sábado, diciembre 11, 2004

Felipa

Tiene el brazo dormido y le duele la cabeza. Le zumban los oídos a ratos y los pies le sangran. Ha estado caminando durante toda la noche de anoche y todo este día, creía que estaba haciendo el camino correcto, pero a lo mejor se confundió al pie del cerro cuando tomó el extravío. Ahora deberá reponer las fuerzas para seguir caminando, quiere salir de allí, llegar a la costa pronto, antes de que Lorenzo la alcance.

Ayer, cuando lo vio salir para el pueblo, tuvo un mal presentimiento. Porque detrás de Lorenzo pasó su sobrino Pascual, y ése le tiene envidia y es capaz de hacerle daño. Además, dicen que es brujo. Segurito él se lo llevó a la cantina a chupar y por eso su marido regresó dando de gritos y patadas, por eso la tomó del pelo y descargó su ira -no es una ira en contra suya, sino la de siempre, en contra del mundo- sobre su cabeza cuando le pegó con aquel leño. Por eso debe ser que le zumban los oídos...

En la ciudad, sus hijas se enteraron que Felipa se fue. Otra vez, como hace diez años cuando salió huyendo para la costa, poniéndose a salvo de Lorenzo. Pero en esta ocasión todas corrieron al campo, a "su" monte, para buscar a su mamá, para defenderla otra vez, como cuando eran niñas y sus cuerpecitos detuvieron muchas veces las trompadas dirigidas a Felipa. Ahora van decididas a meterlo preso, si es necesario...

Mientras la temperatura desciende porque el sol se va, Felipa enrosca las piernas debajo del corte, su falda de años con colores que una vez fueron vivos y que ahora están pálidos y grisáceos por el sol, por el humo, por la tierra... Le duelen los pies, le zumban los oídos y la cabeza se pone cada vez más caliente. Tiene ganas de dormir, allí, sin preocuparse más de escapar de Lorenzo.

En su rancho, las hijas se vuelven locas de angustia y lloran a siete voces. Los niños de la familia lloran por imitación, porque no saben lo que pasa. Lorenzo, después de la borrachera, dijo no recordar nada, pero bien recuerda la fuerza de su brazo al empuñar el leño y estrellarlo sobre la cabeza de su mujer, que gritaba por auxilio. No sabe porqué lo hace, ¡no lo sabe! Si siempre la ha querido y ella a él, ¿por qué se ensaña con su pequeña figura?

Cae la inmensa noche -la del monte- llena de estrellas y viento frío. Felipa no siente más los pies y el brazo dejó de sangrar y casi no lo siente. Quiere gritar, pero las fuerzas le faltan... sólo puede mencionar sus nombres, como en un rezo, despacito y desde el alma. Los nombres de sus hijas, los nombres de sus nietos... y Lorenzo.

martes, diciembre 07, 2004

El tren del cambio

Hace más de 30 años tuve el primer contacto con el sindicalismo. Trabajaba yo en un banco inglés que no se caracterizaba por ser consciente, responsable o considerado con sus empleados. Todo lo contrario, la historia laboral del lugar era triste y estaba llena de anécdotas que provocaban llorar... o luchar por eliminar esas circunstancias.

Habiendo sido contactada por un compañero de trabajo para afiliarme, pedí información a mi padre quien, habiendo sido un militante de la revolución de 1944 en mi país, me espetó: "Tu responsabilidad es apoyar al sindicato, porque son ellos (los dirigentes) los que dan la cara para que los demás tengan mejores condiciones en el trabajo". Fue así como me inscribí en sus filas, acción que me daría miles de experiencias y conocimientos como jamás imaginé llegar a tener.

Me inicié, entonces, en la capacitación que necesitaba para poder conocer el terreno que pisaba y durante 10 años me mantuve actualizada en los temas relacionados con negociación colectiva, análisis de problemas, atención de conflictos y muchos otros que sería muy largo enumerar acá. Vivimos esa etapa durante la larga dictadura militar que manejó el gobierno de Guatemala durante más de 30 años y aunque no debo lamentar daños directos en mi persona o en algún miembro de mi familia, sí recibí en tres ocasiones mensajes "atentos" para que abandonara el país, cosa que hice después de experimentar la pérdida de doce compañeros del sindicalismo de la banca guatemalteca y de cientos de amigos y conocidos.

Sin embargo, durante los años que trabajé en la banca y que pude participar en las actividades sindicales primero como miembro de base y los últimos cuatro años en la dirigencia, nuestra consigna fue buscar -y luchar, cuando fue preciso- por el beneficio de los trabajadores y sus familias. Y esto representó el desarrollo económico y también el intelectual, físico y familiar de los afiliados. Muchos años después, habiendo vuelto a mi país, cuando la democracia había sido instaurada nuevamente, y trabajando en otros lugares, tuve contacto con dirigentes de sindicatos de otros gremios -algunos muy diferentes del que yo conocí- y pude reconocer un comportamiento interesante: a más alta e importante posición dentro de sus organizaciones, más alienación había en estos dirigentes. Nunca pude entender porqué, si cuando se inicia en la emocionante aventura del sindicalismo -porque lo es, bien llevado- y se vive con pasión el anhelo de mejora integral para todos los afiliados, porqué, repito, la distancia de las bases en el organigrama también lo es de la realidad que viven los agremiados.

¿Por qué algunos dirigentes piensan que militar en el sindicalismo es sinónimo de vivir mal? ¿O que deben mantenerse a estas alturas de la vida, con todos los cambios que el mundo ha vivido, las mismas consignas de hace 30 años? ¿No se dan cuenta que todos tenemos derecho a un mejor nivel de vida al que no se accesará manteniendo posturas inflexibles o repitiendo consignas de la era de la guerra fría?

Por supuesto, eso no significa cambiar los principios, pero sí modernizar los estilos y tendencias y tratar de comprender que vivimos en un mundo muy diferente al que nos recibió cuando nacimos.

El mundo cambia. Día a día. Y si no te subís al tren del cambio... te quedás atrás.

sábado, noviembre 27, 2004

¡Pobre García Márquez!

Leí que la diputada Angélica de la Peña, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), de México, convocó a una gran alianza para comenzar una campaña contra la venta del último libro de Gabriel García Márquez, Memoria de mis putas tristes, por considerar que se trata de una apología de los pederastas y la explotación sexual infantil.

Quiero dejar en claro que estoy totalmente en contra de la explotación sexual en cualquiera de sus formas, sobre todo en la que se hace en los niños, abusiva y por demás inmoral. Pero creo que hay algunas situaciones interesantes en esta convocatoria que no me cuadra.

García Márquez siempre ha tocado temas, digamos, escabrosos en cada una de sus obras y creo que ese ingrediente ha sido uno de los sazonadores geniales que provocan que lo leamos y busquemos ansiosos cada una de sus obras, aún cuando no hayan salido al mercado. Que "exalte" -según la política mexicana- una relación entre una niña de 14 años y un anciano de 90 (o de cualquier edad), debe verse despacio y sin manipular la enorme fama y el nombre del escritor para su propia publicidad.

Que las mujeres tengan sexo a los 14 años no es ninguna novedad. Y no sólo hablo del sexo a escondidas de los adultos, sino del que es y ha sido "santificado" por las religiones a través de los siglos, del que se obliga a practicar a las niñas por costumbres tribales, del que tienen que soportar porque padres, hermanos, abuelos o tíos las abusan desde el principio del tiempo o, finalmente, por el que socialmente es aceptado porque se legaliza a través del matrimonio civil.

Soplan vientos de moralismo, no moralidad. Y esos actos llenos de fanatismo ensucian lo que puede ser bueno, como la preocupación -y cada vez más, ocupación- por la impunidad en los asesinatos de mujeres... ¡Lástima! Hay miles de maneras más de trabajar por las niñas con limitaciones, propensas a sufrir vejámenes. No es antagonizando con un Premio Nóbel.

Vamos a ver las cosas como son: el que quiera leer el libro, que lo lea. El libre albedrío y el criterio de cada cual, deberá prevalecer. A García Márquez no se le moverá un solo cabello de la cabeza por esta "afectada" indignación.

viernes, noviembre 19, 2004

Las Estrellas de La Línea

Un fotógrafo avezado y creativo que pretendía capturar imágenes originales, fue el causante de que se diera lo que Elo encontró en la red y que pidió les comentara un poco.

Este fotógrafo decidió llevar a un grupo de prostitutas de La Línea (llamadas así porque se establecieron desde siempre a orillas de la línea por donde corría el ferrocarril, ahora ya desaparecido) para que jugaran un partido de fútbol en contra de un equipo de "patojas" de un colegio privado y de "altos vuelos" de esta ciudad capital, para, cámara en mano, poder captar las expresiones, circunstancias y momentos del encuentro, sin haberse atrevido siquiera a imaginar lo que todo ello provocaría.

Por supuesto, el encuentro se confirmó para llevarse a cabo en uno de los campos privados de fútbol que existen en la ciudad, por supuesto, en el situado en uno de los barrios clase A de nuestra sociedad, en donde las mujeres caminan con la nariz levantada haciendo como si todo el tiempo estuvieran "oliendo popó", como decimos acá, pero que no es otra cosa que la evidencia del desprecio que sienten por cualquiera que no sea "canche", que no viva en su zona, no estudie en los mismos colegios de la "high" en los que ellas estudiaron y que, en esta era, también frecuentan sus hijos.

Por supuesto, las jugadoras del equipo contrario tampoco sabían contra quién jugarían. Así es que cuando llegaron las "Estrellas de La Línea", dicen las malas lenguas que hubo desmayos, revuelo general, pugidos, ayes, conmoción y conato de demanda. Las "damas" de la alta no podían creer que alguien hubiera llevado a un grupo de prostitutas para que pisaran el mismo terreno de juego que sus hijitas amadas, claro, no fuera a ser que se contagiaran... de cualquier cosa, ¡vaya usted a saber!

Lo que empezó como una travesura, se transformó en un movimiento. Han surgido equipos de mujeres "trabajadoras del sexo" -como se decía en mis años de juventud, pero que ahora ya no se usa más- que quieren hacer valer su derecho a divertirse sanamente, de tener contacto con otras personas que no las busque para obtener placer de sus cuerpos, sino otro tipo de emociones. Las putas chapinas han visitado a sus colegas de algunos lugares de la república o, incluso, de países vecinos y parece que la liga se afianza.

Claro, son cada vez más famosas y supongo que la plusvalía de los negocios ha subido obstensiblemente... al mismo tiempo que en la zona clase A de la ciudad, quedaron un montón de mujeres -que se creen superiores- inhalando sales y tomando agua para recuperar el aliento y la compostura. ¿Los maridos y los hijos de estas señoras? No sé... probablemente escondidos detrás de las camionetas 4X4, no fuera a ser que los reconocieran y los saludaran de beso. La hipocresía, ¿vio?

Mi encuentro con el cáncer de mama

Hace ya unos diez años, mientras aprendía a vivir en la filosofía saibabista, decidí reintentar (por tercera vez en la vida) cambiar mis hábitos alimenticios y transformarme en vegetariana. Ayudó muchísimo mi disposición mental para hacerlo, pero fue mucho más grande el convencimiento mientras notaba cómo mi cuerpo reaccionaba favorablemente con el cambio de alimentos. La tercera fue la vencida.

A través del tiempo he leído y aprendido mucho acerca de esta manera de vida -que de eso se trata- que incluye cambio de hábitos y que conlleva una mejora constante, un conocimiento profundo de mi cuerpo y sus reacciones, así como de mi estado de ánimo y mi mente, que también se han ido amoldando favorablemente con el cambio.

Cuando hace unos meses iniciamos la publicación de los artículos del Dr. Álvaro Ronco en Fin de Semana, inmediatamente me interesé en el tema. Me gustó el enfoque, la manera sencilla y franca de presentarlo y pensé en lo importante que es para cualquiera poder contar con esta información que, de otra manera, probablemente se soslaye por temor o por falta de oportunidad de encontrarlo así, tan "a la mano".

El cáncer de mama -ese mal terrible- tocó las puertas de mi familia cuando a mi hermana menor, de 43 años, se lo diagnosticaron hace más o menos un año. Sin antecedentes familiares, sin tener ninguna experiencia cercana de cáncer de este tipo y siendo una familia matriarcal (somos cuatro hermanas y mi madre, más nuestras descendientes), el tema nos dio vuelta la vida y todas buscamos información para combatirlo en Beatriz y prevenirlo en las demás. Fue allí cuando comprendimos que una vida saludable se hace con alimentación adecuada, ejercicios, evitar fumar y algunos otros factores importantes. El caso de mi hermana se solventó afortunadamente y aprendimos una lección vital.

