miércoles, junio 30, 2004

Un dandy, ¡qué se entiende!

Todavía puedo escuchar el sonido del llavero cuando caía desde su mano, suspendido por la cadena de plata que pendía del cinturón de cuero negro. Siempre llegaba a la misma hora, puntual, a las 12:00. Entraba sin mediar palabra, se quitaba el sombrero y lo colocaba en el paragüero del hall -un lindo mueble de madera rubia, con ganchos de bronce para colocar los sombreros y los abrigos, además del recipiente de latón en el pie para colocar los paraguas mojados- y se dirigía al dormitorio de ella, para saludarla con infinita dulzura. El enfisema pulmonar la tenía atada a la cama y no se levantaba más.

Él nació cuando el siglo XIX moría. Fue educado como un dandy, su vida de niño y adolescente no tuvo complicaciones económicas; siendo un joven ya, sus horas se repartían entre la administración de las fincas de su madre y las visitas al club social por las noches, mostrando cuán hábil era para bailar el valz, compartir con sus amigos y hablar de fútbol, una de sus pasiones, que también jugaba semiprofesionalmente. Era un hombre elegante, vestía con exquisito gusto y su atractivo físico era pronunciado por su gentileza y caballerosidad.

Cuando se enamoraron, decidieron casarse y tener hijos, pensaron que lo mejor era mudarse al campo. Se entregó a hacer rendir las cosechas y ver crecer las siembras; y cuentan que no hubo en ese tiempo caña de azúcar tan desarrollada y tan de buena calidad como las que salieron de sus manos. Sabía de café como nadie en el territorio y sus conocimientos para la siembra y cosecha del grano todavía se aplican. Y cuando la United Fruit Company llegó al país, también se entusiasmó con la producción de bananos.

Sin embargo, soñaba con el desarrollo y crecimiento urbano en la zona y algunos barrios del pequeño pueblo de entonces -hoy una ciudad llena de vida comercial y agropecuaria- fueron fundados debido a su generosidad y espíritu visionario.

Padre tierno y amoroso, inclinado a tener cerca a su familia, se convirtió en abuelo mimoso e infatigable guía. Todo lo que sabía de historia -vivida y aprendida- lo trasladó sin egoísmos; las calles, avenidas, situaciones, experiencias, todo lo bueno o no tan bueno que se vivió en el país y en lo que hubiera estado relacionada su familia o él mismo, lo sabía y lo contaba.

El campo no fue tan campo como en sus palabras y nadie conocía tan a fondo el comportamiento de plantas y animales como él.

Siempre usó pantalón, camisa y sombrero caqui mientras trabajó en la costa, aunque se adaptaba muy bien a los ternos de casimir oscuros, con sombrero del mismo color haciendo juego con la corbata, que en ese tiempo sólo se usaban camisas blancas. Los zapatos impecables, el bastón en la mano derecha y la eterna cadena de plata de donde colgaban las mismas llaves de su felicidad, asomándose discretamente por el bolsillo.

Ese era mi abuelo. De él escuché las primeras maravillas de mi tierra, de él aprendí que como dama debo esperar que los hombres sean caballeros, y comprendí que el amor está más allá de lo físico y material.

Mis pies de niña sobre los suyos, aprendiendo a bailar, se transformaron en mis huellas sobre las suyas, pretendiendo seguir sus pasos en la vida.

Es mi homenaje a mi abuelo Quito. La fuente de ternura y disciplina más enorme que conocí.

De Italia y Alemania en el fútbol

La noticia de las no clasificaciones de Italia y Alemania en la Eurocopa de Fútbol próximo han hecho preguntarme cómo es posible que dos gigantes de este deporte hayan perdido cada cual su oportunidad para afianzarse en sus respectivos puestos o, al menos, en lo que media humanidad esperaba. Y no es que sepa mucho o poco de fútbol, es que, sencillamente, pienso que lo sucedido a los equipos de Italia y Alemania nos sucede a todos los humanos con mucha frecuencia.

Muy seguros de nosotros mismos, conociendo nuestras fortalezas y habilidades, hacemos de menos nuestras debilidades y riesgos y en nuestra actitud sobrada, con el corazón lleno de soberbia, no nos hacemos dueños de los resultados de nuestros descuidos, sin aceptar nuestra responsabilidad en ellos.

Y cada paso que damos en la vida es lo mismo. Cuando estamos desempleados rogamos por un trabajo -no importa cuál, pedimos en nuestra desesperación- pero cuando ya lo hemos obtenido y nos sentimos seguros, dejamos de cumplir con entusiasmo y profesionalismo las responsabilidades que tenemos asignadas, haciendo nada más lo que dice nuestra hoja de descripción de puesto, atenidos a la letra muerta, sin buscar el crecimiento hacia adentro y hacia afuera de nosotros mismos.

Y si es en nuestra vida de pareja, vamos cantando la misma canción. Damos por hecho y por sentado que desde el momento en que ambos hicimos patente nuestro amor, ya nada más era necesario, olvidándonos de ser atentos, corteses, interesados en las actividades del otro, en su bienestar y en su crecimiento; el egoísmo y el acomodamiento van comiéndose las bases de la relación y un día, sin más ni más, nos encontramos enfrentados a la persona que amamos -o que solíamos amar- para descubrir que no podemos tolerar vivir ni un minuto más en su compañía... pero al vernos al espejo sabemos muy bien, allá dentro de nuestra soberbia, que ese rostro refleja al responsable de la mitad de la misma actitud sobrada de siempre.

Y como nuestra vida es una cadena, si nosotros individuos no estamos haciendo las cosas bien tampoco las haremos en nuestra familia o en nuestra comunidad, mucho menos estaremos preocupados o, mejor, ocupados en hacerlas mejor para nuestros países. De esa cuenta, el deterioro de los cuadros políticos nos mueven a protestar pero no a participar; la impunidad nos irrita, pero no somos capaces de denunciar un hecho de corrupción; despotricamos en contra del desorden y la suciedad de nuestras ciudades, pero nos "hacemos los locos" cuando vemos a cualquier persona tirar basura en la calle o, incluso, nosotros mismos lo hacemos ya sin siquiera disimular nuestro desapego por el orden.

Nunca he sido partidaria de no votar. Creo sinceramente que sí es nuestra responsabilidad acudir a las urnas electorales y decir allí, con todo el derecho y la obligación -ambas- de ciudadanos, lo que deseamos para nuestro país. No importa si votamos en Uruguay, en Guatemala o el Zimbawe, no podemos exigir nada a nadie si no hacemos lo que consideramos correcto u oportuno para conseguir mejoras.

