo el territorio azotado. Las montañas se desmoronaron, causando aludes y deslaves que cayeron sobre poblaciones enteras, habiendo dejado enterradas a comunidades enteras con 3 ó 4 metros de lodo y escombros sobre ellas.

La fuerza brutal del agua arrancó algunos puentes de sus bases, así como trozos de carretera; cientos de derrumbes sobre las vías de acceso de cualquier importancia limitaron el paso, y el rescate y ayuda de los damnificados se dificultó y retrasó ostensiblemente debido a que no se tenía acceso a las áreas de riesgo por carretera y los aviones pequeños y los helicópteros tampoco podían volar por el peligroso techo de nubes.

Paso a paso ha ido llegando la ayuda a cada comunidad, para encontrar dolor y muerte en muchas de ellas o en otras el desconsuelo por la pérdida de bienes materiales, por las cosechas arrasadas y por la desesperación de tener el agua lodosa hasta la cintura, aunque no se lamente pérdida de vidas humanas.

Seguir hablando del dolor, de las muchísimas imágenes que han circulado por la red o han aparecido en los reportajes de la televisión, sería redundante y morboso. Prefiero comentar acerca de algunas personas especiales, de seres humanos que por fuera y desde lejos se ven comunes y corrientes pero si se los analiza y observa detenidamente se ven diferentes. Son los héroes anónimos. Aquellas personas que al aparecimiento de la necesidad, de la emergencia, del dolor de su prójimo, accionan sin pensarlo dos veces y arriesgan su propia vida en la entrega a su trabajo.

Así, un único bombero voluntario en una comunidad, un hombre de más de 35 años que, a pesar de su poca instrucción ha pasado años de su vida entregado a la tarea de enseñar a sus coterráneos primeros auxilios; esa preocupación multiplicó entonces las posibilidades de salvamento en esta circunstancia que golpeó su aldea. Andrés* llora de angustia y pena cuando recuerda que no pudo sacar a tiempo a una niña que divisó en la penumbra de una casa arrasada, quien desapareció ante sus ojos a pesar de su tremendo esfuerzo por rescatarla. Durante más de cuatro días, casi sin dormir, estuvo trabajando en el rescate de damnificados y los pobladores de su aldea ahora lo llaman "nuestro héroe Andrés".

De la misma manera, don Mario*, el único carpintero de una comunidad, pasó toda la noche en un taller instalado emergentemente y fabricó 35 ataúdes que donó a los deudos de los fallecidos. Salió al día siguiente para ayudar al rescate de sus vecinos.

Sería muy largo enumerar los cientos de personas que abandonaron sus actividades normales para trasladarse a los cientos de centros de acopio que aparecieron en la capital de Guatemala, sobre todo, desde donde fueron distribuidos a los lugares afectados cargamentos de agua pura embotellada, ropa, comida, leche, biberones, frazadas, medicinas... El espíritu de solidaridad se hizo evidente y se unieron esfuerzos con la ayuda internacional que llegó a nuestros aeropuertos desde la lejana Europa, nuestra América toda y el Caribe. Efectivo para la reconstrucción de puentes, carreteras, escuelas y hospitales; y para ayudar a los afectados en la reconstrucción de sus hogares y a enfrentar la pérdida de las cosechas. También llegó valiosa ayuda médica, ropa, comida, perros entrenados en la búsqueda de sobrevivientes, medicamentos, ingenieros, tractores, gasolina.

La crisis apenas empieza a sentirse. Segun los datos oficiales, las lluvias han causado al menos 656 muertos, 841 desaparecidos, 381 heridos, 240.105 damnificados, 1.500,000 afectados directamente, 2 millones afectados indirectamente, 140,266 personas atendidas en albergues. Se cuentan 771 comunidades afectadas, más de 24 mil viviendas afectadas, más de 8 mil destruidas. Los puentes daños fueron 155, los destruidos 32 y las carreteras dañadas 130. Pero todos sabemos que las cifras nunca revelan la realidad. Y nuevamente nuestro pueblo, el más pobre y limitado, ha sido el que más sufrió pérdidas y dolor.