Creo que hacen falta en el mundo personas como el Dr. Ronco que se esfuerzan en indicarnos de qué manera podemos vivir mejor. Pero nada se logra sin sentido común, una actitud mental positiva y toda la disposición de ánimo para llevar a feliz término emprendimientos para lograrlo.

¡Pongamos manos a la obra!

domingo, noviembre 07, 2004

Sí, pero no

Tal y como era de esperarse, los guatemaltecos estuvimos pendientes de los resultados de las elecciones norteamericanas de la misma manera que gran parte del planeta. Finalmente, somos parte de este imperio que nos tocó en suerte vivir... nos guste o no.

He sabido de todo tipo de reacciones que van desde el más franco rechazo hasta el entreguismo frenético, pasando por los comentarios con tono de tédeum o ridículos hasta la muerte: "Estoy seguro que los guatemaltecos estamos en la mente y el corazón del presidente Bush", palabras más, palabras menos, que tuvo el mal tino y el poco gusto de decir nuestro presidente -de Guatemala, digo- en cuanto se supo lo que se supo. Así que, como dice el dicho: "Mal de muchos, consuelo de tontos", pensé, haciéndome tres cruces para no entrar en un estado de shock causado por la vergüenza propia y ajena después de escuchar semejante ridículo desacierto. Estoy segura que en lo último que puede ocurrírsele pensar a Bush es en los guatemaltecos... ¡por favor!

Un poco llevándole la contra al editorial del Fin de Semana pasado de Bocha, pienso que, por estas latitudes, el resultado de las elecciones norteamericanas sí nos afecta muy directamente. Es decir, a los centroamericanos nos afecta más que a otros habitantes del continente americano -quitando a México a quien le afecta mucho más- pues gran parte de nuestra economía depende de la política gringa con relación al comercio (tenemos un tratado de "libre" ídem), a la política de migración (más de un millón de guatemaltecos vive permanentemente en Estados Unidos y sus envíos de dólares mensuales son un porcentaje importante en nuestra economía), a su política exterior (muchos de los visitantes que recibimos y que ha hecho solvente nuestra industria sin chimenea -el turismo- son ciudadanos norteamericanos, al igual que "la ayuda" que nos pueda brindar se espera ansiosamente en muchos sectores del país) y cualquier otra política que tengan en vigencia o que inventen en un estado de euforia natural o provocado, pues estamos tan cerca de ellos que sentimos su respiración en nuestras nucas.

Nuestra historia fue radicalmente cambiada a partir de 1954 con la participación de Estados Unidos en el cambio violento de gobierno a través del golpe de estado al presidente Árbenz, así que también de esta manera nos sentimos afectados. Sin contar con los años de violencia urbana y rural, experimento y producto de la guerra fría, que recién ahora nos ha dado un respiro.

Gran parte de nuestros compatriotas emigrados a ese país y que han sentado bases familiares allá, han visto a sus hijos marchar a la guerra, primero la del Golfo y ahora la de Irak. Una familia amiga está sufriendo al ver a uno de sus hijos llorar de desesperación por no querer regresar a la guerra; ha sido lugar común entre los guatemaltecos que viven en EE.UU. ingresar a las filas de la Marina para poder lograr tener un nivel profesional que sus economías personales no les permitiría, sin haber pensado seriamente que siendo marines, en algún momento los requerirían para lo que estaban siendo entrenados: para matar y correr el riesgo de ser muertos en tierra extraña, peleando una guerra que ni fu ni fa para ellos, ni mucho menos para los familiares que quedaron en esta tierra cálida y verde.

Acá sí se ansiaba que no fuera reelecto Bush, aunque nuestro gobierno haya dicho lo contrario. Pero deberemos consolarnos con que el tiempo pasa y que, con un poco de suerte, mientras nos hacemos más viejos, sintamos que corre más veloz.

sábado, octubre 30, 2004

LOS COCOS

A Pedro Sigüil, amigo primario

Se levantó al alba. Al salir de debajo del mosquitero, los zancudos volaron formando una nube que siguió el rumbo del viento que entraba por entre los espacios del techo de manaque y las paredes de bambú. Sintió la tierra tibia debajo de sus pies descalzos y escuchó cantar los grillos y los chiquirines mientras salía por la puerta de atrás del rancho. Lentamente, medio dormido, desocupó la vejiga y volvió adentro, buscando el pumpo con agua para lavar su cara. Movió a su mujer para que se levantara a hacerle el café del desayuno y le calentara un par de tortillas; bastaría para llegar a la casa del patrón, allá comería en forma.

Ella se levantó con desgano, pero reponiéndose con rapidez tomó la jarrilla con agua caliente que había pasado la noche encima de las brasas y apagó el café en el batidor de barro; luego lo dividió en dos sirviéndolo en sendos pocillos de peltre y lo endulzó con un trocito de panela rubia. Los llevó a la mesa de madera de pino y, sin más, se acercó al comal de barro para echar las primeras tortillas de la mañana. En la camona de madera de pino, los dos niños dormían aún.

Al rato, después de su pequeño desayuno, Pedro buscó el machete, se puso el sombrero de palma y salió del rancho hacia la casa grande. Tenía algunas tareas que cumplir, aparte de cuidar a los hijos de los patrones: a los que vivían en la finca y a los que venían de la ciudad a pasar las vacaciones de fin de año. Caminó durante 15 minutos y llegó a la entrada principal; se quitó el sombrero y lo colgó detrás de la puerta de la cocina, enfilando para el comedor, en donde debía servir la mesa para el desayuno. A los pocos minutos de haber llegado, un torrente de voces infantiles, carreras de zapatos menudos y risas diáfanas invadieron el espacio y siete pares de ojos brillantes le saludaron al mismo tiempo que siete pares de brazos tiernos rodeaban su cuello y su cintura.

-¡Pedro, Pedro! ¡Queremos cocos, Pedro! Subite a las palmeras, Pedro, ¡y bajá los cocos!, decían los niños, entusiasmados.

Al poco rato estaba sirviéndoles el desayuno que transcurrió sereno -a pesar del entusiasmo infantil- con la presencia de los adultos. El patrón, ojos negros y profundos que le infundían confianza y temor, simultáneamente, sonreía con la petición de los chicos.

-Después de que terminés tu quehacer, Pedro, bajá los cocos...

Los niños se situaron debajo de una de las palmeras, a prudente distancia, para ver a Pedro trepar por ella, rodeando su cuerpo sinuoso con las piernas en una carrera increíble en contra de la gravedad, hasta llegar al penacho de hojas verdes y frescas, afianzándose con la zurda al cincho de cuero que unía su cintura a la del árbol. Su mano derecha se alzó con fuerza y el machete cayó sobre los tallos de cada fruta: ¡Chop, chop, chop...!

-¡¡Caen...!! gritó Pedro, mientras los niños reían felices, viendo cómo caían, uno a uno, los verdes y relucientes cocos.

Al culminar su tarea, Pedro se deslizó con rapidez palmera abajo, mientras sus ojos alcanzaron a ver el enjambre de cabezas tiernas correr hacia el comedor, cada uno abrazando su propia fruta.

Todo esto recordaba Pedro, ojos cerrados y la piel perlada de sudor, mientras los guerrilleros lo mantenían tirado en el pasto, esperando su turno.

Cuando el ejército llegó a la finca buscando un "confidente", Pedro se resistió a la sola idea de convertirse en un traidor a su pueblo; pero la guerrilla quería que él traicionara a su patrón, a sus niños, a las hermosas mujeres de la familia que siempre le sonreían y cuidaban de la salud de sus hijos y su mujer, allá en el rancho. Así que decidió ayudar al ejército, manteniéndolo informado de lo que veía y escuchaba entre sus compañeros.

Pensaba Pedro que cruel debía ser esa guerrilla que exigía matar lo amado hasta hoy, que exigía traicionar sus tradiciones, que lo obligaba a olvidar el bien recibido. A pesar de no tener ninguna posesión material en esta vida, él tenía un trabajo seguro, un rancho en donde vivir y una familia a la que amaba tiernamente...

Sus recuerdos fueron interrumpidos por un jalón hacia lo alto, que elevó su pequeña humanidad de la tierra. Sus pies descalzos quedaron suspendidos en el aire y sintió que los intestinos se le contraían de miedo. El grupo de hombres vestidos de verde olivo lo miraban con pena disfrazada de desprecio; algunos eran antiguos compañeros suyos de la finca y conocían muy bien su lealtad a los patrones. Cerró los ojos, aspiró profundamente por la nariz el viento sazonado de tamarindo y escuchó a lo lejos, risas de niños...

La ráfaga de ametralladora le atravesó el tórax, haciéndole quebrarse y caer en la tierra. Ya no sintió nada cuando uno de los hombres de verde olivo -blanco y altivo- se acercó a su rostro, le abrió la boca y cortó su lengua...

Pedro estaba callado como siempre, subiendo raudo por la cintura de la palmera para bajar nuevamente los cocos.

jueves, octubre 28, 2004

Fiesta Cívica

Si la democracia es la doctrina política en la que el pueblo participa en el gobierno de sí mismo, las elecciones para definir dirigentes y autoridades son entonces la concretación de esa decisión, el momento de la materialización de sus criterios, creencias y convencimientos que hace evidente a través de las votaciones, en lo que debería ser una fiesta cívica, llena de respeto por las ideas de otros y por las propias.

Lamentablemente, en algunos de nuestros países esta madurez cívica no se ha alcanzado o se ha perdido en el camino, siendo muy pocas las naciones en donde realmente se logran estos ideales. El nivel de educación, la cultura del lugar y la manera en que se presente la contienda política, serán ingredientes importantes en el desarrollo de la temporada eleccionaria, para culminar con el momento de elegir, sanamente, a quienes dirigirán la gran orquesta.

Sin embargo, las cosas no deberían quedar allí. El pueblo debería seguir vigilante, día a día, los pasos que se den en el gobierno, la manera en que se maneje el tesoro nacional -probablemente, el mayor problema en todos nuestros países-, exigir que el presupuesto nacional contemple partidas adecuadas en seguridad, salud y educación, que son las básicas para que los habitantes de cada república alcancen un nivel de vida apropiado, cuando mínimo.

Todos los cuerpos encargados de velar por la administración de la justicia, por el crecimiento y desarrollo del país, las cámaras de diputados y senadores creando leyes, todos, son servidores del pueblo que los elige pero los gobernados debemos hacer valer nuestro derecho a estar informados, nuestra obligación por mantenernos vigilantes y no hacernos "de la vista gorda" cuando conocemos casos de corrupción incipiente, evitando que el daño se agrave.

Existen en la mayoría de países los mecanismos legales para hacer valer nuestros derechos y obligaciones. Sólo falta que accionemos; que las nuevas generaciones aprendan a utilizarlos para erradicar, de una buena vez por todas, el mal endémico que nos afecta: la corrupción y la impunidad.

La política se hace y se vive todos los días, desde nuestro lugar de trabajo, nuestro hogar, nuestro barrio, nuestro negocio. Y de nosotros depende si el cambio que queremos ver en nuestros países, se convierta en realidad.

Uruguay es una nación con tradición de alto civismo, en donde vivir bien es sinónimo de libertades y compromisos. Han sido, durante siglos, un ejemplo a seguir. Que la fiesta cívica que está próxima a vivirse sea el inicio de una nueva era, buena para todos los uruguayos, dentro y fuera de sus fronteras, con el ejemplo de los días vividos que ahora son parte de su historia, formando un futuro mejor, pero sustentando el día a día que, finalmente, es lo que importa.

sábado, octubre 16, 2004

El aleteo

El silencioso aleteo de la muerte nos llega de muchas maneras, está siempre rondando nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra imaginación. Aguardando el momento para cubrir nuestros oídos y cerrar nuestros ojos. A veces lo sentimos llegar, pausado y pesado, lento y pastoso. En otras ocasiones es casi como una mariposa: raudo, veloz, imprevisto. Casi no nos da tiempo a identificarlo, sino hasta cuando lleva en sus movimientos el nombre de alguien que no nos es ajeno.La muerte es tema tabú, el sonido que no se debe escuchar, que se evade, que se evita en las conversaciones. Es la palabra innombrable cuando se está a la orilla del lecho de un ser amado, aunque sepamos muy dentro de nosotros que sus alas vuelan encima de su cabeza.Si estamos enamorados, odiamos pensar que el sentimiento que nos une con el objeto de nuestro amor vaya a morir en algún momento, a pesar de las experiencias previas o de las historias o consejos que escuchamos con frecuencia.La muerte del tiempo -de nuestro tiempo- que se acerca suavecito, segundo a segundo, sin que tengamos conciencia de ello sino hasta cuando un día, al levantarnos, nos damos cuenta que las piernas no nos responden como siempre, que nuestras carnes cuelgan flácidas, que nuestro cabello es escaso y blanco, y que la piel, otrora fresca y lozana, se asemeja ahora a un papiro mojado.Nos entristece la muerte del día, cuando el párpado del sol se cierra por detrás de las montañas y nos manda a dormir, negándonos su claridad y tibieza. O cuando los pétalos de las flores colocadas en un jarrón, inicialmente para recibir de ellas alegría y color, al final se desgajan y caen, goteando muerte.Nos resistimos a aceptar que no somos inmortales y, en esa evasión, nos negamos también el gozo de vivir con calidad el último tiempo de los que amamos o el propio nuestro, si fuera el caso.Indefectiblemente, tengamos fe en la otra vida o no, el momento del desprendimiento llega con su carga de culpa, arrepentimiento, frustraciones o amarguras si es que no vivimos el tiempo que se nos concedió como quisimos haberlo hecho. Muy diferente será el momento si estamos satisfechos con lo actuado, si nuestro efímero paso por este planeta dejó una huella –microscópica, no importa- que sirva de guía o sea digna de ser andada.Si es un ser amado quien pasará el umbral, deberíamos darle compañía y fortaleza para hacerlo, tomando su mano con amor, mirándole a los ojos con dulzura y hablándole con palabras calmas y serenas, para que su partida sea menos traumática para ambos. El amor lo logra todo cuando es de verdad amor. A su partida lloraremos a nuestros muertos, es verdad, pero será con lágrimas de ausencia, no de arrepentimiento.

