Tiene el brazo dormido y le duele la cabeza. Le zumban los oídos a ratos y los pies le sangran. Ha estado caminando durante toda la noche de anoche y todo este día, creía que estaba haciendo el camino correcto, pero a lo mejor se confundió al pie del cerro cuando tomó el extravío. Ahora deberá reponer las fuerzas para seguir caminando, quiere salir de allí, llegar a la costa pronto, antes de que Lorenzo la alcance.
Ayer, cuando lo vio salir para el pueblo, tuvo un mal presentimiento. Porque detrás de Lorenzo pasó su sobrino Pascual, y ése le tiene envidia y es capaz de hacerle daño. Además, dicen que es brujo. Segurito él se lo llevó a la cantina a chupar y por eso su marido regresó dando de gritos y patadas, por eso la tomó del pelo y descargó su ira -no es una ira en contra suya, sino la de siempre, en contra del mundo- sobre su cabeza cuando le pegó con aquel leño. Por eso debe ser que le zumban los oídos...
En la ciudad, sus hijas se enteraron que Felipa se fue. Otra vez, como hace diez años cuando salió huyendo para la costa, poniéndose a salvo de Lorenzo. Pero en esta ocasión todas corrieron al campo, a "su" monte, para buscar a su mamá, para defenderla otra vez, como cuando eran niñas y sus cuerpecitos detuvieron muchas veces las trompadas dirigidas a Felipa. Ahora van decididas a meterlo preso, si es necesario...
Mientras la temperatura desciende porque el sol se va, Felipa enrosca las piernas debajo del corte, su falda de años con colores que una vez fueron vivos y que ahora están pálidos y grisáceos por el sol, por el humo, por la tierra... Le duelen los pies, le zumban los oídos y la cabeza se pone cada vez más caliente. Tiene ganas de dormir, allí, sin preocuparse más de escapar de Lorenzo.
En su rancho, las hijas se vuelven locas de angustia y lloran a siete voces. Los niños de la familia lloran por imitación, porque no saben lo que pasa. Lorenzo, después de la borrachera, dijo no recordar nada, pero bien recuerda la fuerza de su brazo al empuñar el leño y estrellarlo sobre la cabeza de su mujer, que gritaba por auxilio. No sabe porqué lo hace, ¡no lo sabe! Si siempre la ha querido y ella a él, ¿por qué se ensaña con su pequeña figura?
Cae la inmensa noche -la del monte- llena de estrellas y viento frío. Felipa no siente más los pies y el brazo dejó de sangrar y casi no lo siente. Quiere gritar, pero las fuerzas le faltan... sólo puede mencionar sus nombres, como en un rezo, despacito y desde el alma. Los nombres de sus hijas, los nombres de sus nietos... y Lorenzo.
Ayer, cuando lo vio salir para el pueblo, tuvo un mal presentimiento. Porque detrás de Lorenzo pasó su sobrino Pascual, y ése le tiene envidia y es capaz de hacerle daño. Además, dicen que es brujo. Segurito él se lo llevó a la cantina a chupar y por eso su marido regresó dando de gritos y patadas, por eso la tomó del pelo y descargó su ira -no es una ira en contra suya, sino la de siempre, en contra del mundo- sobre su cabeza cuando le pegó con aquel leño. Por eso debe ser que le zumban los oídos...
En la ciudad, sus hijas se enteraron que Felipa se fue. Otra vez, como hace diez años cuando salió huyendo para la costa, poniéndose a salvo de Lorenzo. Pero en esta ocasión todas corrieron al campo, a "su" monte, para buscar a su mamá, para defenderla otra vez, como cuando eran niñas y sus cuerpecitos detuvieron muchas veces las trompadas dirigidas a Felipa. Ahora van decididas a meterlo preso, si es necesario...
Mientras la temperatura desciende porque el sol se va, Felipa enrosca las piernas debajo del corte, su falda de años con colores que una vez fueron vivos y que ahora están pálidos y grisáceos por el sol, por el humo, por la tierra... Le duelen los pies, le zumban los oídos y la cabeza se pone cada vez más caliente. Tiene ganas de dormir, allí, sin preocuparse más de escapar de Lorenzo.
En su rancho, las hijas se vuelven locas de angustia y lloran a siete voces. Los niños de la familia lloran por imitación, porque no saben lo que pasa. Lorenzo, después de la borrachera, dijo no recordar nada, pero bien recuerda la fuerza de su brazo al empuñar el leño y estrellarlo sobre la cabeza de su mujer, que gritaba por auxilio. No sabe porqué lo hace, ¡no lo sabe! Si siempre la ha querido y ella a él, ¿por qué se ensaña con su pequeña figura?
Cae la inmensa noche -la del monte- llena de estrellas y viento frío. Felipa no siente más los pies y el brazo dejó de sangrar y casi no lo siente. Quiere gritar, pero las fuerzas le faltan... sólo puede mencionar sus nombres, como en un rezo, despacito y desde el alma. Los nombres de sus hijas, los nombres de sus nietos... y Lorenzo.