domingo, junio 19, 2005


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COBARDÍA

Cobardía

Más de cincuenta años con la carga. Esa dolorosa y pesada, fétida y filosa, que se estrella día a día en su rostro, que rasga su entraña y el núcleo mismo de su alma.

Y por ese mismo y negro sentimiento, se ha hecho fuerte. Con los pies bien puestos sobre la tierra, con la cara adusta y la mirada fija, penetrante y valiente. Ha recubierto suspiros con gritos, el mínimo asomo de tristeza con rabia penetrante, la melancolía con el razonamiento.

Hasta acá, habiéndoselo preguntado, imaginado y soñado mil veces, no ha logrado encontrar la razón. Y como están las cosas, ya no importa encontrarla. Porque el afán de hacer que la vida marche bien, de mantener la cordura y la alegría en ella han sido infructuosos. Siempre ha chocado con su hipocresía, su mentira y su avaricia. Una avaricia nueva y terrible, porque no es sólo la del dinero y el poder, sino también la de la tranquilidad y la armonía. Ella le ha robado todo: su libertad, su paz interior y la alegría de haber sido como siempre quiso ser y fue, pero no lo es más.

Día a día recibe la bofetada del odio y el desprecio a su origen, disfrazados de recuerdos dolorosos.

Cuando por las noches cierra los ojos al posar la cabeza en la almohada, abandona todo el daño en la puerta del sueño y se entrega al descanso, deseando no volver nunca más -no mientras exista ella- no mientras sus ojos la vean con rencor y odio contenidos, disfrazados de disciplina y orden.

Y por las mañanas, al levantarse y ver su rostro gris en el espejo, se pregunta porqué no tiene el valor de largarse al fin del mundo, a vivir como quiere, como sabe que será feliz: lejos de todo y de todos, olvidando y haciéndose olvidar, llevando nada más el rostro dulce y transparente de su ángel de la guarda.

Alguna noche llevará consigo el odio y el rencor hacia el descanso, para levantarse con el valor de irse para siempre.

sábado, junio 18, 2005


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ANTES Y DESPUÉS

Alguna vez leí que, ante la inminencia del ataque virulento de una gripe, lo mejor era prepararse para dejarse abatir por ella pero consintiéndonos y cuidándonos a nosotros mismos durante el tiempo que durara el proceso. Y eso fue exactamente lo que me decidí a hacer cuando el jueves de la semana anterior, se me hicieron presentes los primeros síntomas. Un leve dolor de cabeza que fue incrementándose acompañado de dolor de espalda, articulaciones y fiebre, me convenció de que no era un resfrío lo que estaba por padecer. Así que tomé 1 gramo de acetaminofén y me fui a dormir, con la esperanza de amanecer mucho mejor.

Al final del día y de la semana laboral, el viernes de noche siempre pinta bien. No esta vez. Para mí, ver llegar las manecillas del reloj a las 6:00 de la tarde me hicieron buscar la salida ávidamente, para llegar a casa a cenar algo frugal y alcanzar la cama para abandonarme a la invasión... A las 8:00 de la noche tenía fiebre, temblaba de frío, me dolía hasta el pelo y quería descansar. Antes de hacerlo, tomé otro gramo de acetaminofén con dos vasos de agua y, cubierta casi hasta la coronilla, traté de dormir. Este proceso se repitió no recuerdo cuántas veces durante el fin de semana, con espacios de lucidez y apetito lo suficientemente largos para poder tomar una ducha o comer algo liviano antes de volver a la cama, aunque no siempre a dormir: pude terminar de leer La Batalla de Trafalgar de Pérez-Reverte, trabajé un poco en el semanario, vi otra vez Thelma y Louise con mi hija y disfruté muchísimo -por enésima vez- de Los Puentes de Madison.

Para el domingo de noche, los síntomas habían cedido en intensidad y había aparecido un par nuevo: la congestión y secresión nasal. A pesar de mi vegetarianismo y ya en el límite de la desesperación, rogué por un caldo de pollo que devoré más con intenciones curativas que gustativas y que hizo alguna diferencia en mi estado gripal... cosa que conseguí, además, engullendo el consabido gramo de acetaminofén cada cuatro horas.

Para el martes, decidí a salir a trabajar y estuve durante la mañana en la oficina atendiendo los asuntos pendientes. Pero para el medio día volvió la fiebre con los dolores de cabeza y extremidades, haciéndome volver a casa y buscar nuevamente la cama, en donde repetí la aventura de la enorme siesta vespertina, de la que desperté mucho mejor y con deseos de una deliciosa taza de té Earl Grey que bebí gustosa, sobre todo porque mis sentidos del olfato y el gusto habían resucitado.

Probablemente piensen que exagero, pero les prometo que es verdad: un estado de gripe tan virulento como éste no lo había experimentado desde hace, quizás, 15 años. Los resfríos y catarros comunes son otra cosa, que se presentan anualmente con sus molestias de dos o tres días y que soporto sin mayores consecuencias. Y es que esta vez se trata de una epidemia que está afectando a muchos habitantes de mi país, pues estamos en nuestra temporada lluviosa y ésta siempre viene acompañada de problemas de salud que afectan el sistema respiratorio o el digestivo. Dicen que ahora se trata de "la gripe africana". Y yo pienso que nuevamente estamos culpando a los pobres africanos de nuestros más grandes males de salud...

¡En fin! Que de ésta no me muero. Pero seguramente quedará grabada en mi memoria como una marca: antes y después de padecer la gripe africana. No se la deseo ni a mi peor enemigo... ¿o sí?

