domingo, enero 23, 2005

Cambia, todo cambia

Cambio. La palabra nos llega por todos lados y en cualquier circunstancia, y en ocasiones nos hace felices y en otras nos asusta o entristece. Sabemos que tarde o temprano nos alcanzará, quizás obligándonos a dejar nuestro pequeño y cómodo agujero personal para obligarnos a salir al mundo nuevo -el que cambia- y enfrentar las consecuencias de esta constante.

Cambia todo afuera. Y cambiamos nosotros por dentro, aunque a veces el cambio es tan lento que no tomamos conciencia de él, sino hasta que se hace evidente.

El cambio dramático y casi siempre doloroso de la adolescencia, luchando entre la suavidad de la niñez y la rudeza de la adultez, que deja huellas en nuestra alma y mente imposibles de borrar, nunca jamás. Cambios por dentro y por fuera, tan rápidos y continuos, que nos destantearon e hicieron flaquear, para luego hacernos surgir como el cisne después de ser patitos feos emocionales y físicos.

Los cambios de humor, cambios de sentimientos, cambios de gustos e intereses. Cambios de pareja, de trabajo, de residencia, de país... Éste último, tal vez, el más terrible porque en él van implícitos cientos de pequeños cambios en costumbres y gustos, en compañías, en amistades y quereres.

Llegan los hijos y la vida nos cambia. Nos cambia también la manera de verla y enfrentarla, de detectar peligros, de reconocer los riesgos. Cambian nuestros horarios de sueño y vigilia. Si antes hablábamos fuerte y sin conciencia, cambiamos nuestro tono y cuidamos nuestras palabras. Y luego nos hacemos viejos y nuestros objetivos y propósitos también cambian.

Cambian los tiempos. Cambia el mundo. Lo que era permitido, ahora provoca horror o desprecio. Y lo que era causa de muerte y destierro, ahora se tolera y comprende.

Cambios pequeños y que todos sufrimos, como el de cambiar los dientes. O cambios drásticos y rotundos, que pocas personas enfrentan y se arriesgan por vivir, como el cambio de sexo.

¡Hasta el clima cambia! Y con esos cambios, también nosotros debemos adaptarnos.

Los cambios, en mi país, están llegando hasta el Congreso. Los diputados pensaban que conseguirían seguir "auto-recetándose" aumentos salariales o manipulando las sesiones plenarias para su beneficio personal. Pero hace unos cuantos días, el cambio llegó al hemiciclo. Ante la desfachatada insistencia de un grupo de ellos (pertenecientes a casi todos los partidos políticos) para aumentar su salario en US$1250 mensuales, la sociedad civil dijo ¡NO! Ante los cuestionamientos y enfrentamientos utilizados para hacerles tomar conciencia de lo vergonzoso de su postura -mientras hay grupos humanos que mueren de hambre en el interior del país debido a los cambios climáticos que han afectado a la agricultura y al sistema arraigado que algún día tendrá que cambiar- al mantener su empecinamiento para conseguirlo, el criterio de la mayoría se hizo valer.

Una mujer, Nineth Montenegro, fue una lideresa en este cambio: ella trabajó arduamente y de la mano con otros guatemaltecos conscientes para lograr que este despilfarro y este saqueo más no se concretaran. Ha sido una cambio maravilloso. En un país con raíces machistas tan profundas, una mujer ha logrado lo que ningún hombre quiso atreverse a enfrentar. Y el cambio en reversa a este casi desafortunado aumento, se dio para el bien de los guatemaltecos.

No todos los cambios nos gustan, pero como dice aquel refrán: "No hay mal que por bien no venga". Yo estoy convencida de que lo más importante en el cambio soy yo: mi actitud con respecto a él será lo que haga de ese cambio un hecho positivo para mí y mi entorno.

sábado, enero 08, 2005

Un recuerdo, mil recuerdos

La época navideña siempre me trae cúmulos de recuerdos. Algunos tan lejanos que se confunden con películas en blanco y negro que veía con mi abuela Rosa, a escondidas de mi padre, hace mil vidas.

Cada uno tiene su aroma propio, como el de los tamales colorados y picantes de la Nochebuena o los negros y dulces, de la mañana de Navidad. El de las uvas y manzanas frescas que llevaba mi padre; el ácido-dulce del ponche de frutas con especies, que cada año hacemos en casa. Los aromas más representativos y atados a mis recuerdos son los de las manzanillas ensartadas en largos collares que se colocan alrededor del nacimiento, acompañando las hojas de pacaya y los gusanos de pino. O el maravilloso, intenso y único aroma del pinabete guatemalteco que me regresa al momento de estar de pie frente a él -muchas veces, muchos años- adornado de luces y bombas, en la mañana de Navidad, antes de reencontrarme con los regalos que abríamos a la media noche y que habían quedado esperando nuestro despertar.