Y si no existe una opción digna o que sea la que pretendemos, estará en nosotros empezar a trabajar para ir propiciando los cambios, cada cual desde su espacio y su lugar. Haciendo bien nuestro trabajo, a conciencia, con entusiasmo y profesionalismo, no importa si barremos la calle o si hacemos cirugías en el alma ya que tener un diploma no es garantía de este profesionalismo, sino la entrega a la rectitud, la honradez y a la eficiencia con que desarrollemos nuestras actividades.

En fin, retomando el hilo del inicio, será una pena no poder ver a Italia y a Alemania en esta Eurocopa. Pero, seguramente, los que ocuparán esos puestos harán su mejor papel para brindarnos un excelente espectáculo... o al menos, ¡eso es lo que esperamos!

jueves, junio 24, 2004

Las diferencias enormes

La situación guerrillera entre uno y otro país, es diferente.

Por lo que he podido aprender de ustedes a través de todo lo que ha pasado por mis ojos, aparentemente la sociedad uruguaya no tenía razones reales de fondo, sociales o humanas, para iniciar una guerra de guerrillas. Al menos eso creo por lo que he leído. He aprendido que son una sociedad culta, preparada, que contaba con un alto nivel de vida, quizás el mejor de América Latina.

En mi país no es así. Y no es que esté de acuerdo con la violencia, con el terrorismo o los abusos. Pero acá sí se moría de hambre -en algunos lugares, se muere todavía- se mataba a la gente porque se le consideraba menos valiosa que un chucho*, en fin, largo de contar.

No soy capitalista feroz, creo que el que trabaja debe tener de acuerdo con su esfuerzo. Pero en esta tierra mía eso vale un cuerno; acá muchas personas se matan trabajando pero algunos todavía se mueren de hambre, la ignorancia MANTENIDA COMO UNA POLÍTICA DE ESTADO durante muchos decenios no había permitido que la gente pensara por sí misma. Ha sido recién ahora, después de los 30 años de guerra interna y de la firma de la paz "firme y duradera" (espero que así sea), que los pobres de este país mío han encontrado el camino: HAY QUE TERMINAR CON LA IGNORANCIA Y ESTAR ORGANIZADOS. Y no en guerrillas, que de eso nadie quiere saber, sino como comerciantes, agricultores, artesanos, exportadores...

Nuestra tierra tiene movimiento. Altas montañas, intensas cordilleras azules que tocan las nubes. Abajo los valles fértiles, sembrados del verde esmeralda de la caña de azúcar, azulados por los tallos de cebolla, amarillos por la flor del frijol negro, dorados por las espigas de trigo. En esta tierra mía, el que siembra, cosecha. Y si vas al altiplano, verás desde las cumbres las infinitas colchas de retazos en todos los verdes, que cubren montañas y valles... Son los minifundios, cuidados y hechos productivos a costa del sudor agridulce del amor a la tierra y de la necesidad de matar el hambre.

Pero hay otras tierras. Las inmensas, las grandes extensiones, los latifundios. Aquellos que son usados para nada, que sólo representan dígitos en algunos estados financieros, que suman en la vanidad y la codicia. Tierras en las que si sembrás una piedra, te retoña, porque su fertilidad no tiene parangón. Pero están ociosas, dormidas, cansadas de descansar. Y alguien, en algún momento, habrá de despertarlas a azadonazos, con picos y palas, con arados y manos. Ese es el destino de nuestra tierra, en que los que tienen mucho -demasiado- compartan con los que no tienen nada. Pero no por la fuerza, no porque venga un sistema y les robe lo que les pertenece, sino porque se haga conciencia y los que no tienen puedan pedir y les sea dado con justicia, como los que tienen de más reciban el precio justo de lo que darán. Porque los que ahora mueren de hambre, los que se secan en sus huesos frente a la indiferencia de los achichincles de turno, serán los últimos de nuestra historia.

La vida es acción y reacción. No existe el dos, sin que antes existiera el uno. Los sindicatos se formaron para defender derechos laborales, para afirmar el valor del trabajo ante la explotación (y que conste que no estoy usando palabras nomás, no deseo sonar vacía y demagógica). De igual manera, como los médicos acuden ante la enfermedad, algunas cosas han ocurrido como reacción a vicios y excesos de la humanidad.

Estoy segura que si no hubiésemos pasado por todas nuestras dolorosas experiencias, nada de lo que estamos viviendo hoy estaría sucediendo. Nos habríamos quedado suspendidos en el tiempo, en la época de la colonia española: arriba, los ladinos. Abajo de sus botas, los indígenas. Hay mucha gente a la que ese sistema le conviene y le gusta. Pero no más. Es tiempo de cambiar. Y estamos en el camino.

Doy fe.

CLAROSCURO

Se levantó temprano en la mañana, apenas a tiempo para llegar al baño y descargar la náusea y sus sospechas en una bocanada ayunada. Después se irguió sobre sus piernas, se lavó la cara y se miró al espejo. Blanca de tez, cabello castaño y los ojos lánguidos y llorosos, rodeados de enormes sombras violáceas. Parecía que estaba a punto de morir... al menos, así se sentía.

Se dirigió a la habitación, entró casi flotando y de reojo lo miró a la cama. Así, tumbado, durmiendo todavía sin señales de querer levantarse para ir al trabajo; manso, casi sin defensa... en sus manos. Pero se daría prisa para tener el desayuno preparado para cuando se levantara, no quería volver a provocar su furia. Así que fue a escoger las naranjas para sacar el jugo, puso la mesa y salió para la panadería a comprar un poco de pan dulce para acompañar el café. Cuando volvió, lo escuchó en la ducha. La náusea clavó las uñas en su estómago y subió hasta su esófago, amenazante. Respiró profundo, cerró los ojos y rogó por no tener que interrumpirlo, sería terrible.

Después de ducharse, él se secó con la toalla que debía estar impecable y olorosa, y la anudó a su cintura antes de salir del baño; se dirigió a la habitación y casi la rozó cuando pasó a la par suya -sin mirarla- mientras ella tendía la cama. La imaginó pálida y ojerosa. Se recreó pensándola entregada y feliz, pero también miedosa y acorralada. Tuvo deseos de abrazarla y mimarla; dentro, muy dentro de sí mismo, necesitaba tenerla a su lado para lastimarla y hacerla sufrir o para colmarla de besos y caricias.

Con la prisa de la mañana, se vistió raudo y cruzó casi corriendo por la cocina, dejándola a ella, lívida y sorprendida, asustada y aliviada, con el jugo de naranjas sobre la mesa, la náusea en la garganta y el miedo en las entrañas.

Volvería por la noche. Y ambos tendrían, nuevamente, otra oportunidad de jugar con la vida... y la muerte.