Y si nos llega el momento, que nuestro respiro final sea dado con paz y bienaventuranza, para nuestro descanso y el de los que nos aman.

No importa quién, sólo debiera importar

La violencia doméstica no es un asunto íntimo, es un tema de todos. Coincido totalmente con la señora María Urruzola en ese punto -como en algunos otros-. En el momento que la persona es agredida, humillada, paralizada de terror, de dolor e impotencia, en ese mismo momento nos atañe a todos: padres, hermanos, hijos, amigos, compañeros de trabajo, porque es su vida la que está en juego.

No importa si la persona que infringe la violencia -el agresor- sea una figura pública o no, el problema se hace grande cada vez más, en una espiral de daños, pánico y dolor, que en muchos casos termina con la muerte del agredido. Y digo "agredido" porque también existen hombres violentados en el mismo seno de su hogar, ya sea física, verbal o psicológicamente, siendo estos casos más difíciles de identificar y tratar, ya que para la víctima será enormemente difícil aceptar que SU mujer -aquella que se piensa de su mansa propiedad- es quien violenta desde sus momentos de privacidad familiar hasta sus pensamientos, haciéndolo ver empequeñecido ante sus hijos -si los hay- y ante la misma sociedad a la que pertenece, en donde la hegemonía masculina todavía tiene raíces profundas.

Siempre me ha causado estupor ver la manera uniforme y casi instantánea en que se reacciona ante casos de violencia doméstica -infringida por hombres- que pretenden hacerse o se hacen públicos, sobre todo cuando los actuantes tienen un perfil conocido o famoso, así se llame Juan o Pedro y se dedique a la política, la enseñanza, el arte... no importa a qué. El asunto es que sabiendo que la agresión debiera ser detenida inmediatamente y se buscara la ayuda profesional que requieren estos casos, lo que causaría seguramente que se obtuvieran datos fehacientes que respaldaren cualquier demanda, los amigos y parientes tienden a mantener el hecho bajo una enorme "chamarra", tapando -y tapándose todos- con ella a esta enfermedad mental difícil de controlar por sí misma.

Cualquier persona que tenga este problema de personalidad violenta, que no sepa reconocerlo, que no busque ayuda médica, que mienta, que engañe, que viva con el enorme conflicto que representa hacerle daño a las personas que ama cada vez más hasta, probablemente, perder totalmente el control y ocasionarles la muerte, no es digna de confianza. ¿De qué manera se puede confiar en alguien que evade la responsabilidad de sus actos? ¿Cómo se puede creer en alguien que miente y engaña en algo tan importante como la seguridad de su familia? ¿Por qué habría yo de pensar que alguien con ese tipo de problema puede resolver los problemas de otros?

Lo que me molesta tanto o más que la violencia en sí -provocada por un problema mental y que ya es bastante serio- es la actitud que se toma para ocultar, mentir y no asumir responsabilidades.

Da para pensar...

domingo, octubre 03, 2004

Dicotomía

Recuerdo muy claramente mi esfuerzo infantil por aprender el nombre de las capitales de Uruguay y Paraguay, como también mi dificultad para distinguir entre ambos países. Debo haber tenido unos 9 años. Mi abuela Api me contaba anécdotas interesantes de un hermano suyo que se habían dado en cualquiera de los dos países y yo me inquietaba cuando -en mi mente- no lograba anticipar el nombre de la ciudad en donde transcurría la historia. De la misma manera, también tengo claro en el recuerdo el momento en que, ¡por fin!, aprendí la diferencia y el nombre Montevideo, fuerte y varonil, quedó grabado en mi memoria.

Nada fue premonitorio -¿o sí?- para revelarme la cadena de acontecimientos que ligarían mi vida a Uruguay y su gente... Todo transcurrió y se dio muy natural y mansamente; pero cambió mi vida de raíz y se instauró en mis momentos diarios de tal forma que pareciera que vivo allá a pesar de no hacerlo.

Las circunstancias de hace más de veinte años me llevaron a elegir vivir en Uruguay por escogencia y también por escogencia he buscado y procurado el contacto con su gente y sus costumbres. Debo decir que vivo una dicotomía emocional entre Guatemala y Uruguay que, lejos de dividirme, ha multiplicado mis experiencias y acrecentado mis afectos.

Siento intensamente ambos lados de América Latina. Disfruto las diferencias abismales o las semejanzas cercanas en el lenguaje diario, la comida, la moda, la música... que dejan traslucir las influencias nativas o foráneas en los dos casos y que ha veces me divierten o me asombran, dependiendo del momento o del caso. Incluso ahora, durante la campaña política que viven los uruguayos, he podido identificar similitudes con las que hemos vivido en Guatemala.

Todo me une y hace que mis lazos se fortalezcan. Sin embargo, nada aumenta más mi devoción por Uruguay, que mis amigos virtuales. Virtualidad que -en algunos casos- se transformó en rostros, aromas y abrazos; pero en otros continúa siendo la incógnita agradable que me lleva a la esperanza de verlos algún día. En ambos casos, su lealtad, entrega, constancia, coherencia y cariño, han llenado de colores diferentes mis momentos diarios y enriquecido y acompañado mis horas de reflexión y soledad.

Desde hace poco más de dos años comparto alegremente horas de labor y esfuerzo para llevarles un rato de esparcimiento, conocimientos y noticias semanales a través de los semanarios de Equinox y en ello se sintetizan los lazos que nos unen. Ha sido una experiencia maravillosa, novedosa e interesante. Gracias, Bocha, por permitirme experimentarlo. Gracias a la vida, por esta oportunidad de crecimiento.

sábado, septiembre 25, 2004

Yo fui creada para mí

Por esas cosas que una no sabe cómo explicar, en algún lugar de mi mente se formó la idea de que la Congregación para la Doctrina de la Fe -la terriblemente célebre Inquisición- había tenido su momento de "gloria" y luego habría caído en la desgracia hasta desaparecer, aunque claro, no del recuerdo colectivo de la humanidad sino de la vida diaria de la iglesia católica. Sin embargo, recién termino de enterarme que no fue así, que sigue viva y coleando y a pesar de todo el daño inmenso, profundo y espantoso que hizo a la humanidad, todavía tiene los arrestos de emitir juicios y opiniones acerca de lo que es, hoy por hoy, la vida de los seres humanos que poblamos esta maravilla de planeta azul, así practiquemos, creamos, o simplemente simpaticemos, con la religión católica. Por supuesto, como en todo lo que los seres humanos organizamos, hay claroscuros en ella de tal manera que podemos encontrar algunos miembros templados y conscientes, muy puestos a vivir su actualidad; y otros que pretenden -¿de verdad será así o será su anhelo adorado nada más?- que todavía esta religión es dueña de los pensamientos, sentimientos y cuerpos de los pobladores de la Tierra y se permiten comentarios públicos que de verdad me provocan náuseas y hacen que mi sangre arda de indignación.

El ya famoso cardenal José Ratzinger ha informado a las mujeres la manera en que debemos vivir para ganarnos el reino de los cielos, aunque en este mundo nos "vaya como en feria", limitemos nuestro crecimiento como seres humanos, evitemos el encontrarnos a nosotras mismas y vivamos plenamente como mujeres.

Este "señor" (que de no ser cardenal me imagino que podría ser un típico marido machista del siglo XVII viviendo plenamente en éste) nos dice que deberemos mantenernos fieles a nuestro carácter conyugal, como si este carácter fuera nada más cosa de mujeres. La fidelidad, creo sinceramente, es un comportamiento decidido en ambos lados de la cama y previamente debiera ser pactado y no impuesto entre AMBOS miembros de la pareja.

También nos recomienda luchar contra la sexualidad polimorfa y no desear con concupiscencia, aunque no comprendo exactamente hacia dónde lo enfoca. Creo que cada cual vive su sexualidad como desea hacerlo y nadie, absolutamente, tiene derecho a intervenir en ello. ¿Se trata de cambios en los gustos sexuales en cuanto al género o, simplemente al cambio y variedad del juego y del coito? No sé lo que el cardenal Ratzinger quiere decir, a lo mejor ni él mismo lo sabe... No debería, ya que es un sacerdote católico y ellos, por escogencia, no tienen por qué conocer la sexualidad de las mujeres. Para él, ¿cuáles son los placeres deshonestos hablando de sexualidad? Para mí, los que se han dado en algunos seminarios, los que han ganado la conciencia y comportamiento de ministros de la iglesia católica que se han aprovechado precisamente de su investidura para dejar salir, ahora sí, su sexualidad polimorfa y sus deseos de concupiscencia.

De todo lo que me enteré que este señor Ratzinger dijo, lo más impactante, ha sido su recomendación para que vivamos cuidando al otro para el que hemos sido creadas. ¿...Perdón...? Yo fui creada para mí, así tiene que ser. Y todos hemos sido creados para nosotros mismos, para que nos encontremos, desarrollemos, crezcamos y vivamos de acuerdo con lo que queremos hacer de nuestra vida, incluso compartirla con el ser que amamos. No pertenecemos a nadie más que a nosotros mismos y eso es precisamente lo que nos diferencia de los objetos y animales, que sí tienen dueños y forman parte de un pequeño o grande capital. Las mujeres, como los hombres, no hemos sido creados para ser de alguien más, aunque todavía en algunas partes del mundo que habitamos se viva de esa manera vergonzosa. Ciertamente, la iglesia católica envía ese mensaje de sumisión y ausencia de autovaloración a las mujeres del mundo, manteniendo con ello la dominación mental, emocional y física sobre el género... o al menos, eso pretenden.

Mientras comentaba con mi hija de 24 años este asunto, ella me decía algo que creo arroja luz sobre lo que la juventud actual siente y piensa: "No me siento parte de ello". Y es así. Las nuevas generaciones viven su religiosidad de otra manera, si es que la tienen; las mujeres saben que afuera hay un mundo inmenso esperándolas, que las oportunidades para sentirse plenas y satisfechas con su vida están allí, esperando ser identificadas y tomadas, así tengan sean jóvenes, maduras o ancianas.

Durante mi adolescencia y juventud viví mi religiosidad católica con entusiasmo y entrega. Aprendí muchas cosas positivas y crecí en mi relación con la Fuente, con el Gran Titiritero. En el camino he aprendido que eso es lo valioso. Los intermediarios y sus pretensiones y mañas... quedaron tirados en el camino, aunque a veces las noticias lejanas y ahora ajenas, me revuelvan el estómago o coagulen la sangre.

domingo, septiembre 19, 2004

Yo y yo

Salí corriendo de la oficina, viernes por la noche, ansiosa de llegar a casa para descansar. El bullicio del tráfico ya no era motivo de queja, estaba adaptada a él aunque seguía soñando con vivir en el campo -lejano y plácido campo- en donde por las noches sólo escuchara el canto de los grillos y el de mi respiración. Pero todavía no podía darme ese lujo, debía esperar unos buenos años aún.

Ya pensando en el momento de la jubilación, daba vueltas en mi mente sobre lo que debía hacer cuando tuviera que abandonar mi vida de hace 30 años: levantarme por la madrugada para salir corriendo hacia una oficina, pasar mi día completo en ella y salir por la noche, buscando el descanso. Y me pareció que tomar un curso de cocina debía ser maravilloso; más que una tarea, me parecía un arte.

