sábado, junio 16, 2007

HOMENAJE


Es una verdad absoluta que, en cada ser humano, se guarda la mitad de cada uno de sus progenitores. Sin embargo, en muchos de nosotros es la influencia de uno de ellos la que nos pega hondo, profundo, la que nos hace ser de una u otra manera. Que nos hace amar el silencio o el bullicio, la risa o la melancolía, la lectura o el baile. Es también la enseñanza de ellos quien nos prepara para enfrentar nuestra propia existencia.
A veces son las vivencias compartidas las que dejan su marca indeleble, la que nos empuja o impide actuar, hablar o pensar de tal o cual manera. Las largas conversaciones tenidas mientras se comparte un paseo, durante el camino a las actividades diarias, en una tarde de pesca o una visita al museo.
Guardamos en nuestra memoria consciente -o no- los momentos que grabaron en nuestro ser la filosofía de vida, nuestros anhelos, nuestros desagrados o nuestros gustos.
Cuántas veces, en momentos de soledad o angustia, desearíamos encontrar la figura fuerte a nuestro lado, escuchar sus palabras sabias o, simplemente, hallar en sus ojos la verdad que buscamos.
Lamentablemente, no siempre en nuestra juventud reconocemos su importancia en nuestra vida. Lo más probable es que asumamos esa conciencia en nuestra propia edad madura, cuando ya nos queda muy poco tiempo para compartir o ya no estamos en el mismo plano existencial.
Sin embargo, cada acto nuestro, cada decisión, cada actitud frente a la vida, es un homenaje a su enseñanza, a sus pasos guías, a su paciencia en nuestra niñez o a su tolerancia en nuestra pesada adolescencia. Muchas veces somos un espejo de sus creencias; en otras, desearíamos haber actuado como él nos enseñó. Y en las más, sus palabras son la luz al final del túnel.
En mi país celebramos el Día del Padre cada 17 de junio. Es propicio para acudir y compartir con los padres de cada familia, reunir a los descendientes y festejar a los que están entre nosotros o brindar, como en mi hogar, por el ausente. El mío, antes, ahora y después.
En esta ocasión, también rindo homenaje a los padres de mis amigos, sobre todo a los que ya no están, los que son profundamente extrañados, amorosamente ansiados; muy especialmente, por el padre que recién partió dejando su semilla de caballerosidad, hombría y amor en el corazón de su descendencia.
A todos los lectores padres de familia les deseo que puedan reconocer en los ojos de sus hijos el mismo amor y admiración que vuestros padres vieron en sus miradas en aquel especial momento del encuentro, de la aceptación y de la comunión filial.