NAVIDAD

Estoy dormitando y no me muevo en la cama porque me disgusta sentir el frío de las sábanas. Con mis escasos 10 u 11 años, me doy cuenta que algo extraño sucede en la casa. El sonido de un martillo y de cosas que se arrastran y golpean me desconcierta. Decido levantarme a ver de lo que se trata y me encuentro con una imagen que todavía no se borra de mi memoria: mi abuela Api, subida encima de una mesa, claveteando tablas y cajones, armando y desarmando; figuras inentendibles para mí en ese momento. Me vuelve a ver cuando le pregunto ¿qué hace? Con el cigarrillo en la boca, mientras entrecierra los ojos por el humo, se sonríe y me manda de vuelta a la cama. Mañana será otro día, me dice y me promete que lo que veré me gustará mucho. Pero no debo tocar, "sólo ver".

Así que la ilusión y curiosidad se levantan conmigo en la mañana y me dirijo rápidamente al hall, en donde sigue mi abuela trabajando en medio de cajas, paquetes, aromas viejos que en mis recuerdos verdes y tiernos, me traen emociones que baten alas de alegría. Me acerco despacito, para no interrumpirla y, al mismo tiempo, poder curiosear sin ser vista. Encuentro entonces que cada paquete envuelto en papel periódico no es otra cosa que aserrín de un distinto color, piedrecitas pómez, musgo, hilos de manzanilla, gusanos de pino, arena. Y dentro de las cajas, bien empacadas, las figuras italianas de pastores, reyes magos y rebaños de ovejas aparecen a medias.

Salta mi corazón de alegría, porque sin darme cuenta hemos llegado a la mejor temporada del año: la navideña. Y toda la actividad de mi abuela me lleva de golpe hasta ella. Api está preparando el "nacimiento" de todos los años y cada caja, cada tabla, cada agujero, se transforman en grutas, montañas y valles; un espejo será un plácido lago con sus patos y cisnes, un riachuelito aparecerá bajando de una ladera y un trozo de desierto con palmeras y arena traerá hasta el portal a los tres Reyes Magos montando sus camellos para presentar sus obsequios al Niño que aún no aparece en el escenario... hasta el 24 de diciembre a las doce de la noche, en que mi abuela corre a colocarlo en el pesebre, entre sus padres y el calor del buey y la mula. Desde lo alto, un ángel de túnica color rosa alaba la llegada de Jesús.

En una esquina, arriba del nacimiento, un hermosísimo pinabete guatemalensis, con su fresco y dulce aroma, lleno de bombas de colores, bricho plateado, foquitos de colores y largas "lágrimas de San Pedro", completa el cuadro navideño.

Mi abuela Api no está más con nosotros, nadie en la familia hace un nacimiento tan elaborado y bello como el que ella hacía, nuestras casas son chicas y no tenemos espacio para ello; además, la prohibición de cortar pinabetes nos ha hecho conscientes de su peligro de extinción, así que nos conformamos con un árbol "de mentiras", fabricado en Korea o China. Pero el recuerdo maravilloso de las navidades de mi infancia aparecen siempre por estas fechas.

La creatividad y su espíritu incansable hacían de Api una artista. Y su imagen no se borrará de mi memoria jamás. Me mira sonriente, mientras entrecierra los ojos por el humo del cigarrillo...

SOY HEMBRA

Soy hembra. Soy una mujer. Y soy madre. Pero antes de serlo, soy un ser humano. Como es un ser humano el hombre que amo. O mi hija. O lo fue mi padre.

Con sueños, ansias, deseos. Todos asumiendo nuestras responsabilidades, enfrentando nuestros retos, buscando nuestra autorrealización. No importa si somos mujeres o si son hombres, todos tenemos un rol que cumplir en nuestras vidas. Y somos dueños de nuestras decisiones para cumplir con esto. Nos fueron dados instrumentos para lograrlo: inteligencia y cuerpo.

Yo, como mujer, amando a un hombre, alguna vez soñé con tener hijos... cuando estuviera preparada para ello. Eso significó planificar mi maternidad a mi propio tiempo, de acuerdo con las posibilidades económicas del momento y hasta que no encontramos las condiciones ideales, nuestra sexualidad fue vivida como tal, sin relacionarla con la descendencia.

Fue una decisión mía, antes que de nadie más. Teniendo que trabajar para vivir, para crecer y desarrollarme, la idea de traer al mundo a un ser que dependiera de mí y a quien debiera guiar en la vida, me hacía terriblemente difícil dar el paso. Cuando me decidí a ser madre, mis temores y barreras se habían vencido por la madurez y el paso fue dado con cordura y seguridad.

Sin embargo, me pregunto, ¿y si hubiera engendrado a mi hija en otras circunstancias, en otras condiciones, en diferente momento? ¿Si no hubiera amado al padre, si me hubiera tenido que enfrentar a una violación o si, habiendo estado embarazada, alguna circunstancia médica hubiera puesto en peligro mi vida y hubiera corrido el riesgo de dejar en la orfandad a otros hijos? ¿O que alguien, un perfecto desconocido, me hubiera obligado a mantener un estado de gestación no deseado, peligroso o nocivo para mi salud física o mental? ¿O que, habiendo decidido no traer hijos al mundo, una ley religiosa me hubiera "condenado" porque más vale morir de hambre -madre e hijos- que vivir decorosamente o salvar la vida? ¿O dar a luz a un ser congénitamente enfermo, producto de un incesto, una violación o un estupro?

Sé muy bien lo que yo habría dicho o pensado. Sé muy bien lo que habría sentido. Porque yo soy dueña de mi vida, de mi cuerpo y de mi pensamiento. Y por esa misma claridad de vida, jamás habría aceptado la injerencia de nadie en ese tipo de decisiones. Pero, lamentablemente, no todas las mujeres actuamos, pensamos o sentimos igual. No todas somos fuertes para defender nuestra posición o para hacer valer nuestro criterio. Muchas, muchas más de lo que nos imaginamos, son obligadas a vivir una vida que no desean, teniendo que asumir una unión que no quieren, una maternidad forzada o esconder un agravio a su intimidad y a su propia vida.

Las religiones, con su enorme poder y brazos larguísimos, todas manteniendo reglamentos inventados hace siglos, han influenciado a los Estados para legislar sobre las vidas Y LOS CUERPOS de las mujeres, con mentalidad masculina, con ojos de hombre, SIN PREGUNTARNOS, sin tomar en cuenta nuestros sentimientos, ni nuestros deseos, ni nuestros temores y realidades. Ningún hombre ha experimentado -ni lo hará jamás- el proceso de la gestación y todo lo que implica. Y eso mismo debería ser suficiente para no tomar decisiones sobre ello. Es como si nosotras tomáramos decisiones o legisláramos sobre la conveniencia o no de cómo deben usar sus penes.