Encontré una página muy interesante con información acerca de la gripe, diferencias con el resfrío común, la vacuna y las preguntas frecuentes acerca del tema.
http://www.infogripe.com/infogripe/home.htm

sábado, junio 11, 2005


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Un David chapín

Esta semana, los noticieros del mundo -sobre todo de temas informáticos- tuvieron en sus encabezados esta noticia, más o menos: "Microsoft robó idea a programador guatemalteco".

Carlos Armando Amado, un programador guatemalteco, patentó en 1990 una idea que permitía enlazar los programas Excel y Access utilizados por Microsoft, a quien intentó vender su idea en 1992; en esa oportunidad, la transnacional no demostró interés (aunque ciertamente, sí le interesó) pero luego incorporó el software, sin autorización de Amado, a varias versiones de Access. El juez sentenció a Microsoft a pagar a Carlos Armando Amado una indemnización de 8,9 millones de dólares por haber usado ilícitamente su programa.

La indemnización de 9 millones de dólares corresponde a un cálculo porcentual de las ganancias percibidas por Microsoft con el software en cuestión, escribe Associated Press. El dictamen establece que Microsoft no infringió la patente inscrita por Amado mientras asistía a la Universidad de Stanford, aduciendo que no fue deliberada su copia (?).

Me pregunto: si esta situación se hubiera dado en algunos países de Latinoamérica... ¿el resultado habría sido el mismo? Me temo que no. Es más, tratándose de un monstruo del tamaño de Microsoft muy probablemente ni siquiera habría llegado a prosperar la demanda. Y es que el poder -en nuestros países, con frecuencia- corrompe, compra voluntades y anula juicios claros.

Son ventajas de los países desarrollados o del primer mundo, que tienen desligados los poderes o, por lo menos, en la mayoría de los casos sucede así. De esta manera, un pequeño David chapín le pegó una pedradita al Goliat de la informática, haciéndole un pequeño abollón de 8,9 millones de dólares que para Bill Gates no significará mucho en materia económica, pero mucho para Amado. Lo que sí es verdad, es que cada vez es más evidente la suciedad y ética inexistente en que este hombre ha "trabajado", ahora que salen a luz sus "travesuras".

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¿Insuperable?

Me fascina pensar de qué manera una misma circunstancia, una misma persona, un mismo instante, afectan de distinta manera a cada persona, tocando su mente y emotividad y enriqueciendo su vida de forma diferente.

Ya ven ustedes, Clint Eatswood es héroe de multitudes. Fue y sigue siendo la imagen a emular en las fantasías de muchos hombres cuando desenfunda su revólver en cualquiera de los roles que ha desarrollado a través de su carrera. Impactó nuestras jóvenes mentes cuando llegó a las pantallas en filmes como Por unos Dólares Más, La Muerte tenía un Precio y Lo Bueno, Lo Malo y Lo Feo, en estos western diferentes a lo que habíamos digerido desde niños, en donde todos los buenos eran limpios, prolijos y arios; y los malos eran los feos y sucios. ¡Clint se hizo inolvidable!

Harry el Sucio y sus secuelas hicieron palpable lo que siempre sospechamos: los policías (tal vez no todos) tienen un comportamiento violento, son rebeldes y si nos descuidamos, hacen justicia por su propia mano. Y Harry hace lo que en muchos momentos nosotros quisiéramos hacer... tal como Bocha nos comenta en su editorial de hoy.

Play Misty for Me fue la primera película suya que recuerdo claramente en detalle. Ya en mis veintes, tenía más conciencia de lo que veía y la locura de Jessica Walter en su obsesión por Clint me alarmó. Mis amigos DJ's de ese tiempo en esta ciudad, también tenían fans...

A través de los años y de la pérdida de su cabellera castaña y de la tersura de su piel, Clint aparecía siempre con nuevos regalos para sus seguidor@s. Sin embargo, el cambio de género, de estilo, de espacio que de verdad me impresionó fue en Los Puentes de Madison, con otra de mis íconos: Merryl Strep. Cuando vi en cartelera que estos dos gigantes compartían créditos, no lo dudé y fui a la sala de cine para disfrutar la película. Y no sólo la disfruté, lo sigo haciendo. La hice una de mis favoritas y el sentimiento que ellos plasmaron en sus imágenes y que me conmovieron en la primera oportunidad en que la vi, sigue moviéndome cada vez que vuelvo a verla. Creo que en esta producción Clint pasó de ser un héroe de varones al ideal maduro de mujeres igualmente maduras...

Sé que las interpretaciones de Clint han sido muchas y fabulosas. Y probablemente muchos de ustedes no estén de acuerdo conmigo, pero ¿qué puedo decir para justificar esta debilidad? Me encantó en Cowboys del Espacio. Probablemente porque en ese filme se asume la madurez -tirando a mucha- de los cuatro fantásticos intérpretes: Tommy Lee Jones, Donald Sutherland, James Garner y el mismo Clint.

El último maravilloso regalo lo tuvimos este año con One Million Dollar Baby, que ya está formando parte de nuestra incipiente filmoteca familiar. No recuerdo haberme sentido más conmovida -¡en años!- como ser humano, como madre, como mujer, como con esta joya. Creía que Mystic River ya era su mejor trabajo como director, pero no fue así.

No sé qué más nos tiene reservado Clint, pero estoy segura que lo próximo a ver, experimentar y vivir, será mejor, mucho mejor. Su calidad interpretativa, su profundidad como director y su extraordinaria calidad humana así nos lo promete. Se superará a sí mismo.