Llegué a casa finalmente, comí algo liviano y me puse a trabajar. Sentada frente a la pantalla de la pc, revisaba mi correo. Decenas de mensajes llegaban, uno tras otro. Incluso los que yo misma me enviaba desde la oficina, con material para trabajar o algunos apuntes importantes. Me llamó la atención uno enviado por mí esa misma tarde, pero que no recordaba haber escrito. Lo leí y tuve que releerlo porque no comprendía de qué se trataba. Revisé el remitente y sí, era yo misma. Pero ¿en qué momento lo escribí? No recordaba. Sin embargo, conforme iba posando los ojos en cada línea, identificando el contorno de cada letra, reuniendo en el cerebro el mensaje, iba dándole forma a la idea que estaba intentando captar desde mi cómoda silla.

Finalmente me di cuenta que estaba escribiendo acerca de MIS clases de cocina y, lo más importante, desde mi propia casa ubicada, sí, ¡en el campo! No podía dar crédito a lo que leía, así que me levanté a tomar un vaso de agua y despejar mi cabeza, no fuera que estuviera dormida sin darme cuenta.

Volví a la pc, pero allí seguía el mensaje. Entonces, como en un acto reflejo, decidí responderme. No supe exactamente cómo explicar la "sensación" que tuve escribiéndome a mí misma. Cuando vi "nuestros" nombres, es decir, el de remitente y destinataria, iguales, con las mismas letras, el mismo sonido al repetirlos, la misma cadencia... Esto ya lo hacía bastante raro. El texto del mensaje era esa conversación mía conmigo y me dio no sé qué, como un escalofrío en el corazón, como una comezoncita en el alma, no puedo definirlo bien.

Empecé a escribirme y quise contarme algo: cuando tenía 5 ó 6 años, una vez que estaba enferma, mamá se sentó a la orilla de mi cama a conversar y le pregunté cómo era eso de las siete personas iguales en el mundo; ella empezó a hablar y, estoy segura de ello, para entretenerme un poco, cambió la historia y me dijo que habíamos siete con el mismo nombre y que, quién sabría si no encontraría a una mujer rubia, a una pelirroja o a una negra con mi nombre. En ese momento, siendo tan niña, me impacté. A estas alturas de mi vida, lo que me impactaba era que sí, era verdad, había otra yo del otro lado de la pc, en algún lugar virtual, Y ESTABA HABLANDO CON ELLA QUE ERA YO.

Claro, cuando llegó la respuesta ya sabía lo que encontraría. Ambas teníamos la misma edad, los mismos gustos, escribíamos poesía, leíamos en nuestros ratos libres, aunque yo vivía en la ciudad que yo siempre quise vivir y trabajaba en donde yo siempre quise trabajar. Por supuesto, nuestros padres eran los mismos y nuestros hermanos también.

¿Sabés qué pienso? me dije. Que tenés algunas cosas, partes, trozos de vida que a mí me gustaría tener pero que no poseo. Y yo tengo los que a ti te hacen falta.

Esa noche apagué la pc con un cosquilleo en el alma, como si la sangre me corriera en las venas al ritmo de un merengue.

Esta correspondencia virtual se prolongó por algunas semanas. Cada día me descubría rasgos iguales, gustos exactos, pensamientos paralelos, sentimientos calcados. Llegó un momento en el que los mensajes ya no los escribía completos, porque yo empezaba acá un párrafo y antes de siquiera pensarlo, venía mi mensaje de allá con la última parte de él o a la inversa. Así que seguí jugando a completar pensamientos conmigo misma.

Al cumplirse el día 28, ya no era necesario enviar mensajes. Tenía 2 ó 3 días de iniciar un pensamiento aquí y completarlo allá, o de empezar a sonreírme allá al recordar mis experiencias y terminar riéndome acá por el mismo recuerdo.

Hoy es el día 30. Esta mañana, al despertar, quise levantarme de la cama para encender la pc y encontrarme. Pero no pude. Me vi sentada en la silla, escribiendo como siempre. Cuando quise palpar mis carnes y huesos, no pude encontrarlos. Corrí hasta el espejo... y no pude verme. Ahora me pregunto qué haré para decirme a mí misma que me perdí, que no me encuentro. Aunque tal vez podré hallarme cuando encienda nuevamente la pc.

domingo, septiembre 12, 2004

Tiempo

Hace tiempo ya, treinta años largos y llenos de vivencias, vivíamos una época oscura en la historia guatemalteca. Entonces, entre las carreras de la semana, una tarde se pasó la voz y nos invitaron a conocer a un grupo de músicos que cantaban folklore y protesta; siendo jóvenes y transgresores como éramos, nos unimos a un mar de gente que a cielo abierto y despejado, esperaba expectante a que se presentaran. Venían de lejos, muy lejos, de Argentina, y su música y letras eran de muchos cantores del enorme sur, que nos regalaron en ese pequeño concierto que nos hizo sentir más fuertes, unidos y decididos.

Y como el tiempo es implacable, pasó raudo y veloz y pasé sin escucharlos más que en los discos de vinil, pero en los 80's volví a saber de ellos. Llegaron de vuelta a mi país y volvieron a usar su magia para reunir a miles de personas en otro concierto al aire libre.

Esta semana, vi la publicidad en los diarios. Y se me ocurrió invitar a mi hija para que me acompañara. Ella creció escuchando su música. Casi sin tiempo para conseguir las entradas, nos apresuramos y encontramos ubicación cercana al escenario. Entre mucho alborozo, aplausos y alegría, iniciaron el concierto. El Quinteto Tiempo, que ha permanecido fiel a sus inicios, nos llevó de la mano por el largo, largo camino en el tiempo, habiéndonos hecho recordar no sólo el primer encuentro, sino los temores, frustraciones y dolor que se vivió en esos días. También los sueños, ilusiones y anhelos, algunos de los cuales - a través del tiempo- hemos logrado realizar.

Una de las situaciones interesantes es que ahora llegaron auspiciados por el Instituto Interamericano de Derechos Humanos, conjuntamente con la Secretaría de Justicia de Argentina; y su viaje actual por América Central está también auspiciada por los organismos más representativos del quehacer en búsqueda del bienestar de los centroamericanos. Ya no nos preocupamos de ser "fichados" por acudir a escucharlos.

Fue algo casi mágico lo que vivimos. Reencontré la emoción con algunas interpretaciones antañonas que me dieron oportunidad de retrospeccionar en mí misma para verificar que a veces sacrificamos nuestros anhelos por otras comodidades, por algunas responsabilidades pero que, finalmente, el tiempo mismo nos brinda la medicina para sanar heridas o tristezas. Ese mismo tiempo que se nos escapa entre los dedos -¡treinta años!- a veces nos transforma, nos moldea, nos lleva de la mano o nos saca del camino. Reconocí que aquella sangre joven, rebelde, atrevida, transgresora, ahora es más razonable, medita, analiza y piensa. Creo que esa es la diferencia: que antes me dejaba llevar por lo que sentía, ahora es a la inversa, pienso más antes de actuar. Pero a veces, como esa noche, abro el dique a las emociones y vuelven a salir mi voz y mis sentimientos a raudales, para decir lo que es una verdad irrefutable: a pesar de que vivimos un tiempo aparentemente diferente, que las tres décadas transcurridas se han llevado consigo muchas vidas, muchas ilusiones y han propiciado cambios, el fondo de la protesta sigue siendo la misma porque las cosas, en verdad y de fondo, no han cambiado. Y no hablo de política, hablo del egoísmo y avaricia de nosotros, los seres humanos comunes y corrientes, que por mantener nuestro estatus y comodidades hemos olvidado -o pretendido olvidar- lo que nuestra sangre joven sabía y conocía muy bien. Y en ese "olvido" o ver hacia otro lado, hemos dejado que la injusticia y el abuso continúen campantes sin ningún costo.

Lo importante, creo, es no terminar nuestros días sin haber hecho el esfuerzo por cambiar las cosas. "Por dar vuelta al viento, como la taba..." Así como el Quinteto Tiempo nos enseña.

sábado, septiembre 04, 2004

Un largo camino nos espera

Francisco Reyes López, ex-vicepresidente de Guatemala del gobierno del FRG recién pasado, fue arrestado el pasado julio para ser procesado penalmente. Está siendo juzgado por haber intentado apropiarse de un inmueble del Patronato Antialcohólico, valuado en Q26 millones (unos US$3.25 millones). A pesar de haber pretendido evadir la acción internándose en un sanatorio privado propiedad del ex-ministro de Salud Pública de su mismo gobierno y actual diputado por el FRG, médicos del Estado evaluaron su salud y determinaron que no era necesaria su reclusión en ningún centro de salud por lo que juez competente dictó orden de aprensión y fue conducido a la prisión. En días posteriores debió presentarse al juzgado para dar declaraciones, aunque no sin haber demorado la acción al presentar una demanda en contra del Estado: contravenir la orden que señala que los reos deben portar un traje naranja para diferenciarse de los usuarios de los tribunales, por medidas de seguridad. Finalmente no se presentó, enviando a sus abogados en representación y aduciendo que su presencia no era obligatoria pues es sólo un derecho que se otorga a los detenidos.
La demanda -que se presentó ante la Corte de Constitucionalidad- inicialmente fallada en contra pero al final, a favor (fuera de todo contexto), modificó la resolución sobre una acción de inconstitucionalidad en el uso del overol naranja y favoreció al ex vicepresidente y con él, a todos los ex funcionarios del gobierno anterior detenidos por diferentes razones pero que pueden englobarse en una sola: robo descarado de los bienes del Estado. La CC llevó a cabo una larga sesión en donde los magistrados miembros del FRG, partido gobernante anterior, cumplieron a cabalidad con su tarea de "taparse todos con la misma chamarra".Según los abogados defensores, dicha norma atenta contra la dignidad y los derechos humanos de los reos. Según una fuente de la CC, los magistrados que favorecieron la acción basaron su voto en que "cualquiera podría vivir esa situación y sería muy indigno vestir el traje". La CC emitió el fallo basándose en los siguientes argumentos: Violación a los derechos humanos de quienes portan el traje anaranjado. Los reos sufren denigración en su dignidad.

Me imagino que el señor Reyes López sentía mucha vergüenza de sentirse dentro del uniforme más conocido del país, aunque nunca sintió vergüenza al cometer las fechorías que se le impugnan, más otras "que pasaron de noche", como decimos acá, y que nunca fueron ni siquiera denunciadas pues se cometieron durante su co-gobierno. Se sentirá indigno al verse vestido de naranja y reconocido por todos aquellos que lo encuentren en esa condición, pero no piensa en lo indigno de su actuación prepotente y abusiva durante su desempeño como la segunda fuerza dentro del Poder Ejecutivo de esta nación.

"Es deplorablemente sorprendente advertir que la conciencia de algunos magistrados es manipulada por un titiritero lejano, que decide cómo se resuelven las cosas en el seno de la CC, y resulta muy fácil establecer quién es el titiritero y quiénes los títeres", dijeron los miebros de la CC que votaron en contra. Este titiritero es Efraín Ríos Montt, el líder del FRG y ex presidente del Congreso de la República, actualmente privado de su libertad de locomoción ya que fue sentenciado a prisión domiciliar, que lo limita a movilizarse dentro del departamento de Guatemala. Ríos Montt está siendo juzgado por la muerte de un periodista durante los disturbios del llamado "jueves negro", en donde turbas coordinadas por el FRG hicieron destrozos y mantuvieron atemorizada a los habitantes de la ciudad capital, durante una jornada de "adhesión" a Ríos Montt y su partido gobernante.

Pero volviendo al tema de Reyes López, mi entusiasmo de la semana pasada se ha visto oscurecido -espero que temporalmente- por esta acción de la Corte de Constitucionalidad que evidencia que la mafia continúa ejerciendo poder en muchas esferas del Estado y que no será fácil ni pronto que nos veremos libres de ella. Sus tentáculos están en todas partes creando problemas e inestabilidad a fin de debilitar las acciones del gobierno actual que, como lo prometiera en campaña y está tratando de cumplir, amenazando la seguridad que les ha otorgado la impunidad.

Son cientos de delitos cometidos por muchos ex funcionarios de primera línea del FRG y algunos están ya en prisión preventiva mientras son juzgados, aunque por ahora vivan en un semihotel de lujo en donde pueden dormir tranquilos sin las amenazas a las que se enfrentan permanentemente los demás reos. Televisión, heladeras, camas cómodas y confortables... todavía tener "conectes" es sinónimo de evasión en este país. Sin embargo, la confianza en la justicia nos mantiene alertas.