Somos mujeres y, algunas, decidimos ser madres. Pero la condición de hembra no tiene nada qué ver con la maternidad. Es una circunstancia totalmente aparte. Es verdad, sí, que por ella, en ocasiones, llegamos a la otra. Pero no son sinónimos. Podemos y debemos gozar de nuestra condición de hembras, sin que nadie ¡mucho menos un hombre! nos diga cuándo, por qué y cómo ser madres.

Como nosotras no les decimos cómo ser hombres... aunque a veces lo sepamos mejor que ellos.

DOMINGA Y MILES MÁS

El miércoles recién pasado mientras veía por HBO Olé "Discovering Dominga"*, muchos demonios, temores y dolores volvieron del pasado para tomar forma y ser otra vez reales en este país mío, desde el borde del sillón en que me encontraba con el corazón palpitante y la respiración contenida.

Nací en 1952, durante el Gobierno de Jacobo Árbenz Guzmán, democráticamente electo. En 1954, el Movimiento de Liberación Nacional -ultraderechista- apoyado por EEUU, derrocó este gobierno y se inició la persecución y exterminio de todos aquellos que no militaran en sus filas. Mi padre y tíos tuvieron que salir del país, exiliados, y después de un año, mi madre y yo los alcanzamos en México. Un año después pudimos regresar a Guatemala. Crecí entre dos corrientes: la familia de mi madre, de ultra derecha y la de mi padre, socialista.

Estudié en un colegio católico, aunque vanguardista. Las monjas coordinaban y administraban un programa, "Operación Uspantán", llamado así porque se desarrollaba en el municipio de este nombre, en el noroccidente del país. Un área rural, casi en su totalidad, con mayoría de población indígena. Se trataba de llegar a las diferentes aldeas y trabajar durante casi dos meses de las vacaciones de fin de año escolar (que acá coinciden con el fin de año); se alfabetizaba, evangelizaba, se trabajaba con las mujeres en el área de higiene y cuidado de los niños, llevábamos medicinas y me tocó atender un pequeño puesto de salud en el que se veían los casos más increíbles pero que, generalmente, se trasladaban al puesto de salud de San Miguel Uspantán si nuestro poco conocimiento de primeros auxilios se veía desbordado. Fue un contacto directo -y que me cimbró de pies a cabeza- con la realidad de mi país, no con lo que en la ciudad se piensa que es la realidad. Después de esa experiencia y habiendo culminado mis estudios, empecé a trabajar en un banco.

Las condiciones laborales que en 1944 tuvieron un giro positivo con la visión y corriente de la Revolución de Octubre, después del golpe de estado de 1954 a Jacobo Árbenz, retrocedieron y sus leyes fueron violadas una y otra vez sin que nadie pudiera -o quisiera- cambiar este estado de cosas. Se irrespetó el pago del salario mínimo en el campo -de un nivel irrisorio- y se volvió a las viejas prácticas de un casi esclavismo. Los millones de dólares siguieron danzando, pero para las cuentas de los mismos y muy pocos de siempre: caficultores, azucareros, algodoneros, ganaderos. Y en la ciudad, los industriales más antañones.

Corrían los años 70's. Por supuesto, todos los gobiernos en Guatemala habían sido "electos" democráticamente... pero no siempre el que ganaba las elecciones era el que gobernaba. En Guatemala se vivía, desde 1963, una guerra de guerrillas que cada vez era más cruenta. Sobre todo en el interior del país. El movimiento sindical guatemalteco reconoció la necesidad de accionar y fue así como, en muchos casos, con la ayuda del IADSL (Instituto Americano para el Desarrollo del Sindicalismo Libre) o la CTG (Central de Trabajadores de Guatemala) se capacitó a miles de trabajadores para que pudieran defender los derechos ya obtenidos o trabajar para mejorar las condiciones laborales de ese momento.

Mi vena paterna se hizo patente. Y me afilié al sindicato de trabajadores de mi lugar de trabajo, habiendo sido capacitada durante 6 años para poder llegar a ser dirigente en su momento. Éste llegó en 1978, durante el gobierno de Lucas García, cuando la represión en Guatemala era la más espantosa y sangrienta de su historia.

Paralelamente a mi trabajo en el banco, empecé a levantar textos para un grupo de sacerdotes y profesionales que trabajaban directamente con comunidades indígenas en el interior del país. Si como dirigente sindical sabía de los horrores de caer en manos de la policía o el ejército de mi país, con estos textos mi conciencia creció y se llenó de pavor. Decenas de miles de personas fueron masacradas. Poblaciones enteras quemadas. Mujeres, ancianos y niños asesinados sin la más mínima conciencia, sin empacho. Es más, con la peor de las sañas. Puedo verme otra vez, a mis 20 y tantos años, leyendo horrorizada y mecanografiando con temor pero al mismo tiempo con furia, todas las verdades que quedaron bajo tierra durante muchos años.

Guatemala no puede -ni debe- olvidar su pasado. Menos que nunca ahora que todo el horror parece levantarse de entre las cenizas del olvido, entre todos los muertos nuestros. No existe NI UN SOLO guatemalteco, ni uno solo, que no tenga un pariente, un amigo, un compañero de trabajo, un conocido cercano, desaparecido o asesinado por esta locura represiva. ¿Cómo podemos hablar de perdón si vimos asesinar a nuestros padres, nuestros hijos, nuestros maridos o mujeres? ¿Podríamos cerrar los ojos y dormir tranquilos si hubiésemos visto quemar viva a nuestra familia? ¿O violar a nuestras hijas por todo un batallón, para después ser traspadas por muchas bayonetas? Necesitamos justicia. Y, con ella, eliminar la impunidad.

Y estos fueron los demonios que Discovering Dominga trajeron a mi alma. No puedo, como ser humana, como mujer, como guatemalteca, legar a mis descendientes un comportamiento de acomodamiento y tibieza. Nuestra historia ha costado muchas vidas.

http://www.fut.es/~fqi_sp02/nunca_sp.htm
http://shr.aaas.org/guatemala/ceh/report/spanish/toc.html

* Documental acerca de una sobreviviente de la masacre de Río Negro, en 1982, durante el gobierno de facto de Efraín Ríos Montt.