Creo que ésta debiera ser la oportunidad para empezar a trabajar en programas de fondo que vayan modificando la realidad de mi país. Este gobierno tiene la oportunidad (lamentablemente provocada por este terrible huracán) para cambiar la historia. Y nosotros, los guatemaltecos, para hacer de nuestra solidaridad momentánea, una manera de vida.

*Nombres ficticios

lunes, octubre 10, 2005


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VAL

Los recuerdos más felices de mi infancia están ligados a mi tío Paco y sus tres hijos, mis primos hermanos: Pancho, Tono y Pepe, hijos del único hermano de mi madre. Ellos fueron los hermanos varones que no tuvimos nosotras -mis tres hermanas y yo- y con quienes nos veíamos dos veces al año: para las vacaciones de Semana Santa y para las vacaciones de fin de año escolar, de octubre a enero. Entonces nosotras viajábamos hasta la costa sur, casi frontera con México, a la finca de mi abuelo, Dalmacia, en donde ellos vivían.

Todo cambiaba entonces para mí: el asma que padecí de los dos a los doce años desaparecía como por encanto, me sentía libre como un gato montés y amada y apreciada por mi querido tío, quien siempre procuraba darnos momentos felices, llenos de sana distracción.

Entre las variantes de esa distracción estaba un enorme cajón de madera, de más o menos un metro de altura, que a cada visita corríamos a revisar mi hermana Sandra y yo. Levantábamos la tapa y allí adentro estaba el tesoro, muy bien guardado por Pancho y Tono (que tienen más o menos la misma edad que nosotras dos, otra razón para llevarnos muy bien): eran todos los "chistes"* que nuestra imaginación podía ver materializados y guardados en el mismo lugar, esperando por nosotras. Mi tío se los compraba a los niños y ellos, conociendo nuestro gusto por leerlos, se preocupaban de tratarlos con cuidado para que, a nuestra llegada, pudiéramos disfrutarlos.

Teniendo unos nueve años, mis favoritos eran La Pequeña Lulú, Anita y Toby aunque debo reconocer que me gustaban mucho las brujitas que aparecían siempre en una historia secundaria de cada entrega. Cuando tenía unos 11 años, me incliné por Archie: no podía comprender cómo Verónica prefería a Carlos, siendo que el pelirrojo Archie era el protagonista de la historia; Torombolo me sacaba de quicio y aquel grandote come-hamburguesas me daba pena.

Ya de regreso a la ciudad, buscaba en las ediciones de nuestros diarios las tiras cómicas que publicaban siempre: Olafo, El Fantasma, Mandrake el Mago, Rip Kirby y El Príncipe Valiente. En la edición dominical, en un fascículo extra, venía cada historieta ¡en una página entera!, que le tomábamos prestado al diario antes de que papá lo tomara para leerlo. Muy secretamente fui interesándome más y más en Val, El Príncipe Valiente, y en su desarrollo; tal vez fuera porque, de alguna manera, identificaba su crecimiento, la búsqueda del amor, de la madurez en sus acciones y en la concretación de su vida de adulto, con la misma búsqueda que yo iniciaba camino de la adolescencia y juventud. Las imágenes detalladas, con los personajes dibujados casi como fotografías me parecían preciosas y la historia que empecé siguiendo por simple disfrute, llegó a ser la interrogante semanal más fielmente guardada en mi mente preadolescente. Me parecía una historia absolutamente creíble y digna de admiración y respeto.

Los recuerdos de la niñez, decía, los más gratos, están atados a los "chistes"* de nuestros primos, que con el tiempo fueron cambiando por revistas y libros, haciéndose cada vez más escasos. Llegó un momento en el que no vi más ninguno de ellos, aunque sus enseñanzas perdurarán para siempre en mi memoria.

*Nombre con el que se llama a los comics en Guatemala.