Falta mucho por hacer. Esto todavía es el principio. Aunque saberlos guardando prisión es un aliciente o, más aún, el inicio del resarcimiento y el desagravio. Sólo el inicio. Falta que sean sentenciados.

Vamos llegando

Durante la primera visita del pontífice católico a Guatemala en 1983 y habiéndose alojado Karol Wojtyla y su delegación en la Nunciatura Apostólica en nuestra ciudad, un grupo de jóvenes universitarios rodearon la residencia vaticana y pasaron muchas horas cantando al Papa, quien salió a la verja del jardín y estuvo escuchándolos pacientemente, sonriendo, durante un buen rato. Decidimos unirnos a la fiesta y salimos hacia allí -mi madre, mi hermana y yo- para compartir la vivencia. Un contingente del ejército nacional vigilaba la manzana de la Nunciatura y era un teniente kaibil (nombre dado a los oficiales entrenados en el Centro de Adiestramiento y Operaciones Especiales del Ejército y que significa "Hombre Estratega, el que tiene la astucia de dos tigres") quien coordinaba la operación.

Los kaibiles deben su nombre a un rey del Imperio Mam, quien gracias a su astucia nunca fue capturado por los conquistadores españoles comandados por Pedro de Alvarado. Este teniente, a quien llamaré Juan García porque mi memoria me traiciona, era un joven apacible de unos 28 años, que después de esa noche empezó a frecuentar a mi hermana, que también era jovencita por esos días. En una ocasión, mientras celebrábamos algún cumpleaños o algo que tampoco recuerdo, al calor de un par de whiskies, Juan se puso platicador. Y ya que vivíamos aún el tiempo de las botas y las boinas (los kaibiles las usan todavía) una cosa llevó a la otra y la conversación se centró en lo que muchos de los presentes sospechábamos o habíamos escuchado contar, pero que hasta ese momento no nos había sido confirmado. Fue Juan quien empezó su relato con aires de valentía y ufanándose de sus hazañas, pero que terminó entre sollozos mientras los demás escuchábamos horrorizados su experiencia en la montaña, cuando patrullaban las aldeas y caseríos del nor-occidente de mi país.

Todavía recuerdo su rostro sudoroso, los ojos llenos de lágrimas y su esfuerzo por mantener el control y no romper a llorar. Los actos que nos fueron relatados -pruebas que debió pasar para demostrar que era un kaibil de verdad- quedaron presentes en mí porque es algo más fuerte que la razón, queda grabado en la conciencia.Y esta tarde, mientras veía por HBO a la detective superintendente Jane Tennison, de Scotland Yard, desbaratando el andamiaje de un criminal de guerra en Bosnia, lo recordé. Durante estas dos ediciones de Prime Suspect pude ver la muy buena interpretación de Helen Mirren, ya fuera asombrándose, horrorizándose o llegando hasta las lágrimas al ver fotografías de cadáveres apilados o imaginando musulmanes masacrados. Y estas escenas, precisamente, que desnudan el dolor de las mujeres ante los cadáveres de sus hombres -hijos, maridos o padres- me llevaron a las que repetí recientemente con aquella documental -también en HBO- acerca de Dominga, la sobreviviente de una de las masacres que se realizaron en Guatemala y que van formando el rompecabezas que, estoy segura -¿o quiero estarlo?- algún día terminaremos de construir todos los latinoamericanos.Chile quiere dar un paso decisivo y vuelven a intentar enjuiciar a Pinochet. Sí, sí. Ya sé que económicamente ese país se levantó y ahora están cerca de ser un país desarrollado, pero... ¿vale la pena vender la conciencia por eso? ¿O es que para que nos desarrollemos y crezcamos, para que dejemos de ser subdesarrollados debemos pagar con la vida de nuestros compatriotas y callarnos para siempre?Creo firmemente que no tendremos paz, al menos en mi país, mientras no hagamos girar la rueda de la justicia. Mientras no tengamos el valor de hacer pagar al que debe. Mientras no nos levantemos sobre nuestros pies, orgullosos de nuestro coraje y nuestra valentía, sin olvidarnos que antes que nosotros, muchos otros murieron por la libertad, la igualdad y la justicia. Para que seamos nosotros y nuestros hijos, los usufructurarios de esa vida.

sábado, agosto 21, 2004

Sor Juana Inés de la Cruz

De camino a casa desde mi oficina, por las noches, en ocasiones encuentro algunas trabajadoras del sexo que esperan a sus clientes en un par de esquinas oscuras cercanas del centro histórico.

Inicialmente me impresionaban el vestuario, el maquillaje y, siempre, hasta hoy, sus increíbles cuerpos. En una ocasión lejana, conversando con amigos, me comentaron que no todo lo que brilla es oro... es decir, no todas las chicas lo son. Así que puse más atención cuando las encontré y pude identificar a los travestis, tan lindas o más que las verdaderas mujeres. Hay clientes para todas, los vehículos pueden verse detenidos en la orilla de la calle, con las luces de emergencia titilando, mientras hacen "el trato" conveniente para ambas partes.

Hace un par de días, conversando con mi amiga Alma, una cosa me llevó a la otra y pensé lo que hará que los seres humanos negocien con sus conocimientos y experiencias sexuales; creo que la necesidad económica puede ser el detonante en algunos casos, pero también el simple gusto por hacerlo puede ser... realmente no lo sé. Sin embargo, en todo caso, creo que el enfrentar la vida de esa manera abierta -aceptar que se trabaja con el sexo- es un acto que amerita valentía y coraje en todo momento. Vivir soportando comentarios, miradas y tratos despectivos, ofensivos o amenazantes en algunos casos, requiere de estos atributos.

La prostitución está legalizada en mi país y las prostitutas declaradas y debidamente registradas deben pasar por un chequeo médico en la Dirección de Sanidad Pública del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social. Sin embargo, hay otras prostitutas que no se registran ni pasan por ninguna revisión. Éstas son las más, probablemente, ya que no existe un lugar específico en donde ubicarlas o son menores de edad que se esconden a cualquier registro o reconocimiento.

Pero también hay otras. Aquellas mujeres "decentes" que deciden permanecer afianzadas a una relación que no funciona más, que se agarran con uñas y dientes a una situación o a un apellido que detestan y que apenas soportan, pero que aguantan por lo que les reporta.

He visto hogares en donde la mujer se mantiene al lado del hombre por el bienestar económico, porque probablemente tienen una vida social importante y de "altos vuelos" y no quiere perderla, o porque no quiere o no puede emprender una vida independiente y de trabajo individual.

Para mantener este tipo de relaciones se justifican diciendo que los hijos no pueden pasar por la vergüenza o la pena de un divorcio o separación, pero ni les importa que vivan dentro de estos pseudo hogares en donde cada gesto, cada caricia, cada coito tiene precio, aunque ningún valor. Se enseña a los niños que vale más conseguir o mantener cosas materiales que buscar el equilibrio emocional, la paz y la felicidad mental y espiritual.

Las mil maneras en que las mujeres -a veces, los hombres también- nos prostituimos sin llegar a pararnos de noche en las esquinas a esperar a que alguien "nos levante", se ven diariamente y son tolerados por nuestras sociedades, sin que a nadie se le mueva un cabello. Pero la intolerancia, la rudeza y el desprecio que hipócritamente demostramos hacia los trabajadores del sexo es algo realmente nauseabundo. Vemos la paja en el ojo ajeno, pero nos obstinamos en hacernos de la vista gorda con los propios. Tampoco invertimos tiempo ni esfuerzo en enseñarles a nuestros niños lo que de verdad se vive en las calles, porque tratamos de mantenerlos aislados de la vida misma y les negamos la vacuna de la verdad que los hará fuertes ante la realidad. No sé si por temor, por ignorancia o por irresponsabilidad.

Puede ser hipocresía y nada más que eso...

Ya Sor Juana Inés de la Cruz lo dijo hace cientos de años. Y eso que en aquellos dorados tiempos no se conocía -al menos, no públicamente- a los travestis, la prostitución masculina y, mucho menos, a la infantil. Me pregunto lo que diría ella ahora... Probablemente, preferiría quedarse muda.

viernes, agosto 13, 2004

Es importante, pero no suficiente

En la última semana de junio, en la ciudad de México, Distrito Federal, se llevó a cabo una marcha multitudinaria en contra de la delincuencia que azota ese país. Esta convocatoria reunió entre 350 y 400 mil manifestantes, aunque la Secretaría de Seguridad Pública del D.F. dio 50 mil como la cifra de participantes. Se buscó seguridad, desaparición de la impunidad y exigencia a las autoridades de ayuda concreta para la erradicación de este mal que ya se extiende por toda América Latina.

Cuando en Guatemala el Presidente Berger tomó posesión del Poder Ejecutivo, encontró -hablando nada más de seguridad ciudadana- un cuerpo de policía pobre en número, carente de recursos y minado por la corrupción. Debido a que los índices de delincuencia no han bajado sino todo lo contrario, fueron sustituidos el Ministro y los dos Vice-ministros de Gobernación (del Interior) y el Jefe de la Policía Nacional. Unido a estos cambios, se inició un programa conjunto entre miembros de la policía y el ejército para la vigilancia en las áreas de mayor incidencia delincuencial, de día y de noche. Aunque en un principio se rechazó la medida por algunos miembros de la sociedad civil, se flexibilizaron posturas y, finalmente, se aceptó que el ejército participara activamente en el mantenimiento del orden y la paz social, ya que su papel de "defensor" de la soberanía hacia afuera de nuestras fronteras es prácticamente nulo por ahora. Es ya el momento que sean productivos constructores de acciones concretas y positivas.

Esta semana han sido convocados todos los actores de la sociedad guatemalteca para llevar a cabo marchas iguales a la de la ciudad de México en varias ciudades de nuestro país, el viernes 13. Sin embargo, creo que el problema no se resolverá con patentizar nuestra urgente necesidad de orden, seguridad y justicia. Acá debemos provocar, generar y atravesar fortalecidos por los cambios que esto implica.

Necesitamos una policía eficiente, jueces incorruptibles que apliquen las leyes con entereza y justicia, un sistema penitenciario a toda prueba en donde los delincuentes paguen su deuda social pero también aprendan a ser seres útiles y productivos; pero esto no lo es todo.

No podemos exigir honradez si nosotros mismos no la practicamos al evadir el pago de nuestros impuestos; si no denunciamos los robos o asaltos a nuestras casas o negocios porque pensamos que de nada sirve y provocamos con eso que la impunidad continúe campeando. Si somos los primeros en incitar a la corrupción pagando "mordidas" para no cumplir con nuestras obligaciones ciudadanas o para no sufrir alguna sanción o corrección por infringir la ley. Si usamos nuestros "conectes" en el gobierno, tanto a favor nuestro como de nuestros amigos o parientes -dependiendo de qué lado de la calle nos encontremos- para evadir responsabilidades o sacar ventajas. Si volvemos la vista hacia otro lado mientras otros cometen alguna fechoría. En fin, si hacemos las de los tres monos, aquellos mal llamados sabios: ver, oír y callar.

No podemos exigir que nuestro pueblo crezca, se desarrolle y progrese, si hacemos uso de la "Ley del Embudo" (grandote para mí, chiquito para vos) en cada acto de nuestra vida ciudadana, si no enseñamos a nuestros hijos a amar sus raíces, a sentirse orgullosos de haber nacido en su país, si discriminamos a nuestros compatriotas por ser diferentes, por tener menos, por saber menos.

Queremos un lugar mejor para vivir, pero NO HACEMOS NADA PORQUE ASÍ SEA. Levantarnos por la mañana, salir a trabajar y cumplir con lo mínimo que se espera de nosotros, volver por la noche y sentarnos a ver televisión para vivir en un mundo de ilusión y fantasía, no es trabajar por mejorar nuestra patria sea ésta México, Uruguay o Guatemala. No se fortalece nuestra identidad si rechazamos comer nuestros platos típicos, detestamos nuestras músicas o nos burlamos de las personas que visten sus ropas autóctonas, diferentes de las que nosotros gustamos vestir. Exigimos que nos den, pero no damos nada a cambio.

En la medida que nos sintamos orgullosos de nuestro suelo, de nuestras costumbres, de nuestra identidad, en esa misma medida estaremos dispuestos a luchar por vivir en el mismo pero, también, diferente país.

Debemos trabajar por aumentar nuestra autoestima cívica. Una marcha en contra de la delincuencia puede ser el principio. Aparentar estar unidos puede ser importante, pero no es suficiente.

domingo, agosto 08, 2004

Guatemala, 03:03:33

Eran casi las diez de la noche y soplaba un viento frío que calaba los huesos. El cielo estaba limpio y se veían todas las estrellas, como nunca los había visto en mis 24 años. El viejo barrio en donde se ubicaba el apartamento que ocupaba estaba totalmente callado, nadie se aventuraba a salir con tal descenso de temperatura.