HISTORIAS

En mi primer acercamiento al Uruguay, 1978, me impresionó entre otras cosas el sentido de pertenencia, de afecto, de solidaridad, de familia, que pude percibir en el grupo de personas con las que tuve la alegría de convivir. Esta fue una de las razones -si no la más importante- que me hizo, cuatro años después, decidir emigrar para allá. Aunque el norte del continente me proporcionaría mejores ganancias económicas, un mejor nivel de vida material, más oportunidades de trabajo y crecimiento, la certeza de poder darle a mi hija -entonces de dos años- un ambiente sano, acogedor, familiar y con principios y bases sólidos, me inclinó a tomar un vuelo de PAN AM hacia Montevideo. Esta decisión que tomé obligada en su momento por la situación política de mi país, la revertí cuando acá las condiciones cambiaron y pudimos volver con el mínimo de seguridad física y con la expectativa de reivindicar una vida normal en mi propia tierra. Como regalo de despedida, mis amigos Dilacio nos obsequiaron un casete con canciones de Alberto Cortez, especialmente aquella "Cuando un Amigo se Va". Las razones eran obvias. Y el efecto que me causó, permanece en mí hasta hoy.

Durante mis años de vida -que son muchos- he tomado conciencia de lo que la palabra amistad realmente significa. De lo que de verdad pesa y vale en nuestros días, cuando la vivimos intensa y plenamente, de cara al sol pues no puede ser de otra manera. Es un toma y daca constante, una simbiosis enriquecedora, con bases de verdad -aunque ésta sea fuerte o dura o dolorosa- pero también de solidaridad y servicio. Y estos actitudes y acciones salen fácil, espontáneas y naturales. No se piensa mucho en ello, se da y ya. Porque es la amistad una forma del amor. O, más aún, debe estar -debe ser- en el amor, pues de lo contrario éste no es más que un sentimiento egoísta de autocomplacencia, trátese del amor que se trate.

Qué mejores amigos de los padres sus hijos, qué más cercano amigo que el amante o el hermano. Sin embargo, no es un gen que nazca con los humanos sino más bien un enriquecimiento que se va adquiriendo a lo largo de la vida y que va echando raíces fuertes y profundas para afincarse bien, al mismo tiempo que sus ramas proyectan una enorme y fresca sombra sobre los así llamados amigos.

Mi muy querido amigo porteño, Hugo, conociendo mi debilidad por todo lo uruguayo, me hizo llegar hace ya un buen par de años, un ejemplar del boletín de Equinox y de allá para acá todo ha sido aprendizaje y evolución. Lo más importante, haber encontrado en ese cálido espacio virtual los atributos de la amistad, la solidaria, la combativa hombro con hombro, la que ríe y llora conjuntamente, la que reconoce errores y celebra aciertos. He aprendido, crecido y madurado con ellos. Y como la amistad es también reciprocidad y correspondencia, el tiempo que he invertido trabajando con los boletines me ha generado increíbles alegrías, inmensas satisfacciones y grande crecimiento que hoy reconozco públicamente.

Trabajar con ustedes, Obes y compañía, es y será siempre un acierto. Cuando el ciclo se cierre -porque no hay fecha que no se llegue ni plazo que no se cumpla- estoy segura que me sentiré triste por la despedida pero profundamente agradecida con la vida por haberme presentado la oportunidad de convivir virtualmente con su director, vos Bocha, a quien aprecio, admiro y respeto; y por conocer de esta manera cibernética a sus colaboradores y amigos, de quienes tengo una opinión igualmente positiva.

Veo desde este rincón del planeta que Equinox -junto con otros medios de prensa uruguayos- hace y escribe la historia de vuestro país -al que amo muy profundamente- con coraje, valentía, a veces rabia y dolor, pero siempre buscando la verdad y el punto de equilibrio, para lograr que Uruguay resurja y avance, reconociéndose a sí mismo como el ejemplo que el mundo admiró y quiso imitar.

Me siento orgullosa de ser parte de este medio, de compartir el momento histórico y, por sobre todo, de ser amiga de ustedes. ¡Ojalá y podamos compartir todavía mucho tiempo más!

sábado, junio 19, 2004

Las diferencias enormes

La situación guerrillera entre uno y otro país, es diferente.

Por lo que he podido aprender de ustedes a través de todo lo que ha pasado por mis ojos, aparentemente la sociedad uruguaya no tenía razones reales de fondo, sociales o humanas, para iniciar una guerra de guerrillas. Al menos eso creo por lo que he leído. He aprendido que son una sociedad culta, preparada, que contaba con un alto nivel de vida, quizás el mejor de América Latina.

En mi país no es así. Y no es que esté de acuerdo con la violencia, con el terrorismo o los abusos. Pero acá sí se moría de hambre -en algunos lugares, se muere todavía- se mataba a la gente porque se le consideraba menos valiosa que un chucho*, en fin, largo de contar.

No soy capitalista feroz, creo que el que trabaja debe tener de acuerdo con su esfuerzo. Pero en esta tierra mía eso vale un cuerno; acá muchas personas se matan trabajando pero algunos todavía se mueren de hambre, la ignorancia MANTENIDA COMO UNA POLÍTICA DE ESTADO durante muchos decenios no había permitido que la gente pensara por sí misma. Ha sido recién ahora, después de los 30 años de guerra interna y de la firma de la paz "firme y duradera" (espero que así sea), que los pobres de este país mío han encontrado el camino: HAY QUE TERMINAR CON LA IGNORANCIA Y ESTAR ORGANIZADOS. Y no en guerrillas, que de eso nadie quiere saber, sino como comerciantes, agricultores, artesanos, exportadores...

Nuestra tierra tiene movimiento. Altas montañas, intensas cordilleras azules que tocan las nubes. Abajo los valles fértiles, sembrados del verde esmeralda de la caña de azúcar, azulados por los tallos de cebolla, amarillos por la flor del frijol negro, dorados por las espigas de trigo. En esta tierra mía, el que siembra, cosecha. Y si vas al altiplano, verás desde las cumbres las infinitas colchas de retazos en todos los verdes, que cubren montañas y valles... Son los minifundios, cuidados y hechos productivos a costa del sudor agridulce del amor a la tierra y de la necesidad de matar el hambre.

Pero hay otras tierras. Las inmensas, las grandes extensiones, los latifundios. Aquellos que son usados para nada, que sólo representan dígitos en algunos estados financieros, que suman en la vanidad y la codicia. Tierras en las que si sembrás una piedra, te retoña, porque su fertilidad no tiene parangón. Pero están ociosas, dormidas, cansadas de descansar. Y alguien, en algún momento, habrá de despertarlas a azadonazos, con picos y palas, con arados y manos. Ese es el destino de nuestra tierra, en que los que tienen mucho -demasiado- compartan con los que no tienen nada. Pero no por la fuerza, no porque venga un sistema y les robe lo que les pertenece, sino porque se haga conciencia y los que no tienen puedan pedir y les sea dado con justicia, como los que tienen de más reciban el precio justo de lo que darán. Porque los que ahora mueren de hambre, los que se secan en sus huesos frente a la indiferencia de los achichincles de turno, serán los últimos de nuestra historia.

