sábado, enero 26, 2008

GANAR - GANAR


Fue al final de mi adolescencia, mientras iniciaba mi vida laboral, cuando a través de una conversación con mi padre, decidí pertenecer al sindicato del banco en donde trabajaba. Corrían los años '70 y la situación politíca en mi país no era la mejor, la guerrilla había iniciado sus operaciones en 1963 y el gobierno elegido democráticamente iniciaba sus operaciones militares de esta guerra que todavía no se había declarado abiertamente.
Con el pasar de los años y el incremento de la violencia, los ideales juveniles convertidos en conciencia social me tuvieron trabajando en el sindicalismo bancario de mi país durante diez años, todos ellos llenos de aprendizaje y satisfacciones, aunque al final del camino hayan habido tribulaciones, riesgos y angustias.

Haber trabajado en el sindicalismo (porque a pesar de lo que pensaban muchísimas personas, sí se trabajaba en aquellos días) fue una hermosa experiencia. A la par de cumplir con mis labores diarias en el horario de aquel tiempo (de 8:15 a 18:00, con dos horas para el almuerzo) que podía exigirme tiempo después de la salida por la tarde o los fines de semana, también tuve oportunidad de viajar al exterior para entrenarme y adquirir los conocimientos necesarios para desempeñar un papel eficiente en lo que todo sindicalista que se respeta anhela llegar a hacer: negociar un pacto colectivo de condiciones de trabajo. Fue así que, en 1979 concretamos la negociación del convenio que abarcaba a los trabajadores (sindicalizados o no) de dos bancos del sistema. Fue un interesante intercambio de conocimientos, en los que viví, no me contaron, las posiciones que nuestros patronos mantuvieron duramente hasta que el Ministerio de Trabajo intervino como mediador concretándose la firma seis meses después del inicio de esta última etapa. Para entonces, la muerte andaba pisando los talones de los dirigentes del país y después de que uno de mis compañeros fue ametrallado saliendo de su casa a las 7:00 de la mañana y los demás sufrieron persecuciones y acosos por la entonces policía judicial y el ejército, me enviaron por dos vías mensajes para que abandonara el país, cosa que hice en enero de 1982, cuando mi hija tenía un poco menos de un año. Por mi parte jamás milité en la guerrilla, nunca tuve nexos con ningún partido político pero sí trabajé para eliminar los abusos y explotación que se daban en aquellos días; hice frente a las injusticias, tal y como lo continúo haciendo en todos los ámbitos de mi vida.

Al volver a mi país continué sin involucrarme en ningún movimiento, previendo cualquier retorno del peligro. Me costó mucho encontrar un trabajo serio y bien remunerado y fue en 1985 cuando me llamaron de una embotelladora de Coca-Cola en mi ciudad; esta empresa estuvo cerrada por más de 18 meses después de que el sindicato tomó las instalaciones para evitar que fuera cerrada y perder sus puestos de trabajo y todas las prestaciones correspondientes. El libro Años de Sudor y Lucha, escrito por Miguel Ángel Alvizúrez, captura la historia de los trabajadores de esta fábrica que, en el transcurso de unos pocos años tuvo tres propietarios que jugaron con el trabajo, el esfuerzo y la vida de sus empleados.

Cuando empecé a trabajar con los nuevos dueños de esta embotelladora estaba lejos de saber que con los años estaría laborando, otra vez, en el área humana. Pero esta vez, del otro lado de la mesa. Habiendo transcurrido ocho años después de mi exilio, el contacto con los trabajadores -sindicalizados o no- volvió a darme enormes alegrías y satisfacciones. Por supuesto que tuvimos jornadas de discusiones e intercambios de opinión, pero pude experimentar las enormes diferencias que existen entre un sindicalismo de cuello blanco y uno obrero. Son totalmente disímiles. Los problemas que surgen, tratándose de que son generados por seres humanos, tienen las mismas raíces, eso sí. Pero ya en la práctica, se enfocan y manejan de manera muy diferente.

Ahora, a la distancia, después de más de veinte años, puedo revivir ambas experiencias (como sindicalista y como patronal) sin involucrar sentimientos, sin sentir el corazón salirse por la boca por el miedo, sin la satisfacción de haber cumplido con mi trabajo y mi obligación laboral, sin la emoción de haber alcanzado un logro que nos daría una mejor vida a todos.

Por supuesto, en ambos lados existen los seres entregados a sus ideales y conscientes de su realidad. Y también los aprovechados y sinvergüenzas. Lo que sí tengo claro es que ninguna de los dos lados -empleadores y trabajadores- puede pretender imponer su voluntad ciegamente sobre la otra. Ambas se necesitan, ambas viven la una de la otra y ambas deberían utilizar la empatía para facilitarse la toma de decisiones.

Es muy agradable ver que hay muchos grupos en Guatemala que trabajan conjuntamente para no matar a sus propias gallinas de los huevos de oro, sino todo lo contrario, para hacerlas más eficientes y triunfadoras. Es lamentable que el sindicalismo oficial, el que existe dentro de las instituciones de Estado, sea de la era cavernaria, en donde lo único que se anhela es exterminar al contrario, al que se visualiza como enemigo.

Y lo peor de todo, que pareciera que la historia empieza a repetirse en América Latina. Ojalá que podamos ajustar nuestros anhelos con las políticas económicas y sociales y lograr salir adelante con dignidad y valentía. Pero eso no se hace masticando odio ni resentimiento. Se hace con inteligencia, se busca a través de una relación en la que ambos bandos ganen.

