sábado, enero 08, 2005

Un recuerdo, mil recuerdos

La época navideña siempre me trae cúmulos de recuerdos. Algunos tan lejanos que se confunden con películas en blanco y negro que veía con mi abuela Rosa, a escondidas de mi padre, hace mil vidas.

Cada uno tiene su aroma propio, como el de los tamales colorados y picantes de la Nochebuena o los negros y dulces, de la mañana de Navidad. El de las uvas y manzanas frescas que llevaba mi padre; el ácido-dulce del ponche de frutas con especies, que cada año hacemos en casa. Los aromas más representativos y atados a mis recuerdos son los de las manzanillas ensartadas en largos collares que se colocan alrededor del nacimiento, acompañando las hojas de pacaya y los gusanos de pino. O el maravilloso, intenso y único aroma del pinabete guatemalteco que me regresa al momento de estar de pie frente a él -muchas veces, muchos años- adornado de luces y bombas, en la mañana de Navidad, antes de reencontrarme con los regalos que abríamos a la media noche y que habían quedado esperando nuestro despertar.

También cada recuerdo tiene colores: el de alegres y ansiosos ojos castaños, los antiguos. El de serenos ojos verdes o azules, los recientes, que han mirado divertidos cada pieza, cada figura mientras se pasa por el ritual de adornar el árbol navideño, con todos los colores antaño y ahora, en la modernidad, limitándose a uno solo: el que esté de moda. Tonos de aserrín café que forma caminos en el nacimiento, el verde que semeja césped... rojos, amarillos, azules, que adornan simplemente la imaginería familiar de siempre y que es parte de nuestra tradición.

Veo manos tersas que prepararon las viandas anheladas de mi niñez; manos fuertes que encendieron los cohetes, canchinflines y estrellitas mientras mis hermanas y yo mirábamos desde el portón de la casa, aguantando el frío y el viento, felices y nerviosas. Rostros amados que se han ido, otros que con los años han cambiado, alguno que antes no existía y que ahora llena de quietud y amor mis navidades.

Cada pedazo de recuerdo, con su cargamento de amor diferente cada uno, con su sabor agridulce de plenitud y pérdida, llegan a mi mente y corazón cada vez que vivo esta misma época. Reviven en el recuerdo pero también son cimiento de mis pensamientos y sentimientos de hoy, porque no sería nada igual sin ellos.

Los besos que antes di a los seres que amé y ya no están -por diversas razones- se hacen nuevamente besos en mi boca para otros rostros, otras manos, otras cabezas; recibo los de hoy de otros muchos labios, reuniendo en ese segundo, en ese instante, todos los que me han sido dados. Y un recuerdo, entonces, se convierte en mil recuerdos haciéndome vivir la Navidad.

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