domingo, diciembre 18, 2005

UN RECUERDO IMBORRABLE


Debo haber tenido unos cinco o seis años y estaba atravesando por un ataque de asma muy severo. A pesar de que afuera estaba haciendo mucho frío, estaba sudando y sentía mucho calor. La dificultad para respirar y el aire entrando apenas en mis pulmones producían un pitillo agudo que me asustaba porque significaba que tendría que luchar por mantener el ritmo de respiración, entre la tos y la congestión pulmonar que me provocaba altas fiebres.

Recuerdo claramente que pensaba esa noche que papá me había dicho, unas semanas antes, que Santa Claus me traería una hermosa muñeca bailarina que usaba un vestido con blusa de terciopelo negro y amplia falda de encaje rosado, zapatillas de raso rosadas también, además de medias blancas y ropa interior de encaje blanco. Su cabello dorado estaba recogido en un moño en la nuca, rodeado por una delicada redecilla de finos hilos negros que remataba en un listón rosado y sus enormes ojos azules con largas pestañas negras, se cerraban al acostarla. En el cuello llevaba una gargantilla de terciopelo negro, con una pequeña flor en el centro. Era "mi" muñeca, ¡la que había soñado por tanto tiempo! La ansiedad me quemaba, además de la fiebre, aquella Noche Buena.

Durmiendo a ratos, despertando sobresaltada y temblorosa a consecuencia de los medicamentos que tomaba para contrarrestar la fatiga producida por la dificultad para respirar, en un momento escuché las voces de mis familiares desde la sala, en el primer piso de la casona de mi abuela. Tenía deseos de bajar y estar con ellos, para esperar las 12 de la noche, hora en la que, seguramente, Santa Claus dejaría mi preciosa muñeca debajo del árbol; pero no podía bajar, tenía terminantemente prohibido abandonar la cama.

En una de esas muchas ocasiones en que abrí los ojos en la soledad de mi habitación, descubrí una imagen borrosa que estaba allí, sentada en una silla cercana a mi cabecera. Se trataba de un niño de poco más de 10 años, que recién había llegado del interior cuando un tío abuelo lo adoptó. Al verlo pareció tan asustado como yo, pero luego su presencia firme y atenta me transmitió tranquilidad. Me acercó un plato con la cena navideña que, por supuesto, no quise comer. Entonces desapareció de la habitación para volver a los pocos minutos acompañado de mis padres, quienes me contaron cómo había llegado Santa Claus a la casa para dejar mi hermosa bailarina, que fue depositada en mis brazos débiles por la fiebre. Mis padres me besaron y dejaron a Ángel -que así se llamaba aquel niño- haciéndom compañía mientras los dos devorábamos nuestras cenas.

Estas imágenes son las que primero acuden a mi mente cuando pienso en las navidades idas: estoy enferma y soy cuidada por un niño apenas mayor que yo, que fue atento, cortés y solidario. Y mi anhelo infantil hecho realidad a través del amor de mis padres.

¿Qué mejores mensajes puedo tener desde mi infancia?

Deseo que tengan todos ustedes una muy feliz Navidad, a pesar de las inconveniencias y obstáculos que la vida pueda presentarles. Que las experiencias valiosas sean las que perduren en sus corazones y en sus recuerdos.

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