Ganar-ganar. Esa es la receta.

sábado, enero 19, 2008

El canche


Pensaba escribir largo y tendido acerca de la situación política de mi país. El cambio de gobierno se dio el pasado lunes 14 y el partido Unión Nacional de la Esperanza (nombre más manipulador imposible) asumió el periodo próximo, de cuatro años. Nuestro actual presidente se declaró social demócrata y empezó su mandato nombrando el gabinete de gobierno, lógicamente. En menos de una semana han habido nombres que van y vienen, los sindicatos protestan, amenazan con paros, gritan y aparecen otra vez con todo el poder recuperado... y el presidente cambia de opinión y "desnombra" a los ya nombrados. Los ministros dicen sí, dicen no y a mí me parece que esta película ya la vi. Por ese motivo decidí no "hacer más bilis" y ejercitar paciencia y tolerancia, así como esperar resultados de esta aventura y emitir juicio al final de estos cuatro años.

Entonces les comparto esta pequeña historia urbana.

Hace algunos meses, dos o quizás tres, comentamos mi hija y yo que en un cruce importante y congestionado, generalmente, a pocas cuadras de casa, en donde el tráfico es pesado sobre todo a las horas pico, al ponerse en rojo el semáforo, aparecía saltando casi como de la nada, un joven diferente. Midiendo más o menos un metro ochenta, atlético, de cabello y barba rubio-rojizos, ojos azules y tez blanca, llamó inmediatamente nuestra atención.

El "canche" -como llamamos acá a las personas rubias y blancas- se para frente a la fila de vehículos que rugen esperando el verde, haciendo todo tipo de gesticulaciones, piruetas y malabares. Es ágil, simpático, cómico y hábil y tiene muy bien medido el tiempo: de un minuto con 30 segundos que dura cada rojo, utiliza 60 segundos en su performance y los 30 restantes en acercarse a las tres primeras filas de tres vehículos en fondo, para recoger "aportes".

En una ocasión lo escuché hablar y me di cuenta que su acento era del lejano sur. A la primera ocasión que tuve, cuando se acercó a recoger la moneda que despaché a través del poco espacio que quedó al bajar mi vidrio de piloto, le pregunté de dónde venía. Es verdad, lo retrasé unos 20 segundos, pero me contó que vino al país con un grupo de teatro italiano a dar funciones en el interior de mi país, a los niños de escasos recursos. Estando en esas conoció a una chica, se enamoraron y ella ahora está esperando un hijo suyo que nacerá en febrero.

Me contó la historia con el rostro lleno de alegría, lleno de luz e ilusión. "Así es que por eso estoy acá", me dijo. ¿Y de dónde viene?, le pregunté. "Soy argentino, de Buenos Aires", respondió. En ese momento cambió el semáforo y él, alegremente mientras corría, levantó el brazo y me gritó un "¡Adiós, seño!", colocándose en la bocacalle a mi izquierda, iniciando su acto de malabarismo.

A los pocos días volví a verlo y le pregunté si amargueaba, pues tenía un paquete de hierba en casa que un amigo me regaló, pero que no consumí porque pasar por todo el ritual del cebado para mí sola no me hace mucha gracia. Por supuesto que lo agradeció y un par de noches después llegué al cruce y le toqué la bocina; en seguida se aproximó a mi auto, sonriente, para recoger -esta vez- el paquete ofrecido. Me lo agradeció, sonriente, antes de correr al otro lado.

Pasaron muchos días y mi hija y yo no vimos al canche para nada. Anoche, viniendo a casa un poco más tarde que de costumbre, me tocó el semáforo en rojo. Entonces lo vi, colocando las esferas de colores en su cabeza, de allí para sus hombros, del derecho al izquierdo, del izquierdo al derecho y de allí para sus manos, mientras su rostro hace muecas divertidas y su larga cabellera atada detrás de la nuca, brilla bajo las luces de neón.

Apenas toqué la bocina de mi auto y él, que venía corriendo de vehículo en vehículo mientras saludaba con inclinaciones de cabeza y su mejor sonrisa, me gritó: "¡Ya voy, seño!" Yo había quedado en quinta fila y creí que no le daría tiempo para llegar antes del cambio de luz, pero llegó derrapando hasta mi ventanilla, extendiendo su mano hacia el vidrio completamente abierto, mientras me decía: "¡La hierba está muy buena!" Corrió a su siguiente esquina con los bolsillos llenos de monedas, tintineando mientras se golpeaban unas con otras en su carrera.

El verde llegó y los autos arrancaron prestos. Viré hacia la izquierda, mientras la figura del canche quedaba atrás, empequeñeciéndose, mientras las esferas volaban ordenadamente arriba de su cabeza.

Y me pregunto: ¿qué hace a un porteño salir de su ciudad hacia una ciudad como la mía, aventurando tanto, pasando penas y riesgos? ¿El mismo motivo que hizo que los vikingos salieran en su drakkar, buscando nuevas costas? ¿Sería la misma ambición de Colón por llegar a una tierra llena de dinero y oportunidades? ¿El ansia de descubrir nuevos mundos, como los astronautas? La misma razón, la curiosidad, la necesidad de nuevos horizontes. Probablemente buscaba llegar más al norte, pero por ahora, lo detiene el nacimiento de un hijo que tal vez no estaba en sus planes.

Como sea, me gustaría poder decirle a sus padres que está bien. Y que como yo, estoy segura, muchos chapines citadinos, cuando paramos en el semáforo de Calle Martí y 7a. avenida, buscamos al canche con la mirada, para entregarle, junto con la moneda que separamos para él, nuestra esperanza porque su vida llegue a puerto seguro.