domingo, diciembre 09, 2007

LOS TÍOS


Vienen en todos los tamaños, colores, sabores y estilos. Los hay jóvenes, no tanto, felices, amargados, chistosos, regañones, amigos, guías, compañeros, compinches... Hay familias que tienen muchos, en otras hay pocos. Son parte del árbol familiar pero en ocasiones son adoptados por incondicionales. Así como los abuelos juegan un rol importante en la vida familiar, los tíos -aunque no lo notemos- también tienen peso en el desarrollo de los niños, convirtiéndose en una figura de mucho peso en nuestras vidas.

Mis hermanas y yo tuvimos muchos. Mi padre tuvo seis hermanos y una hermana, así que con mucho sentido del humor -y a veces, de la ironía- se llamaban Blancanieves y los siete enanos, los Hermanos Karamasov y algún otro nombre que ahora no recuerdo. Mi padre era el número seis, en el grupo de los chicos; y fue con sus hermanos un ejemplo de cómo se debe acudir a una necesidad de cualquier tipo... y cómo no deben discutirse ciertos temas -como la política- en reuniones familiares.

Mi única tía mujer, Graciela, la mayor de todos, fue mi figura favorita por muchos años. Una mujer trabajadora y emprendedora, luchadora y valiente, aprendió a enfrentar la vida desde que tuvo que ayudar a mi abuela a cuidar a sus hermanos... y estoy segura que no fue tarea fácil.

Por el lado de mi madre, sólo son dos hermanos: ella y mi tío Paco. De manera muy diferente a la familia paterna, con quienes no tuvimos una relación íntima, con este lado materno la cosa fue muy distinta. Mis tíos Paco y Ruth tuvieron tres hijos que fueron como hermanos para nosotras y con quienes ahora, ya todos muy maduritos, nos siguen ligando hermosísimos y tiernos recuerdos de nuestra infancia compartida.

A diferencia de mis primos paternos, con quienes sólo nos veíamos en ocasiones especiales como Navidad, día de la madre, cumpleaños de mi abuela (el abuelo murió antes de casarse mis padres), enfermedades -y ahora velorios, casi siempre- con mis primos Sarg la relación fue permanente y constante.

Entre mis más viejos recuerdos está el del día que mi querido tío Paco me pidió que no le llamara más "tío Pico" porque no le gustaba, sino que lo llamara como ahora lo hago; tomando en cuenta que debo haber tenido unos cuatro años, asumo que la petición me movió el piso. Pero lo hizo de una manera tan dulce y amorosa, que lejos de sentirme mal me regresa la sensación de simpatía que me invadió viendo sus negros ojazos llenos de chispas mirándome hasta el alma.

Mis tíos y primos vivieron mucho tiempo en el interior, en la finca del abuelo; allá íbamos a pasar las vacaciones invariablemente. Cuando decidieron venir a vivir a la ciudad, éramos vecinos, pared de por medio. El servicio telefónico no era fácil de conseguir en esa época, así que el tío Paco consiguió unos teléfonos a pilas que pasó por la ventana de las salas de ambas casas para podernos mantener comunicados a cualquier hora.

Con él íbamos a las matinales dominicales, cuando por el equivalente de US$0.35 por persona se conseguía ver una función de dos películas para niños... y nos llevaba a los siete, él solito, sin ayuda de nuestras madres. La costumbre de ver cine continuó por muchos, muchísimos años, aún cuando yo era una joven emancipada y liberada; entonces me llamaba al llegar a la ciudad -pues ya había vuelto al interior- y nos reuníamos en casa de mis abuelos para almorzar o cenar y luego salir a ver lo que le interesara de las carteleras.

Por él aprendí a amar el cine, los libros, a beber un buen café, a conocer las diferencias entre las etnias de nuestro pueblo y respetar a cada una por sus bellas costumbres; la música folcklórica guatemalteca interpretada en marimba, también fue una enseñanza suya, tomándose el tiempo necesario para contar historias preciosas sobre las diferentes familias de marimbistas y compositores que colman nuestra cultura musical.

Siendo masón, me enseñó que respetan todos los credos, que aman a un solo dios, el Gran Arquitecto del Universo. Me enseñó también a ser curiosa, a no temer, a estudiar e investigar, a no quedarme con ninguna duda. Y aunque algunas de sus enseñanzas tardaron años en madurar y prender, mucho de lo que soy, pienso y siento, se lo debo al hombre que tomó el lugar de mi padre cuando él se fue.

Mi querido tío Paco, un hombre enamorado de la vida, enamorado de la música, enamorado de las mujeres, enamorado del amor, supo ser un abuelo tierno, dulce y paciente cuando vivíamos juntos y mi hija era apenas una niña de cuatro años. Era muy normal para mí que, al volver del trabajo, lo encontrara a él en su habitación, sentado en su sillón, sosteniendo un libro entre las manos... y a la par suya, en su pequeñita silla de madera, estuviera ella, con un libro de cuentos. Así fomentó en mi hija ese maravilloso hábito. La cuidaba, conversaban como los mejores amigos, la vigilaba a escondidas cuando ella estaba en el enorme patio trasero, jugando con su gato, su amigo invisible y sus muñecas. Y a la hora de la cena, recreaba para mí las anécdotas para que no me perdiera ninguna a pesar de tener que estar fuera de casa por mi trabajo.

Por supuesto, el tiempo ha hecho estragos en su salud. Su cuerpo está cansado y débil, pero su mente brillante, su humor -mezcla de negro y verde- permanece inalterable y sus ojos siguen mirando de la misma manera, aunque al fondo asome el cansancio. Y sus manos, ahora pecosas por la edad, siguen arrancando a su pequeña marimba notas llenas de melancolía, nostalgia y amor por lo nuestro.

¿Cómo no amarlo? Es mi tío favorito. Es el único tío de esta corriente sanguínea. Y es el ejemplo vivo de lo que todo tío debiera ser.

1 comentario:

Guillermo Peraza dijo...

Pues que decirle Carmen, solo que me movió la astilla sentimental y pues los recuerdos fluyeron en mi mente como si de una película se tratara... Yo tengo una sobrina prefe, y la verdad que después de leer lo que aquí escribió usted, la llame y le dije que la quiero mucho. Gracias por lo que dice y la verdad que es como lo dice lo que hace que guste y uno termine de leer con un entusiasmo grande. La felicito y siga por favor, su dios la bendiga siempre