La vida es acción y reacción. No existe el dos, sin que antes existiera el uno. Los sindicatos se formaron para defender derechos laborales, para afirmar el valor del trabajo ante la explotación (y que conste que no estoy usando palabras nomás, no deseo sonar vacía y demagógica). De igual manera, como los médicos acuden ante la enfermedad, algunas cosas han ocurrido como reacción a vicios y excesos de la humanidad.

Estoy segura que si no hubiésemos pasado por todas nuestras dolorosas experiencias, nada de lo que estamos viviendo hoy estaría sucediendo. Nos habríamos quedado suspendidos en el tiempo, en la época de la colonia española: arriba, los ladinos. Abajo de sus botas, los indígenas. Hay mucha gente a la que ese sistema le conviene y le gusta. Pero no más. Es tiempo de cambiar. Y estamos en el camino.

Doy fe.

Tenemos un regalo para el que quiera conocer un poco lo que vivió nuestra población indígena. Pida Pedrito Toj.doc (70.5 KB)

Ayer y hoy

Hace 41 años, el 16 de junio, fue puesta en órbita la rusa Valentina Tereshkova. Con 26 años de edad, se convirtió en la primera mujer astronauta del mundo y la primera en viajar sola a bordo de una nave espacial. En Guatemala, en 1963, el movimiento guerrillero ya era parte de nuestras vidas. La guerra de guerrillas duró 30 años.

Veinte años atrás, volvió Wilson Ferreira Aldunate de su exilio. Ustedes, uruguayos, saben y conocen mejor que yo este hecho. Hoy, muchos lo evocan y llaman, buscando la fuerza y sabiduría necesarias para cambiar al país.

Muere Ronald Reagan y su muerte provoca diferentes reacciones. Mientras vivió fue igual: desde la admiración y el respeto, hasta el odio y el resentimiento. Desde el muro de Berlín derribado que representó el final de la guerra fría, hasta el escándalo de las armas para los Contras en Nicaragua; la luz y la oscuridad estuvieron presentes en sus períodos como presidente de EEUU. Y ahora en su muerte, también se unen ambos lados de la vida para llorarlo o agradecer su partida.

Otra: El Vaticano presentó el informe sobre la época de la inquisición. Una retrospección en la tortura, la muerte en la hoguera y otros castigos para feligreses condenados como hechiceros o herejes por los tribunales eclesiásticos durante los siglos de la Inquisición, no eran tan frecuentes como se piensa, fue la conclusión. No quiero pensar que la frecuencia de casos sea más importante que el hecho en sí. Un espantoso ayer que trata de ser maquillado con este hoy desvergonzado.

Y no sé si toda esa carga de situaciones y experiencias a través de la historia ha provocado transformaciones en nuestros cerebros, en nuestros espíritus, en nuestra sensibilidad; tanto, que pareciera que el dolor, la muerte, la violencia y el horror ya no dejan mayor huella en nuestros corazones.

Cada vez es más frecuente y violenta la delincuencia en nuestras ciudades, basta salir un poco a la calle para encontrar pléyades de niños haciendo piruetas, vendiendo dulces, pidiendo. Los ancianos sin hogar mueren de frío, hay madres casi tan jóvenes como sus hijos, no hay escuelas, ni hospitales, ni seguridad... Y los discursos políticos son los mismos desde el Río Bravo hasta la Tierra del Fuego, sin lograr que venga un viento con remolino que haga que los latinoamericanos despertemos de nuestro letargo y exijamos que las cosas cambien. Nadie vendrá a darnos una receta milagrosa, nadie hará pases mágicos, ningún milagro cambiará nuestra historia, a menos que seamos nosotros mismos quienes decidamos, un día al despertar, que llegó el momento.

¿Cuándo será ese cuándo?

viernes, junio 11, 2004

La geografía, ¿es una ciencia o un invento?

Hace ya algunos años, vi una película con Jack Lemon llamada Missing. Recuerdo que era acerca de una historia real, en la que un joven norteamericano había sido desaparecido por el ejército chileno durante los momentos posteriores a la caída de Allende y que su familia -su esposa (Sissy Spacek) y su padre (Jack Lemon)- llegaban a Chile para buscarlo... seguros de encontrarlo. No tengo muy claro en mis recuerdos más datos de la película, salvo esto: la incredulidad del personaje interpretado por Jack Lemon, cuando descubre que su hijo, ¡norteamericano!, había sido secuestrado, probablemente torturado y, por último, asesinado.

Algunos años después volví a ver esa misma incredulidad en unos turistas norteamericanos que visitaron el interior de mi país y fueron asaltados; la incredulidad no era por los objetos extraídos, sino por habérselos robado a ellos, ciudadanos de los EE.UU. La reacción de ellos y del personaje del consulado -del que no recuerdo el nombre- fueron claros en ese sentido.

Sin ir muy lejos, esa misma especie de prepotencia que recuerdo en esos dos casos en particular, es la misma que se puede percibir en muchos programas de tv, libros, películas, conversaciones cuando se refieren a los países latinos. Y nosotros, los latinoamericanos, con nuestra actitud apocada frente a estos actos, haciéndonos cargo de nuestra falta de autoestima y total ausencia de orgullo por nuestras raíces y nacionalidades, no hacemos más que echar leña al fuego de su vanidad y a la ignorancia acerca de nosotros -como comunidades ricas en tradiciones, costumbres, valores- y de nuestra realidad.

Hoy estuve de visita en varios sitios en la red, todos con el mismo tema en común: la página 76 del "DIDÁCTICO" libro norteamericano "Introducción a la Geografía", del autor David Norman, utilizado en Junior High School (equivalente al 6° grado de la primaria).

En el éxtasis -o colmo- de la vanidad, en la cúspide de la abusivez y la falta de respeto a la soberanía de las naciones sudamericanas involucradas, este "profesor" ha escrito en este libro -que utiliza para enseñar, formar y abrir las mentes de pequeños norteamericanos- una de las mentiras más grandes que he conocido en muchos años: "Desde mediados de los años 80 la más importante floresta del mundo pasó a ser responsabilidad de los Estados Unidos y de las Naciones Unidas". Y aún hay más: "Es parte de ocho países, diferentes y extraños, los cuales, en su mayoría, son reinos de la violencia, el tráfico de drogas, de la ignorancia, y de un pueblo sin inteligencia y primitivo".

Por supuesto, los niños que "aprenden" de este tipo de textos, con esta clase de maestros, no son los culpables de nada. Si mañana, siendo adultos, llegan a juntar valor para visitar uno de nuestros países "diferentes y extraños, reinos de violencia" y sumado a su idea de lo que encontrarán tratan con gente que reniega de su raíz, se vende por una "green card", mata por pasar la frontera y hacerse "del sueño americano", pues el cuadro se ha completado.

