lunes, octubre 17, 2005

Stan

Los daños causados por los embates de la naturaleza duelen. Y duelen más cuando suceden en nuestra propia tierra, cuando afectan a nuestra gente y vivimos la crisis con todos los sentidos. Una fuerza demoledora llegó en los primeros días de octubre a nuestras costas en el Pacífico, con el nombre de Stan. Este huracán fue adentrándose por el sur occidente del país en su paso hacia territorio mexicano, en donde ocasionó daños. También fue afectado El Salvador. Su fuerza fue mayor que la de Mitch en 1998.

Las lluvias provocaron que los ríos del país crecieran y se salieran de cauce, causando inundaciones dramáticas; este fenómeno al que estamos acostumbrados y se repite año con año en algunos lugares de la costa sur, ahora se multiplicó y apareció en todo el territorio azotado. Las montañas se desmoronaron, causando aludes y deslaves que cayeron sobre poblaciones enteras, habiendo dejado enterradas a comunidades enteras con 3 ó 4 metros de lodo y escombros sobre ellas.

La fuerza brutal del agua arrancó algunos puentes de sus bases, así como trozos de carretera; cientos de derrumbes sobre las vías de acceso de cualquier importancia limitaron el paso, y el rescate y ayuda de los damnificados se dificultó y retrasó ostensiblemente debido a que no se tenía acceso a las áreas de riesgo por carretera y los aviones pequeños y los helicópteros tampoco podían volar por el peligroso techo de nubes.

Paso a paso ha ido llegando la ayuda a cada comunidad, para encontrar dolor y muerte en muchas de ellas o en otras el desconsuelo por la pérdida de bienes materiales, por las cosechas arrasadas y por la desesperación de tener el agua lodosa hasta la cintura, aunque no se lamente pérdida de vidas humanas.

Seguir hablando del dolor, de las muchísimas imágenes que han circulado por la red o han aparecido en los reportajes de la televisión, sería redundante y morboso. Prefiero comentar acerca de algunas personas especiales, de seres humanos que por fuera y desde lejos se ven comunes y corrientes pero si se los analiza y observa detenidamente se ven diferentes. Son los héroes anónimos. Aquellas personas que al aparecimiento de la necesidad, de la emergencia, del dolor de su prójimo, accionan sin pensarlo dos veces y arriesgan su propia vida en la entrega a su trabajo.

Así, un único bombero voluntario en una comunidad, un hombre de más de 35 años que, a pesar de su poca instrucción ha pasado años de su vida entregado a la tarea de enseñar a sus coterráneos primeros auxilios; esa preocupación multiplicó entonces las posibilidades de salvamento en esta circunstancia que golpeó su aldea. Andrés* llora de angustia y pena cuando recuerda que no pudo sacar a tiempo a una niña que divisó en la penumbra de una casa arrasada, quien desapareció ante sus ojos a pesar de su tremendo esfuerzo por rescatarla. Durante más de cuatro días, casi sin dormir, estuvo trabajando en el rescate de damnificados y los pobladores de su aldea ahora lo llaman "nuestro héroe Andrés".

De la misma manera, don Mario*, el único carpintero de una comunidad, pasó toda la noche en un taller instalado emergentemente y fabricó 35 ataúdes que donó a los deudos de los fallecidos. Salió al día siguiente para ayudar al rescate de sus vecinos.

Sería muy largo enumerar los cientos de personas que abandonaron sus actividades normales para trasladarse a los cientos de centros de acopio que aparecieron en la capital de Guatemala, sobre todo, desde donde fueron distribuidos a los lugares afectados cargamentos de agua pura embotellada, ropa, comida, leche, biberones, frazadas, medicinas... El espíritu de solidaridad se hizo evidente y se unieron esfuerzos con la ayuda internacional que llegó a nuestros aeropuertos desde la lejana Europa, nuestra América toda y el Caribe. Efectivo para la reconstrucción de puentes, carreteras, escuelas y hospitales; y para ayudar a los afectados en la reconstrucción de sus hogares y a enfrentar la pérdida de las cosechas. También llegó valiosa ayuda médica, ropa, comida, perros entrenados en la búsqueda de sobrevivientes, medicamentos, ingenieros, tractores, gasolina.

La crisis apenas empieza a sentirse. Segun los datos oficiales, las lluvias han causado al menos 656 muertos, 841 desaparecidos, 381 heridos, 240.105 damnificados, 1.500,000 afectados directamente, 2 millones afectados indirectamente, 140,266 personas atendidas en albergues. Se cuentan 771 comunidades afectadas, más de 24 mil viviendas afectadas, más de 8 mil destruidas. Los puentes daños fueron 155, los destruidos 32 y las carreteras dañadas 130. Pero todos sabemos que las cifras nunca revelan la realidad. Y nuevamente nuestro pueblo, el más pobre y limitado, ha sido el que más sufrió pérdidas y dolor.

Creo que ésta debiera ser la oportunidad para empezar a trabajar en programas de fondo que vayan modificando la realidad de mi país. Este gobierno tiene la oportunidad (lamentablemente provocada por este terrible huracán) para cambiar la historia. Y nosotros, los guatemaltecos, para hacer de nuestra solidaridad momentánea, una manera de vida.

*Nombres ficticios

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