Después de prepararme para descansar vi una película y me fui a la cama un poco antes de la media noche. Como estaba un poco resfriada, dejé un poncho sobre los pies de la cama por si me daba frío en la madrugada. Apagué la luz y me quedé dormida a pesar de que la luz del alumbrado público entraba por la ventana de mi habitación...

Entre sueños desperté porque mi cama se movía. Me senté y esperé a que el movimiento cesara... era un pequeño temblor de tierra y cuando fue pasando, volví a tumbarme de espaldas para seguir durmiendo, pero en ese instante todo cambió.

Se escuchó como si la tierra crujiera y simultáneamente, todo dio vueltas. Sentada a la mitad de la cama, se me hacía imposible tratar de bajarme de ella; los movimientos de toda la casa eran terribles, parecía que estaba sobre un potro salvaje que corcoveaba sin descanso, al mismo tiempo que se mecía con fuerza, oscilante.

El techo de madera del apartamento parecía gemir de dolor mientras amenazaba con partirse y el sonido que venía de la tierra trepidante, era como un retumbo que subía de tono a cada segundo. El alumbrado público se apagó debido al seguro que tiene instalado desde hace muchos años, previendo que al pasar de determinado grado de intensidad, un movimiento telúrico provoque que las líneas se rompan y eso inicie incendios; al miedo por el espantoso corcoveo y el terrible sonido, se sumó la profunda oscuridad.

Mientras estaba aferrada a la cama tratando de mantener la calma a pesar de que todo ese terror parecía aumentar a cada segundo, pensé por un momento que era el fin del mundo, que de esa no saldría con vida. La fase de destrucción duró solamente 49 segundos y la intensidad fue de 7.6° en la escala de Richter, aproximadamente la energía equivalente a la explosión de 2 mil toneladas de dinamita.

Cuando el movimiento y el sonido cesaron y pude, finalmente, controlar el temblor de manos y piernas debido al miedo, bajé de la cama poniéndome el poncho encima, y traté de encontrar una vela y fósforos en la mesa de noche. Todos los muebles habían cambiado de lugar y en la terrible oscuridad, a tientas, no encontré lo que buscaba, así que me dirigí a la cocina. Al pasar frente al baño, mis pies tocaron agua pero seguí de frente. Encendí la vela y bajé al primer piso para hablar con mis vecinos. Debido a la hora -eran las tres de la madrugada- estaban un poco reacios a salir, pero mi temor convenció al de ellos para que fuéramos a la calle. Allí encontramos al resto de vecinos de la cuadra y en un pequeño radio de transistores escuchamos una estación de Honduras dar la noticia: en Guatemala había ocurrido un terremoto de grandes proporciones que había sido percibido en territorios mexicano, salvadoreño y hondureño.

Al salir el sol, quedamos perplejos: las únicas casas que se mantenían de pie en la calle en donde vivíamos eran cuatro, incluida la que yo habitaba. El resto estaba derrumbada sobre la ancha calle, dejando ver dormitorios con las camas vacías, roperos abiertos, salas llenas de restos de paredes y techos; los niños pequeños dormían en los brazos de sus angustiadas madres, los mayores empezaban a dar paso a la curiosidad, venciendo al miedo. Los muy ancianos recordaban el terremoto de 1917, también de enormes daños y comparaban el recuerdo con la experiencia recién vivida.

El occidente del país fue el más golpeado y algunas poblaciones fueron totalmente destruidas, como si la mano inmensa de un dios destructor hubiera pasado sobre ellas sin ninguna misericordia, dando vuelta a los cerros, cambiando de cauce los ríos y asustando a los animales, haciéndolos huir despavoridos.

En este país de infinitas montañas, de enormes volcanes y maravillosos precipicios, los movimentos telúricos son constantes y estamos todos acostumbrados a ellos. Sin embargo, después de ese día nada volvió a ser para mí como antes. Cada vez que un temblor de tierra me alerta, pongo mis cinco sentidos en tratar de escuchar si no viene con retumbos de tierra o haciéndola encabritarse. Y si el movimiento se prolonga o se intensifica, mis piernas paralizadas por el miedo hacen un esfuerzo para buscar una salida, tratando de mantener la calma para no provocar un accidente de proporciones mayores al del temblor.

Acá distinguimos bien lo que es un temblor a un terremoto. No es lo mismo. Los que vivimos los dos meses posteriores de réplicas podemos dar fe... hasta el próximo terremoto, que será antes de que se cumplan los cincuenta años después del 4 de febrero de 1976, a las 03:03:33.

http://www.deguate.com/infocentros/guatemala/Historia/terremoto.htm
http://www.terra.com.gt/turismogt/antigua2.htm

Las amenazas reales

El Vaticano dice que el feminismo moderno amenaza a la familia. Con este encabezado presentó CNN la noticia que nos confirma, una vez más, la postura de la iglesia católica con relación a lo que, según ellos, debe ser la manera de vivir del género femenino para garantizar el equilibrio de las familias y, por ende, de las sociedades en el mundo.

Primeramente, debo reconocer, no ha sido el Vaticano el único responsable de que el género femenino haya sido postergado; muchas otras cúpulas religiosas del mundo mantienen la misma postura, si no alguna peor que ésta, transformando las vidas de las mujeres en simples existencias, sin ningún tipo de aspiraciones, entusiasmo, deseos -incluido el sexual-, motivaciones o ilusiones, transcurriendo de principio a fin por un camino yermo, sin ninguna probabilidad de cambio o superación.

Al Vaticano le preocupa ahora, según dice la nota, la nueva corriente de cambio con relación a la familia. El aparecimiento de los matrimonios homosexuales y el concepto de la familia no bi-parental, que de alguna manera mueve los cimientos de la sociedad actual pero en realidad no por su existencia en sí ya que siempre han existido, sino porque ahora salen a la luz del día y se oficializan, por así decirlo, restándole poder a la hegemonía machista y reconociendo el valor que las mujeres también tenemos para el normal desarrollo de los seres humanos y no sólo por nuestra labor como madres.

Sin embargo, la falta de coherencia entre lo que dice y lo que hace el Vaticano es notoria en puntos como su rechazo al control de la natalidad, aunque eso signifique millones de niños hambrientos o abandonados; le disgusta y condena la homosexualidad, sin aceptar que el gusto o inclinación sexual de las personas es eso únicamente y que no los convierte en seres anormales, monstruosos o incapacitados para llevar una vida plena. Persiste en mantener el celibato en los seminarios y conventos, provocando con ello que la fuerza de la sexualidad contenida se transforme en desviaciones y degeneraciones que han afectado a inocentes, pues al no aceptar que la sexualidad debe manejarse sin sentimientos de culpabilidad ni vergüenza y que es algo natural que brinda bienestar a quienes así lo comprenden, han sido responsables directos de un sinfín de casos dramáticos, incluso al tratar de evitar que se conozcan este tipo de circunstancias o pagando a los involucrados y creando con ello situaciones a todas luces inmorales.

Las enseñanzas que las distintas religiones nos han dejado tienen un punto de confluencia: el machismo radical que hemos vivido y que, poco a poco y por el propio esfuerzo femenino apoyado por algunos hombres visionarios y conscientes, está cediendo paso a una mayor participación de las mujeres en cada área de nuestras vidas. Sin embargo, es necesario aceptar que el machismo empieza por el hogar mismo, transmitido de generación en generación, alimentado por las propias mujeres, las madres de cada familia, que han reforzado su existencia en el afán de sobreproteger y cuidar a sus propios hijos o mantener o propiciar la permanencia obligada de sus parejas cuando éstas ya no desean sostener la vida en común, o para mantener un status económico y social por el vínculo del matrimonio ya sea por temor o incapacidad de enfrentar una nueva vida o por simple comodidad. En el interior de muchas de estas familias conservadoras, la típica madre es aquella "mujer alfombra" que deja de tener vida propia para volcarse desmedidamente en el cuidado y atención del marido e hijos varones, malcriándolos y haciéndolos inútiles, limitándoles el desarrollo integral, la posterior consecución de una paternidad responsable y plena -en el caso de los hijos- y de compartir con su pareja la responsabilidad del hogar y de los hijos, en el caso de la pareja.

Este mismo criterio se aplica en las hijas mujeres, haciéndolas aportar tiempo y esfuerzo para atender al padre y a los hermanos, sembrando la semilla que después dará sombra al hombre e hijos propios, que harán de la vida de estas jóvenes una copia al calco de la de sus madres.

La limitación en cuanto al crecimiento y desarrollo integral llega disfrazada de necesidad de colaboración dentro de la familia, evitando que las niñas asistan a las escuelas para obligarlas a participar, incluso, en la crianza de sus hermanos menores sin darles tiempo de vivir su juventud para encontrarse, repentinamente, en sus propias vidas como esposas y madres en una cadena interminable, una pesadilla de la cual no se puede despertar.

Si asisten a los servicios religiosos, los sermones que escucharán serán acerca de cómo las mujeres "decentes" deben sacrificar sus propias vidas en beneficio de la familia sin importar lo que ellas realmente anhelan para ellas, en pro de la felicidad de la pareja o como ejemplo para los hijos... así sean éstos no deseados, producto de un hecho violento o de la ignorancia.

La satanización del rol de mujer como tal -con un goce claro y profundo de nuestra sexualidad, calificando al conocimiento de nosotras mismas y nuestra autorrealización como algo inmoral y egoísta- es un hecho ancestral, no podemos responsabilizar a nadie vivo hoy de su vigencia; pero sí podemos modificar las cosas, paso a paso, buscando el equilibrio de derechos y responsabilidades en cada familia, educando a nuestras hijas para hacerse respetar por sus propios padres y hermanos y enseñando a éstos el respeto que las mujeres merecemos como seres humanos iguales; seamos ejemplo como mujeres autodeterminadas, con autoestima y coraje para enfrentar la vida hombro con hombro con nuestra pareja, siendo boyas, no lastre. Empecemos por nosotras mismas y ayudemos a todas aquellas a las que nuestra vida toque, que por debilidad o desconocimiento no puedan emprender el camino solas.

Lo que la iglesia católica o cualquier otra religión opine estará bien, siempre y cuando no violente nuestras mentes, cuerpos y corazones de mujer.

lunes, julio 26, 2004

Certeza

Corría septiembre de 1921, en plena temporada lluviosa. Los cafetales se veían nuevos y brillantes, el agua lavaba todas las tardes la vegetación y arrastraba con ella el poco polvo que levantaba el viento por las mañanas. Había un aroma dulce en el ambiente y el sonido de las hojas secas al ser pisadas había sido sustituído por el de moscas y zancudos que volaban en nubes cuando algo los hacía levantarse del suelo. La humedad se metía a través de las suelas de las botas. El calor en la costa se pegaba al cuerpo y apretaba la piel sin descanso haciendo sentir manos y pies inmensos y pesados, como si fuera el mismo efecto que causa el miedo.

Debían terminar la faena temprano y viajar a la finca "La Esperanza" para llevar el pago de los mozos a su padre, que lo esperaba desde el viernes; siendo ya sábado, debía estar impaciente. Así que apresuró el paso al mismo tiempo que hacía blandir el machete a través del atajo.

Al llegar a la casona de madera se quitó el sombrero y empinó el vaso de limonada helada que le esperaba en las manos de la cocinera. Él entró en la casa fresca, atravesó la sala de esquina caminando por el pequeño pasillo hasta detenerse en el lavamanos de porcelana blanca que estaba justo a la entrada del comedor, para asearse prolijamente antes de sentarse a comer. Mientras eso sucedía, Eusebio Pérez -el viejo Chebo- fue presuroso a la cocina a recibir el almuerzo para servirlo en cuanto el patroncito se sentara, para quedarse quieto a su espalda observando sus movimientos y presto a espantar las moscas con el paño blanco que colocaba perfectamente doblado sobre su brazo derecho.

Después del almuerzo, Chebo recogió la mesa y se sentó a comer rápidamente. A las 4:30 saldrían rumbo a La Esperanza para dejar las alforjas con "el pisto" y ya sabía que para este viaje él era el elegido para acompañar al joven patrón.

Media hora antes de salir y después de haber terminado sus tareas en la casona, Chebo fue a la caballeriza y ensilló a Tormenta, el negro y brioso caballo que montaba Francisco; para él preparó a Pelusa, la mula parda. Sabía que nunca estaría más seguro que en su lomo; hacían un excelente equipo cuando de montar por la montaña se trataba. Buscó su saco de paño negro y lo colocó sobre la manzana de la silla, se ajustó el sombrero negro también y esperó pacientemente a que Francisco apareciera por el camino empedrado que bajaba de la casona a la caballeriza, lo que ocurrió cinco minutos antes de la hora establecida. Montaron ambos y enfilaron hacia el occidente, siguiendo la luz del sol.