Es interesante la experiencia de Québec, cuando inició su reencuentro con sus raíces. Como primer paso, hicieron valer su idioma -escrito y hablado- y cualquiera que desee hacer negocios en su territorio debe presentar sus productos o servicios en francés y, si lo desea, también en inglés. Es una sociedad que ha crecido y se ha desarrollado en los últimos 40 años, habiendo encontrado en ella misma la receta para hacerlo. Recobraron la autoestima, se quitaron de encima los complejos de inferioridad y se han mostrado al mundo con toda su riqueza cultural, que han transferido al deseo de hacer de Québec, pronto, una nación independiente, autosuficiente y totalmente desarrollada y con miras a ser parte del primer mundo.

¿Será que alguna vez nosotros, los latinos, encontraremos la manera de sentirnos orgullosos de lo que somos? ¿Que exigiremos respeto hacia nuestros territorios, nuestra historia, nuestras costumbres, nuestro idioma? Hay un largo camino por recorrer. Y encontraremos muchos traidores y vendidos a lo foráneo, aquellos que antes de aceptarse oriundos de su propio terruño, sacan el árbol genealógico para buscar a aquel que llegó de lejos, para engendrar su descendencia en América -en la América total, la que empieza en un polo y termina en el otro- buscando crecer con libertad y riqueza, sin saber que sus hijos y nietos renegarían de la mezcla que él buscó y disfrutó hasta tomar la decisión de no volverse de donde llegó.

Volviendo al libro, no tengo idea de lo que podríamos o deberíamos hacer los latinoamericanos con este caso para evitar que se siga enseñando tan grande mentira. Sí sé lo que deberíamos hacer, cada día al levantarnos y vernos al espejo: sentirnos felices y orgullosos de vivir en esta tierra maravillosa al sur del Río Bravo y vivir nuestras vidas de acuerdo con ello.

domingo, junio 06, 2004

EN DOMINGO NUNCA MÁS

Los domingos de ahora han perdido el encanto de nuestros domingos infantiles. Esperábamos gustosas el poder levantarnos un poco más tarde y en cuanto papá despertaba, íbamos todos juntos a desayunar. Después de eso, el jolgorio del baño, vestirse y peinarse, con la ilusión de salir a almorzar a la casa de los abuelos, eran parte de la fiesta.

Usábamos nuestros vestidos de domingo -de organza o algodón- con sus lindos fustanes, en juego con calcetines blancos con bordados de flores y pequeños insectos de colores, zapatos blancos en la temporada seca y de charol negro y brillante durante la lluviosa. Mi viejo se ponía una guayabera blanca y mamá igualmente sencilla, linda y radiante. Al filo del medio día, salíamos para el almuerzo en el carrito Datsun de papá.

Todavía puedo sentir las cosquillas en la boca del estómago cuando recuerdo la sensación de entrar a la casa de nuestros abuelos, Api y Quito. La sala enorme, con su brillante piso rojo, que hacía contraste con la luminosidad que entraba a la sala por su amplia puerta de vidrio con marcos de madera torneada que daba al corredor que rodeaba el patio lleno de macetas y jardineras, con el lindo búcaro de piedra coronado por confeti y buganvilias, en donde habitaban unos bichitos amarillo y negro que el abuelito llamaba toritos.

Al almuerzo también llegaban el hermano de mamá -tío Paco y su familia- y mientras todos tomaban unos whiskies o fumaban un cigarrillo, el almuerzo se terminaba de cocinar bajo la vigilancia de mi abuela. Al fondo, el programa dominical de marimba hacía que, finalmente, se decidiera mi abuelo a invitar a mi abuela a bailar un 6 X 8*, seguidos por mamá y el tío Paco, mientras papá y la tía Ruth, a quienes no les gustaba bailar, los esperaban sentados conversando. Al poco rato cambiaban de pareja, para que luego el abuelo me hiciera seguirlo al baile poniendo mis pies sobre los suyos hasta lograr coordinar mis movimientos torpes con el ritmo de la música.

Después pasábamos todos al comedor, en donde Api servía los platos empezando por el de su marido y terminando con los de los niños. A pesar de que me permitían acompañarlos en la mesa grande, no podía interrumpir la conversación y la palabra sólo me era concedida si uno de los adultos se dirigía directamente a mí. Sin embargo, nunca me sentí fuera de lugar o agredida, era suficiente felicidad para mí escucharlos conversar, reír o entristecerme junto con ellos y aprender cosas nuevas.

Ahora visito a mamá cada domingo en el barrio en donde vive con mis hermanas, muy lejano de mi casa. No usamos más vestidos de domingo, es suficiente un pantalón vaquero con cualquier cosa por encima y nadie cocina especialmente nada; todos pensamos en descansar del corre-corre semanal, para llegar al final, al mismo descanso de mis otros amores... soñando el sueño eterno.

*6 X 8, ritmo tradicional guatemalteco, también llamado guarimba

jueves, junio 03, 2004

COLECCIONISTAS EN LA CASA BLANCA

Coleccionistas en la Casa Blanca

El otro día leí en la compilación de noticias de CNN en Español y haciendo alusión a una publicación de Time, que el señor George W. Bush guarda el arma que Saddam Hussein tenía en su poder -descargada- cuando fue detenido en el agujero aquel en el que lo encontraron y que, según él, lo haría invisible a los ojos de sus captores. Fue entregada a Bush por las autoridades militares, después de enmarcarla, algo así como se hace con "un trofeo de caza".

Cuenta un visitante a la Casa Blanca que el presidente norteamericano enseña el arma con gusto pero que no todos los visitantes tienen la suerte de ser elegidos para este acontecimiento. El arma forma parte de una colección de "recuerdos" que Bush guarda celosamente en una oficia cercana a la Oficina Oval, el mismo estudio en donde Clinton tuvo algunos encuentros con Mónica Lewinsky. Dijo el visitante que el presidente norteamericnao se muestra orgulloso de su posesión; me parece que tanto como se siente por su padre que peleó en la Segunda Guerra y al que hizo alusión en su reciente discurso por el Día de los Veteranos el pasado lunes 31.

Ser coleccionista tiene sus bemoles. Porque éstos se la pasan buscando los objetos de su interés y mientras más difíciles de conseguir sean, más importantes serán como parte de sus colecciones. Se consume energía, tiempo, esfuerzo en la labor de localización y obtención de estos objetos. Y hay coleccionistas de tarjetas de teléfono, llaveros, tazas, armas, automóviles... Parece que los habitantes de la Casa Blanca han tenido gustos disímiles a la hora de elegir qué coleccionar... ¿Mujeres y armas?

