martes, noviembre 08, 2005

DE PRINCIPIO A FIN

La vida es un universo de vivencias que están allí, en esta vidriera inmensa, que a veces elegimos para experimentar y, en la mayoría de los casos, nos tocan y arrastran sin haberlas pedido. Cada vida experimenta los mismos acontecimientos, aunque se reciban y procesen en tan diversas formas como seres existen.

El advenimiento de un pequeñísimo e indefenso nuevo ser a nuestras vidas, generalmente nos llena de alegría y entusiasmo, nos contagiamos de ternura y sensibilidad... siempre y cuando este bebé nazca en un ambiente cálido, sea esperado con alegría y amor y no se convierta -por esas cosas de la irresponsabilidad de su padre o madre- en motivo de angustia, desesperación o frustración.

De la misma manera, el crecimiento y desarrollo de nuestros hijos nos va fortaleciendo y haciendo madurar con ellos; cada logro, por pequeño que sea, es también nuestro y sus conquistas y triunfos nos llenan de satisfacción y orgullo, pues también representan haber cumplido con nuestro deber de guías y amigos.

Por supuesto, es difícil enfrentar los temores, las dudas, las desidias. Nuestros propios demonios pueden, repentinamente, aparecer en los rostros que más amamos y entonces el arrepentimiento y los remordimientos pueden hacer presa fácil de nuestros días y noches.

A cada momento su propio afán. Vemos transcurrir los años, crecen nuestros hijos y llegarán los nietos -algún día- haciendo que el ciclo se complete nuevamente. De padres nos convertimos en abuelos y nuestros padres ven repetir en nosotros sus más lindos y cálidos momentos.

Y es allí que vemos cómo el final del camino de las vidas de los mayores en nuestras familias o amigos se van dando lugar, irremisiblemente. La toma de conciencia de esa realidad siempre llega acompañada de un dulzor-amargo, el agradecimiento a la vida por haber podido compartir momentos vitales, importantes y profundos o los livianos y diarios, sencillos... pero que unos y otros van formando el entramado que nos sustenta, que da fuerza y vitalidad a nuestras propias vidas.

Nada más triste que la partida de los ancianos cercanos. Aquellos que han llenado nuestros días de momentos serenos y plácidos, de los que hemos aprendido a través de los años cosas tan simples como observar las mariposas, quienes han hecho sensible nuestro corazón leyéndonos un poema de amor o han sido la luz que nos saque de las tinieblas de nuestras confusiones existenciales.

Son difíciles momentos, así se trate de un cambio de residencia, de país o el adiós definitivo. Debería quedarnos en el alma el archivo positivo al cual volver para revivir los instantes felices y desechar los amargos y duros que pudieran obstaculizar la despedida final y llenarnos de resentimientos que, indudablemente, nublarán nuestra propia existencia.

Rindo homenaje a los seres maravillosos que he encontrado en mi vida, a los ancianos que me han dado compañía desinteresada, amor filial y sabiduría a manos llenas.

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