Después de dos horas de camino, montaña arriba y adentro, Chebo se puso el saco y Francisco subió el cierre de su chumpa. La humedad debajo de los árboles, con la luz del sol debilitada en el atardecer, hicieron bajar la temperatura ostensiblemente. ¡Y todavía quedaban un largo camino!

Un largo rato después, Francisco reconoció los linderos de La Esperanza y pensó con alivio que el viaje estaba por terminar; viajar a esa hora y con las alforjas llenas de dinero no era el viaje ideal. Sonrió pensando en su padre, quien estaría esperándole con la cena servida, seguramente. Pasaron el puente conocido como "Primavera" y al doblar el último recodo antes de terminar el ascenso, escucharon que al paso de ellos se unía un tercero. Los animales se inquietaron, resoplando, y casi se encabritaron, transformándose el trote en algo incontrolable. Francisco le gritó a Chebo que controlara el paso y cuando volvió la vista para reforzar su mandato con la mirada, pudo ver a Pelusa desbocada, pegada a Tormenta, huyendo del sonido que parecía morderles los cascos.

Tanto Francisco como Chebo sintieron las manos y los pies pesados y enormes y una opresión en el pecho que les aleteaba bajando hasta la boca del estómago. Mientras más corrían las bestias, menos sentían que avanzaban. Francisco volteó nuevamente la cabeza buscando a Chebo y entonces alcanzó a ver lo que les seguía: era un animal negro y lanudo, casi tan alto como la mula parda, robusto y fuerte. Tenía las orejas cortas y puntiagudas, la trompa larga y amenazadora y las patas terminaban en cascos semejantes a los de las cabras. Los ojos le centelleaban como un par de brasas, mientras galopaba pegado a Chebo, quien tenía los ojos desorbitados y la tez pálida y húmeda. Los dos hombres quisieron hablarse, animarse o pretender que nada sucedía pero las voces se les hicieron piedra en la garganta. Francisco empuñó su revólver pero al querer amartillarlo, éste no respondió. Sin mediar palabra, formando un eslabón con las miradas, ambos enterraron las espuelas en los ijares de sus monturas, hasta remontar la cuesta y empezar el descenso.

Mientras tanto, el padre de Francisco se paseaba nervioso por los corredores de la casa, mirando insistente hacia la entrada de la finca. No se explicaba qué demoraba tanto a su hijo. Según lo acordaron, debía haber salido de la costa desde hacía cinco horas, tiempo más que suficiente para haber llegado, así que envió a Juan Trejo a hacerles encuentro. El tiempo transcurrió lento y a las 12:00 de la noche, estando casi convencido de organizar una cuadrilla para salir a buscarlos, vio entrar a Francisco y Chebo. Con las caras demudadas, los cuerpos temblorosos y las voces atrancadas todavía, se apearon casi sin esperar a que las bestias hubieran parado de su carrera loca, casi reventadas por el sobre esfuerzo. Al nada más verlo, su padre sabía lo que sucedió. Colocó una frazada sobre los hombros de Francisco, mientras indicaba a Chebo que buscara otra en el armario; mirando a los ojos de su hijo, conectándose con el miedo ancestral que encontró en ellos, sólo alcanzó a decir el nombre -bajo para que el ente no lo escuchara- en una afirmación: "El Cadejo..." Y abrazó a Francisco, dando gracias por tenerlo en casa.

Afuera, Juan Trejo se revolvía en el pasto, después de su encuentro con un animal fuerte de negro pelo largo, orejas puntiagudas, trompa larga y cascos que sonaban como un tropel de caballos. Él no tuvo tanta suerte, el Cadejo lo encontró a pie y lo arrastró, quién sabe hasta dónde...

El trabajo nos alivia el dolor

A lo largo de mi vida -que no ha sido corta- he padecido de depresión en dos ocasiones y en ambas cuando ha sido cuando he estado desempleada.  Y es que para mí trabajar es vivir.  Sentirme productiva, invertir mi tiempo en algo útil, interesante y, además, que me reporte ingresos, es vital.A pesar de que la biblia dice que el trabajo fue dado por Dios al hombre en castigo a su desobediencia (Génesis 3:17 Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.  3:18 Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo.  3:19 Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás) y a sabiendas de que hay muchos seres sobre esta misma Tierra que sienten que trabajar en realidad es un castigo, creo que somos más los que nos levantamos animosos por la mañana para cumplir con nuestras obligaciones diarias sean en el hogar, la escuela, una oficina, el campo, el arte, la medicina, ¡en fin!, en donde se nos ha dado la oportunidad de desarrollarnos o donde nosotros mismos hemos elegido hacerlo.

Si nuestro trabajo nos proporciona medios para vivir decorosamente, nos da satisfacciones profesionales y, además, nos refugiamos en él con alegría, podemos decir que aquella frase trillada de los 70's, "me siento realizad@", cobra vigencia.

Sin embargo, las estadísticas muestran que en Latino América los índices de desempleo suben y que los sub-empleos abundan, privando a millones de personas de los respaldos sociales básicos en el orden de seguridad, salud, recreación, educación.  No profundizaré en la calidad de vida que estos magros ingresos proporcionan, como tampoco diré que es prácticamente vergonzante.

Aún así, me maravilla el espíritu invencible -¿acaso el instinto de conservación?- con el que veo pasar por la ventana de mi apartamento a cientos de personas que madrugan día a día para acudir a sus labores.  Por ejemplo, veo a tres jóvenes mujeres que llegan al lugar que han elegido en una entrada del pequeño parque que queda enfrente de mi casa, en donde de 6:00 a 8:00 venden a los transeúntes desayunos ya preparados que los también laborantes consumen al paso o compran para llevar, bien empaquetados.  El padre de estas mujeres llega una hora antes, limpia el lugar, sitúa la mesa en donde se colocarán los alimentos y ordena las pocas sillas plásticas en donde se sentarán los parroquianos con el tiempo suficiente para detenerse allí, tal vez en lo que esperan el autobús que los trasladará a su destino.

Veo pasar a los repartidores de pan fabricado por las pequeñas y antiguas panaderías de barrio, haciendo equilibrio sobre sus bicicletas o motocicletas para evitar que caigan los enormes canastos rebozantes de pan francés o pan dulce, recién horneado.

Si me aproximo al centro histórico de mi ciudad y tomo la avenida que corre de norte a sur dividiendo la vieja ciudad en dos, veré a los cientos de comerciantes informales que van llegando, empujando o arrastrando los enormes bultos que contienen la mercancía que por la mañana desempacan y colocan con el mismo orden de cada jornada, para ser guardada por la noche y así, día a día, noche a noche, repetir la misma acción con la esperanza de terminar con esa entrega y adquirir otra para obtener las ganancias que necesitan.

Sea como sea, todos los rostros que veo presurosos por las mañanas y que miran hacia el frente con seguridad y ansiedad -esperanzados en que hoy las ganancias serán mayores que las de ayer y, con ello, saciarán la sed y el hambre en sus hogares, tal vez podrán completar la cuota para comprarse una cama nueva, quizás ajustarán la renta del cuarto en el que viven- forman parte de la población productiva de mi país.
Entonces, me pregunto, ¿por qué las personas que tenemos un trabajo serio -con respaldo y estabilidad laboral- no cumplimos con nuestras obligaciones, renegamos de nuestras actividades, discutimos porque no nos parece justo que el de más allá no está igual que nosotros (claro, ¡nosotros siempre nos sentimos peor!) o gastamos fuerzas y energías en "hacernos los locos" para no trabajar?  Quizás el no haber pasado por una crisis de verdad, no habernos dormido con el estómago vacío o pensando que al día siguiente deberemos ingeniarnos para llevar lo mínimo para nuestros hijos, nos haga ser insconscientes o ingratos con la vida misma; quizás hemos tenido la suerte de estar en un nivel de vida heredado por nuestros padres y nuestro esfuerzo no ha sido muy necesario, ¡la verdad no lo sé!

Creo que las palabras de William Shakespeare, "El trabajo nos alivia el dolor", nunca han sido tan antagónicas -verdaderas y justas, incongruentes y falsas- como en nuestros pueblos.  Los vientos de cambio deben soplar, deberemos abrir las ventanas y dejar que se lleven consigo las malas costumbres, los juegos sucios, las mentiras políticas, finalmente, la impunidad de nuestros países; cambios que deberán traernos justicia, orden social y por ende, paz.

martes, julio 13, 2004

Amor y aborrecimiento...

...no quitan reconocimiento.

Zury Ríos es la hija del General Ríos Montt. Además, diputada al Congreso de Guatemala desde hace tres períodos y lideresa del Frente Republicano Guatemalteco. Es una mujer de armas tomar, fuerte carácter y reconocida prepotencia, aparentemente involucrada en los disturbios del "Jueves Negro" que propició que en algunas ciudades de Guatemala activistas de ese partido invadieran las calles y algunos edificios, sitiando oficinas, rompiendo cristales a vehículos y ventanales, paralizando el tránsito por las principales arterias.

Debo reconocer que durante su desempeño como diputada por el Congreso, incluso siendo segunda Vicepresidenta al mismo, propició y logró que fuera autorizada y puesta en vigor la Ley Antitabaco de este país. Desde agosto de 2000 el Congreso de la República decretó una serie de regulaciones para la comercialización y consumo de cigarrillos exigiendo una leyenda de advertencia en los anuncios y empaques, entre otros, con sanciones de entre Q5 mil a Q100 mil.

Fueron publicadas en el diario oficial prohibiciones para evitar que los anuncios publicitarios de cigarrillos y bebidas alcohólicas sean transmitidos durante horarios de programaciones para niños y no antes de las 22:00 horas; en la publicidad que aparece en diarios y revistas guatemaltecos no se deberá colocar imágenes de personas fumando.

Está prohibido fumar en oficinas, hospitales, cines, supermercados, restaurantes y cafeterías -a no ser los que cuentan con área de no fumadores- así como en centros educativos y cualquier área cerrada en la que se reúnan varias personas.

Por supuesto, la industria tabacalera en este país trató por todos los medios de obstaculizar esta medida pero en reuniones maratónicas, apoyada por el entonces Presidente del Congreso, su padre, Efraín Ríos Montt, se aprobó la mencionada ley.

Tenemos ya casi cuatro años con la ley vigente y aunque eso no significa que las personas han dejado de fumar mágicamente, sí que la publicidad ya no bombardeará más a los niños y adolescentes, los más propensos a ser manipulados por esta industria inconsciente e inmoral.

Durante mi visita a América del Sur el año pasado, mientras hacía escala en Ezeiza para abordar el avión que me llevaría a Montevideo, compartí esos minutos con un grupo de adultos jóvenes entre los que se encontraba una linda muchacha uruguaya que despotricaba en contra de las leyes antitabaco que existen en la ciudad de EEUU en la que ella vive, manifestando su indignación porque le era vedado el derecho a fumar, sin darse cuenta que su derecho termina en el momento que éste agrede la salud y bienestar de otros.

Si quiero fumar, claro que podré hacerlo. Aunque claro, el mundo cada vez deja menos lugares para que lo haga y será mi decisión si quiero salir a fumar mis cigarrillos bajo la lluvia o la nieve -dependiendo del lugar en donde viva- dejando a salvo la salud de mi familia, amigos o compañeros de trabajo.

jueves, julio 08, 2004

Contando...

Uno
Una chica que, teniendo apenas dos años de vida matrimonial, sufre de violencia doméstica. El caso se remonta a muchos años atrás, cuando su padre hacía vivir un infierno -literalmente- a su madre y hermanos. Ahora la chica está repitiendo la experiencia, con el agregado de ser ella misma violenta. Los vecinos y amigos cercanos conocen la situación que, muy frecuentemente, los despierta por las madrugadas entre portazos, gritos y chillidos.

Dos
El semáforo cambia a rojo. Como de la nada, casi brotando del asfalto, aparecen 4 ó 5 niños que pueden tener entre 4 y 7 años. Ellas con el cabello sucio y despeinado, ellos pelados casi al rape. Cada cual desempeña su papel: uno hace malabares con tres naranjas, el otro tiene pintada la cara de payaso y hace algunos pases "de magia"; uno más se esfuerza por lograr algunos pasos de baile y otro más corre de carro en carro, tratando de limpiar los parabrisas. En esta esquina no hay escupefuegos todavía, todos son muy chicos. Muy pocas personas abren su ventana para darles alguna moneda, casi todos miran fijamente al frente, pretendiendo que estos niños no son, no están, no existen.