Esperemos que este último coleccionista pierda el poder para continuar buscando los objetos de su gusto, no sea que cuando encuentre alguno que sea propiedad de un "enemigo" suyo, decida conseguirlo a toda cosa, incluso inventando motivos para una guerra.

COLONOS

Los gallos cantaron por tercera o cuarta vez, pero no se veía que el sol quisiera salir. A través de las rendijas entre las cañas de bambú del rancho, además de zancudos y un poco de aire, entraba la luz de luna. Tal vez serían las cuatro...

Se incorporó en el catre de tablas y las puntas del petate de palma rozaron sus piernas desnudas. La nube de zancudos se levantó sobre su cabeza y voló lejos, con su zumbidito necio. El piso de tierra estaba fresco y sus pies encallecidos por toda la vida de caminar descalzos, no sintieron sus protuberancias. Se levantó y bajó el vestidito de hilo que se había enrollado en su cintura al dormir. Atravesó el pequeño cuarto y colocó tres leños sobre las cenizas del fuego de ayer; con una astilla de ocote que encendió con un fósforo -el último que quedaba- trató de prender el fuego para poner a calentar el agua para el "café" de maíz quemado. Después de mucho soplar y soplar, vio las llamas azules encender la leña.

Le vinieron deseos de "ir al monte", así que salió del rancho por la puerta de atrás, que estaba trancada con un trozo de madera apoyado en el piso y que quitó haciendo presión sobre la puerta, mientras lo destrababa. Allí, a pocos metros, estaba la maleza con vida propia, que la recibió con el sonido de los grillos, chiquirines y chicharras. Hacía tanto calor que todos los animales estaban despiertos a pesar de no haber salido el sol.

Volvió al rancho y buscó la palangana de agua para lavarse manos y cara. Quedaba poca, tendría que ir al nacimiento de agua a buscar un poco más para las tareas del día. Juntó los brazos sobre su cabeza y se estiró y bostezó fuerte. Él se movió en el catre, maldiciendo; le dolía la cabeza, la borrachera del domingo salía por su aliento y su piel. Pero lo esperaba la tarea en el campo y debía apresurarse si quería evitar el sol del medio día sin haber terminado. Así que se arrastró fuera del catre, buscó el pantalón tanteando sobre la cama hasta que lo encontró y se lo puso, y salió por la misma puerta que ella un poco antes.

Cuando volvió, ninguno de los dos habló de lo sucedido la pasada noche.

Con el sol naciente, salió para la parcela. Llevaba el machete prendido en el cincho de cuero crudo, el azadón sobre el hombro, el sombrero de palma echado hacia atrás y el dolor de cabeza de la madrugada. Caminó media hora hasta que llegó al pedazo de tierra que le tocaba cultivar, después de pasar por el potrero cerca de la toma de agua a donde ella solía ir a recoger agua. Un escalofrío recorrió su espalda.

Entre tanto, en el rancho, ella abrió la puerta del frente -como si fuera necesario ventilar la casa y el alma- y salió a ver los árboles y sentir el calor de la mañana; luego volvió sobre sus pasos, buscó la tinaja de barro y se encaminó a la toma. Mientras hacía el camino estuvo recordando lo que sucedió la noche anterior.

Lo había visto llegar dando tumbos, totalmente borracho, gritando y vociferando. La poca luz que emanaba del fuego no alcanzó a iluminar el rincón en donde ella se escondía, temerosa. Así que cuando empezó a tirarlo todo, tratando de encontrarla, salió de su escondite y logró escurrirse por la puerta de atrás, corriendo entre la maleza, buscando un lugar más seguro en donde refugiarse, pero él logró verla y salió detrás.

El calor apretaba, a pesar de la hora temprana. Dejaba caer el azadón con fuerza en la tierra seca y recordaba.

Después de correr detrás de ella por el monte, le dio alcance a la orilla de la toma... ella gritaba y forcejeaba tratando de librarse. Tenía rabia, tenía coraje y se sentía frustrado. Ambos gritaban, ella lloraba y gemía. Por el camino que llevaba a la casa grande, se divisó una linterna...

Llegó a la orilla de la toma, se inclinó con la tinaja para llenarla con agua fresca y miró hacia el camino que llevaba a la casa grande. Se sintió débil, habría querido tirarse a dormir allí, en esa frescura... Como en un sueño, vinieron a su memoria imágenes borrosas de lo sucedido. Sintió los pies pesados y un dulce amargo subió por su garganta hasta la boca, dejándosela pastosa. Se llevó las manos al vientre, ahogando un alarido de dolor pero no encontró nada, ¡nada! Si estaba encinta, ¿por qué no sentía a su hijo moverse? ¿Qué había sucedido en la noche? No podía recordar totalmente...

Mientras sudaba bajo el sol de la media mañana, escuchó acercarse al Alguacil Mayor de la finca, rodeado de sus auxiliares. Sabía que lo buscarían, que llegarían por él... Quiso correr, pero lo rodearon con presteza. Cayó de bruces, temiendo lo peor. El Alguacil Mayor, con su bastón de borla azul, dio la orden de apresarlo y llevarlo al pueblo. Al pasar por la entrada de la casa grande, vio al patrón de pie en la escalinata, que lo veía con un gesto entre sombrío e irónico.

Todo llegó a su memoria, finalmente.

Desde que el patrón la vio por primera vez en la toma, aquella mañana y todas las otras veces que la asedió, hasta el momento en que la hizo suya con fuerza y la amenazó con acusar a su marido de ladrón si le contaba lo que había sucedido. Y anoche, ¡anoche...! Discutían y ella tenía miedo de su violencia, de su furia. La luz de una linterna apareció desde el camino de la casa grande. Detrás de la luz, el patrón. Los acusó de querer robar en la casa, le dio a él un puñetazo y lo dejó inconsciente, para luego ir por ella y darle un golpe en el vientre que la hizo gritar, aunque era más un dolor del alma. El patrón se dio vuelta y desapareció por el camino. Buscó un lugar entre el monte para esconderse, hasta que el dolor de la pérdida la hizo perder el sentido.

Lloró sin consuelo, sin esperanzas. A pesar de que su hijo era del patrón, deseaba tenerlo; el padrecito le dijo que así debía ser. Recogió la tinaja y se encaminó al rancho; en el camino le contaron que se habían llevado a su marido preso por haber robado en la casa grande.

Sabía que debería salir de la finca y buscar otro lugar en dónde vivir antes que vinieran a buscarla; irse, igual que su madre a los catorce años había hecho, llevándola en el vientre, después de haber sido abusada por el patrón.