sábado, enero 19, 2008

El canche


Pensaba escribir largo y tendido acerca de la situación política de mi país. El cambio de gobierno se dio el pasado lunes 14 y el partido Unión Nacional de la Esperanza (nombre más manipulador imposible) asumió el periodo próximo, de cuatro años. Nuestro actual presidente se declaró social demócrata y empezó su mandato nombrando el gabinete de gobierno, lógicamente. En menos de una semana han habido nombres que van y vienen, los sindicatos protestan, amenazan con paros, gritan y aparecen otra vez con todo el poder recuperado... y el presidente cambia de opinión y "desnombra" a los ya nombrados. Los ministros dicen sí, dicen no y a mí me parece que esta película ya la vi. Por ese motivo decidí no "hacer más bilis" y ejercitar paciencia y tolerancia, así como esperar resultados de esta aventura y emitir juicio al final de estos cuatro años.

Entonces les comparto esta pequeña historia urbana.

Hace algunos meses, dos o quizás tres, comentamos mi hija y yo que en un cruce importante y congestionado, generalmente, a pocas cuadras de casa, en donde el tráfico es pesado sobre todo a las horas pico, al ponerse en rojo el semáforo, aparecía saltando casi como de la nada, un joven diferente. Midiendo más o menos un metro ochenta, atlético, de cabello y barba rubio-rojizos, ojos azules y tez blanca, llamó inmediatamente nuestra atención.

El "canche" -como llamamos acá a las personas rubias y blancas- se para frente a la fila de vehículos que rugen esperando el verde, haciendo todo tipo de gesticulaciones, piruetas y malabares. Es ágil, simpático, cómico y hábil y tiene muy bien medido el tiempo: de un minuto con 30 segundos que dura cada rojo, utiliza 60 segundos en su performance y los 30 restantes en acercarse a las tres primeras filas de tres vehículos en fondo, para recoger "aportes".

En una ocasión lo escuché hablar y me di cuenta que su acento era del lejano sur. A la primera ocasión que tuve, cuando se acercó a recoger la moneda que despaché a través del poco espacio que quedó al bajar mi vidrio de piloto, le pregunté de dónde venía. Es verdad, lo retrasé unos 20 segundos, pero me contó que vino al país con un grupo de teatro italiano a dar funciones en el interior de mi país, a los niños de escasos recursos. Estando en esas conoció a una chica, se enamoraron y ella ahora está esperando un hijo suyo que nacerá en febrero.

Me contó la historia con el rostro lleno de alegría, lleno de luz e ilusión. "Así es que por eso estoy acá", me dijo. ¿Y de dónde viene?, le pregunté. "Soy argentino, de Buenos Aires", respondió. En ese momento cambió el semáforo y él, alegremente mientras corría, levantó el brazo y me gritó un "¡Adiós, seño!", colocándose en la bocacalle a mi izquierda, iniciando su acto de malabarismo.

A los pocos días volví a verlo y le pregunté si amargueaba, pues tenía un paquete de hierba en casa que un amigo me regaló, pero que no consumí porque pasar por todo el ritual del cebado para mí sola no me hace mucha gracia. Por supuesto que lo agradeció y un par de noches después llegué al cruce y le toqué la bocina; en seguida se aproximó a mi auto, sonriente, para recoger -esta vez- el paquete ofrecido. Me lo agradeció, sonriente, antes de correr al otro lado.

Pasaron muchos días y mi hija y yo no vimos al canche para nada. Anoche, viniendo a casa un poco más tarde que de costumbre, me tocó el semáforo en rojo. Entonces lo vi, colocando las esferas de colores en su cabeza, de allí para sus hombros, del derecho al izquierdo, del izquierdo al derecho y de allí para sus manos, mientras su rostro hace muecas divertidas y su larga cabellera atada detrás de la nuca, brilla bajo las luces de neón.

Apenas toqué la bocina de mi auto y él, que venía corriendo de vehículo en vehículo mientras saludaba con inclinaciones de cabeza y su mejor sonrisa, me gritó: "¡Ya voy, seño!" Yo había quedado en quinta fila y creí que no le daría tiempo para llegar antes del cambio de luz, pero llegó derrapando hasta mi ventanilla, extendiendo su mano hacia el vidrio completamente abierto, mientras me decía: "¡La hierba está muy buena!" Corrió a su siguiente esquina con los bolsillos llenos de monedas, tintineando mientras se golpeaban unas con otras en su carrera.

El verde llegó y los autos arrancaron prestos. Viré hacia la izquierda, mientras la figura del canche quedaba atrás, empequeñeciéndose, mientras las esferas volaban ordenadamente arriba de su cabeza.

Y me pregunto: ¿qué hace a un porteño salir de su ciudad hacia una ciudad como la mía, aventurando tanto, pasando penas y riesgos? ¿El mismo motivo que hizo que los vikingos salieran en su drakkar, buscando nuevas costas? ¿Sería la misma ambición de Colón por llegar a una tierra llena de dinero y oportunidades? ¿El ansia de descubrir nuevos mundos, como los astronautas? La misma razón, la curiosidad, la necesidad de nuevos horizontes. Probablemente buscaba llegar más al norte, pero por ahora, lo detiene el nacimiento de un hijo que tal vez no estaba en sus planes.

Como sea, me gustaría poder decirle a sus padres que está bien. Y que como yo, estoy segura, muchos chapines citadinos, cuando paramos en el semáforo de Calle Martí y 7a. avenida, buscamos al canche con la mirada, para entregarle, junto con la moneda que separamos para él, nuestra esperanza porque su vida llegue a puerto seguro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy bonito post...
Recuerdo que en la 12 avenida y calle martí, al lado de un McDonald's, siempre encontraba a un niño que me hizo pensar sobre ¿Qué pasaría con todos los niños de la calle si hubieran tenido oportunidades de estudiar, no solo primaria, sino secundaria, universidades y estudios superiores?
Imaginar por breves momentos ese mundo paralelo realmente provoca frustración, tristeza y hasta depresión...
Saludos.
P.S.//Me gustó la foto, viví a 2 cuadras de ahí por casi un año :)