También cada recuerdo tiene colores: el de alegres y ansiosos ojos castaños, los antiguos. El de serenos ojos verdes o azules, los recientes, que han mirado divertidos cada pieza, cada figura mientras se pasa por el ritual de adornar el árbol navideño, con todos los colores antaño y ahora, en la modernidad, limitándose a uno solo: el que esté de moda. Tonos de aserrín café que forma caminos en el nacimiento, el verde que semeja césped... rojos, amarillos, azules, que adornan simplemente la imaginería familiar de siempre y que es parte de nuestra tradición.

Veo manos tersas que prepararon las viandas anheladas de mi niñez; manos fuertes que encendieron los cohetes, canchinflines y estrellitas mientras mis hermanas y yo mirábamos desde el portón de la casa, aguantando el frío y el viento, felices y nerviosas. Rostros amados que se han ido, otros que con los años han cambiado, alguno que antes no existía y que ahora llena de quietud y amor mis navidades.

Cada pedazo de recuerdo, con su cargamento de amor diferente cada uno, con su sabor agridulce de plenitud y pérdida, llegan a mi mente y corazón cada vez que vivo esta misma época. Reviven en el recuerdo pero también son cimiento de mis pensamientos y sentimientos de hoy, porque no sería nada igual sin ellos.

Los besos que antes di a los seres que amé y ya no están -por diversas razones- se hacen nuevamente besos en mi boca para otros rostros, otras manos, otras cabezas; recibo los de hoy de otros muchos labios, reuniendo en ese segundo, en ese instante, todos los que me han sido dados. Y un recuerdo, entonces, se convierte en mil recuerdos haciéndome vivir la Navidad.

Entre ayer y hoy, una gran diferencia

En la década de los 80's la telefonía en Guatemala estaba en pañales. Teníamos un monopolio estatal y conseguir (¡conseguir!) una línea podía llevarse un lustro desde el momento de la solicitud hasta obtener la señal en tu casa. Además, era carísima y casi siempre tenías que deslizar "favores" por debajo de la mesa a algunas personas involucradas en el proceso.
Llegó la privatización -efectuada de manera poco ortodoxa, pero llegó- e inmediatamente se empezaron a hacer inversiones en la modernización de los sistemas, se cambió la numeración de seis a siete dígitos (ahora tenemos 8), tuvimos una red más extensa y el tiempo de adquisición-conexión de la línea se redujo drásticamente.
Sin embargo, en esos años la telefonía celular era cosa de gente pudiente. Los famosos "ladrillos" -como llamábamos a los celulares de aquel tiempo- sólo eran vistos en manos de ejecutivos MUY ejecutivos, políticos, militares o industriales o de sus hijos y parejas, y a precios realmente prohibitivos. Ningún guatemalteco de clase media con cinco dedos de frente y su sueldo mensual pensaba en adquirir un aparatejo de esos. La única empresa que prestaba el servicio estaba ligada a la empresa telefónica estatal, pero cuando se modificó la ley para que pudieran entrar al ruedo otras empresas privadas, las reglas del juego cambiaron y paulatinamente los chapines vimos abierta la puerta a la modernidad.
Llegaron al mercado de los celulares América Móvil, Telefónica y Bell South y encontramos servicios para atender necesidades, gustos y bolsillos. Las personas o empresas que anteriormente no pudieron "hacerse" de una línea fija, ahora tenían opciones entre las fijas o los celulares -móviles o fijos- y en donde antes no se pudo hacer instalaciones por la distancia o la topografía, ahora se cuenta con servicio satelital o celular y eso ha incidido en que se pueda llevar tecnología diversa a rincones de mi patria recónditos e impensados. Los comerciantes han ampliado sus territorios, la educación llega vía internet, los mercados para las exportaciones se han abierto sin necesidad de intermediarios...
Por supuesto, los precios bajaron ¡ostensiblemente! El precio por minuto en un celular dentro del mismo país es de Q0.36 (US$1 = Q7.80) y contamos con roaming en muchos países del mundo con precios competitivos.
La competencia es maravillosa. Pero debe ser monitoreada por un ente estatal para evitar abusos o competencia desleal que vaya a terminar en daño para los usuarios. Estoy convencida de que haber cambiado la ley de la telefonía fue un acierto. Nos benefició y sigue beneficiándonos a todos.