Tres
En los periódicos aparecen diariamente los casos de asaltos, violaciones, robos, asesinatos. Se recorre con rapidez cada nota y se busca el nombre de las víctimas, para saber si fue algún amigo o conocido. Cuando se localiza, se salta de una página a otra, sin detenernos a analizar lo que en realidad está sucediendo.

Y podría seguir enumerando, cuatro, cinco...

Estos casos pueden ser posibles en casi cualquier ciudad de América Latina, pero resulta que se dan en mi ciudad, en Guatemala. Y me sorprende ver cómo la asiduidad de ellos nos ha ido transformando en seres indiferentes a la violencia, a la pobreza, a la tristeza, al desamparo. De qué manera un rostro infantil dejó de provocarnos ternura para no provocarnos nada, en el menos malo de los casos, porque muy probablemente nos molesta ver a "los niños de la calle" que se nos acercan para pedir...

En qué momento perdimos la sensibilidad y las malas, terribles y violentas noticias de los diarios no nos conmueven, no nos asustan, no nos impelen a actuar, a buscar, a exigir que las cosas cambien.

Y de qué manera volvemos el rostro cuando la violencia anda cerca, probablemente en nuestro vecindario, en casa de nuestros amigos, tal vez en nuestra misma familia, pero por comodidad, por "evitarnos dificultades" nos callamos la boca, "nos hacemos los locos", y acá no pasó nada... hasta que lo que empezó por peleas domésticas termina en asesinatos violentos.

Para cambiar al mundo, primero deberemos cambiar nosotros mismos, hacia adentro, hacia nuestras conciencias y mentes. Nadie debería soportar hambre, violencia de ningún tipo, muerte por ninguna circunstancia a no ser la natural. Pero nos hemos convertido en piedra cuando lo que sucede no nos afecta a nosotros mismos directamente, y pareciera que nada nos mueve el piso.

¿Hasta cuándo?

lunes, julio 05, 2004

Misma vida, misma muerte

Viviendo así, a dos manos, en dos mundos paralelos y totalmente diferentes en cuanto a raíces y costumbres, teniendo el contacto permanente con los dos hemisferios latinoamericanos, es como más fácil darse cuenta que, a pesar de las inmensas y enormes diferencias, nos unen y hacen solidarios en nuestro diario vivir los ingredientes de esta materia prima de la que estamos hechos unos y otros y que nos caracterizan como seres pensantes y dueños de nuestro libre albedrío.

Ahora que allá, en el lejano sur están atravesando por la experiencia de las elecciones y que he podido profundizar un poco más en los gustos e inclinaciones de muchos uruguayos en cuanto a la corriente política a seguir, he identificado algunas reacciones que también nosotros, vivientes en el istmo y al calor permanente y eterno de nuestra tierra, también tenemos.

A la emotividad de los discursos políticos y con la necesidad de creer en alguien, nos hemos dejado llevar por el que hable más y mejor; por el que nos diga lo que queremos oír, aunque eso no signifique lo más conveniente para nuestra patria. "Se han juntado el hambre con las ganas de comer" y así, muchos hemos dado nuestra mano y nuestra confianza a algunos políticos astutos y avezados, que jurando hacer cambios estructurales en nuestra nación, no han pasado de hacer cambios de cuenta a los fondos del Estado.

Es imperante la necesidad de abrirnos el corazón y la mente para voltear las cosas y tal y como decía una canción de hace décadas, "el que no cambia todo, no cambia nada". Tal vez si nos cayera una epidemia de políticus vistus, políticus muertus podríamos salir adelante, haciendo que gente brillante, limpia de mente y manos pudiera trabajar en estos cambios, pero esos milagros ya no existen, desafortunadamente.

Es muy difícil creer en algo etéreo e intangible cuando se tiene el estómago vacío, cuando las fuerzas flaquean y se escucha llorar a nuestros hijos en un rincón de la casa; algunas fuerzas políticas hacen caso omiso de esta realidad pero tienen la suficiente verborragia para convencernos de sus "sanas" intenciones, pero las cosas no cambian. Sumemos a la pobreza la ignorancia -la falta de instrucción y conocimientos- y el cocktail está casi listo. Sólo falta el temor al cambio para completar la receta y así se repetirá la misma historia de décadas de explotación e impunidad.

Creo sinceramente que lo que falta en algunos de nosotros es la valentía de encarar la realidad que vivimos y trabajar por modificarla. Dejar a un lado nuestra tradición familiar de siempre, la que nos hace permanecer dentro de nuestra cómoda y confortable caparazón pero que, finalmente, nos tiene condenados a la muerte lenta porque todo cambia y quien no se sube al tren del cambio, se queda parado a la vera de las líneas, viendo pasar la vida.

Ya sea una corriente política de siempre o una novedosa, lo importante es que nos brinde la oportunidad de cambiar. Por nuestro bien y el de nuestras patrias. Para no vivir la misma vida, ni morir la misma muerte.

A tus ojos color del tiempo

En aquella montaña verde e inmensa, llena de viento puro y sol brillante, lejos del ruido de las ciudades y de las mentes modernas, allá en la cumbre, en donde parecía que el tiempo se hubiera detenido, allí vivía Segundo Ramírez. Hijo mayor de Candelario Ramírez y Ramírez, llegado a esa montaña hacía más de cincuenta años siendo apenas un niño junto con sus hermanos Juan y Fabián, cuando Rosenda y Mariano -sus padres- decidieron montar las mulas y dirigirse al interior de esa tierra nueva, en sentido contrario a la ciudad.

Pues bien, Segundo era hermano de Cecilio y ambos ayudaban a su padre a arar la tierra, bajo el cielo azul y radiante. Las pieles blancas con las que nacieron se habían curtido con el sol de cada día, de cada mes, de cada año y ahora eran mieladas y resistentes; a pesar de tener los ojos claros y el cabello dorado, no se sentían extraños en la aldea, eran tan nativos como el que más.

Con 18 años cumplidos, Segundo sufría pensando en el momento que llegara la patrulla del ejército y lo llevaran a la fuerza para cumplir los dos años de servicio militar obligatorio. Por eso prefería trabajar cerca de su padre, quien siempre estaba atento a los intrusos y él suponía que evitaría su partida.

Y fue así como una mañana, mientras trabajaban juntos, vieron pasar la comitiva: el tío Fabián iba acompañando a las monjitas que llegaban año con año a trabajar con los habitantes de la aldea. Les enseñaban a leer y a escribir, a las mujeres les daban clases de costura, de cocina, les enseñaban cómo mejorar la crianza de los niños y a mantener limpia la casa. Los ojos verde-amarillos de Segundo se fueron detrás de una de ellas, jovencita y blanca como una nube, con unos ojazos oscuros llenos de curiosidad y alegría. No se animó a decirle a su tata que el corazón le dio un vuelco cuando la miró, pero en cuanto llegaron a su casa, corrió a contárselo a Cecilio. Y juntos decidieron acercarse a la escuela para verla de cerca.

Mientras tanto, Rosa no cabía de contenta. Había decidio acompañar a las monjas durante esas vacaciones y conocer de cerca la realidad de su país. Nunca había imaginado que se sentiría tan identificada con la tierra, con el aroma del pasto, de los eucaliptos y de la leche recién ordeñada. Bajo su óptica de chica citadina, aquello era asombroso y si en algún momento sus padres pensaron que se aburriría y volvería antes del tiempo establecido, se habían equivocado totalmente.

Transcurrieron algunos días y Rosa tenía muchas tareas por cumplir y a su tiempo libre le jugaba la vuelta. Decidió ayudar en la alfabetización de hombres, que se hacía por las tardes, después de la cena. Todos ellos -jóvenes y no tanto- de las treinta y cinco familias de la aldea, se dirigían desde los cuatro puntos cardinales hasta la pequeña escuela para practicar su escritura. A Rosa y a su compañera Raquel les asombraba ver aquellas manos duras y callosas empecinadas en tomar los lápices y practicar: óvalos, óvalos y más óvalos, mientras los ojos de los practicantes brillaban con una mezcla de satisfacción y esfuerzo.

Al concluir las clases, dos horas después, todos se dirigían a la casita que ocupaba el grupo de mujeres; cuando llegaban, ya los más jóvenes habían encendido una enorme fogata en el espacio abierto que quedaba frente a la pequeña capilla y durante un buen rato todos, hombres y mujeres, se reunían para jugar rondas infantiles alrededor del fuego. El calor ancestral parecía unirlos a todos en un solo movimiento, en un solo sonido, en un solo sentimiento. Después de un rato, se despedían y volvían a sus casas para descansar.

Allí, alrededor de la hoguera, quedaba un grupo de adolescentes que se esforzaba por conocer más a Rosa y a Raquel, así como a sus otras dos compañeras. Las monjas se retiraban entonces a descansar, haciendo la recomendación de no desvelarse... demasiado. Fue así como Segundo consiguió hacerse notar por Rosa. Poco a poco, cada noche, mientras jugaban o cantaban acompañados por Daniel, el amigo, y su vieja guitarra, los ojos oscuros de ella vieron más y más los verde-amarillos ojos de Segundo contrastando con su piel de miel. Cada tarde, cuando iba hacia la escuela, no pensaba en otra cosa que en el momento de volver a la hoguera, para sentarse a su lado y ver sus ojos.

Así pasaron las semanas y, finalmente una noche muy fría, mientras todos los jóvenes contaban historias para que las citadinas aprendieran a admirarlos, Rosa deslizó la mano por debajo de su poncho y encontró la callosa mano de Segundo, haciendo que él volteara a verla con asombro e incredulidad. Los suaves dedos de ella conocieron las grietas y rudezas de las palmas de las manos de él y su corazón se llenó de ternura. Conocía a muchos chicos, allá en la ciudad, que a esa edad no habían hecho nada en su vida, ¡nada! Y este maravilloso ser, dulce y tierno, fuerte y vital, conocía el rigor del trabajo desde niño y lo asumía con responsabilidad y orgullo. Se enamoró en ese mismo instante, pero ambos guardaron muy bien el secreto frente a los demás. Sólo Cecilio lo supo.

Los días y noches volaron y llegó el final de la temporada. Todos los involucrados en el programa estaban meditativos, evasivos y ensimismados. Nadie quería tocar el tema del adiós. Así, como al vuelo, Fabián mencionó que habían visto varias veces a desconocidos merodeando por la aldea, que era gente extraña, campesinos algunos, pero "los que mandan" no. Y que el ejército también andaba por allí, recogiendo jóvenes para el servicio. Candelario se preocupó por sus hijos y decidió que ellos no acompañarían a las monjas cuando retornaran a la ciudad, no quería correr riesgos. Sin saberlo, Rosa y Segundo habían hecho planes de viajar juntos durante el recorrido de la aldea hasta el pueblo, con la esperanza de retrasar la separación. De cualquier manera, él la buscaría en cuanto pudiera.

La mañana de la salida, a Rosa se le secaron los ojos del esfuerzo por encontrar su figura viniendo hacia la capilla, que era allí en donde estaban todos despidiéndose. El corazón le latía con fuerza y quería pedir que la dejaran ir a buscarlo, pero sabía que sería muy mal visto por las monjas, de tal manera que llegó el momento de subir a los caballos... y Segundo no aparecía. Alguien le acercó las riendas de una yegua blanca y joven y ella la recibió sin mirar; montó y cuando jaló suavemente la rienda para enfilar hacia la salida, se dio cuenta que era Segundo quien estaba allí, paralizado y sin saber cómo decirle que no la acompañaría. Finalmente, sacó fuerzas de flaqueza y le contó que Candelario no quería que saliera porque era peligroso, pero que iría a buscarla pronto a la ciudad. Le acercó una servilleta de colores en donde su madre le enviaba pan de maíz, dulce y amarillo. Y con un fuerte apretón de manos y el corazón en la mirada, se despidieron. Rosa no articuló palabra, tuvo mucho temor de que los demás se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo entre los dos.

Pasaron los meses y Rosa se integró totalmente a la vida en la ciudad. No hacía sino recordarlo. Una mañana, yendo en autobús para su trabajo, se encontró con uno de los aldeanos y no pudo evitar preguntar por los queridos amigos. Le contaron que, al poco tiempo de salir ellas de la aldea, llegó un destacamento de soldados que buscaba guerrilleros. Al no encontrarlos allí ni conseguir que nadie los delatara, pensando que todos eran traidores, mató a muchos de los hombres del lugar; sólo él y otro anciano corrieron con suerte y quedaron vivos... Mientras Rosa escuchaba sentía que el alma abandonaba su cuerpo y cada vez se hacía más y más pequeña frente a sí misma; el dolor la atravesó totalmente mientras intentaba no escuchar: "¡...también Segundo se murió, seño...!"