sábado, junio 18, 2005

ANTES Y DESPUÉS

Alguna vez leí que, ante la inminencia del ataque virulento de una gripe, lo mejor era prepararse para dejarse abatir por ella pero consintiéndonos y cuidándonos a nosotros mismos durante el tiempo que durara el proceso. Y eso fue exactamente lo que me decidí a hacer cuando el jueves de la semana anterior, se me hicieron presentes los primeros síntomas. Un leve dolor de cabeza que fue incrementándose acompañado de dolor de espalda, articulaciones y fiebre, me convenció de que no era un resfrío lo que estaba por padecer. Así que tomé 1 gramo de acetaminofén y me fui a dormir, con la esperanza de amanecer mucho mejor.

Al final del día y de la semana laboral, el viernes de noche siempre pinta bien. No esta vez. Para mí, ver llegar las manecillas del reloj a las 6:00 de la tarde me hicieron buscar la salida ávidamente, para llegar a casa a cenar algo frugal y alcanzar la cama para abandonarme a la invasión... A las 8:00 de la noche tenía fiebre, temblaba de frío, me dolía hasta el pelo y quería descansar. Antes de hacerlo, tomé otro gramo de acetaminofén con dos vasos de agua y, cubierta casi hasta la coronilla, traté de dormir. Este proceso se repitió no recuerdo cuántas veces durante el fin de semana, con espacios de lucidez y apetito lo suficientemente largos para poder tomar una ducha o comer algo liviano antes de volver a la cama, aunque no siempre a dormir: pude terminar de leer La Batalla de Trafalgar de Pérez-Reverte, trabajé un poco en el semanario, vi otra vez Thelma y Louise con mi hija y disfruté muchísimo -por enésima vez- de Los Puentes de Madison.

Para el domingo de noche, los síntomas habían cedido en intensidad y había aparecido un par nuevo: la congestión y secresión nasal. A pesar de mi vegetarianismo y ya en el límite de la desesperación, rogué por un caldo de pollo que devoré más con intenciones curativas que gustativas y que hizo alguna diferencia en mi estado gripal... cosa que conseguí, además, engullendo el consabido gramo de acetaminofén cada cuatro horas.

Para el martes, decidí a salir a trabajar y estuve durante la mañana en la oficina atendiendo los asuntos pendientes. Pero para el medio día volvió la fiebre con los dolores de cabeza y extremidades, haciéndome volver a casa y buscar nuevamente la cama, en donde repetí la aventura de la enorme siesta vespertina, de la que desperté mucho mejor y con deseos de una deliciosa taza de té Earl Grey que bebí gustosa, sobre todo porque mis sentidos del olfato y el gusto habían resucitado.

Probablemente piensen que exagero, pero les prometo que es verdad: un estado de gripe tan virulento como éste no lo había experimentado desde hace, quizás, 15 años. Los resfríos y catarros comunes son otra cosa, que se presentan anualmente con sus molestias de dos o tres días y que soporto sin mayores consecuencias. Y es que esta vez se trata de una epidemia que está afectando a muchos habitantes de mi país, pues estamos en nuestra temporada lluviosa y ésta siempre viene acompañada de problemas de salud que afectan el sistema respiratorio o el digestivo. Dicen que ahora se trata de "la gripe africana". Y yo pienso que nuevamente estamos culpando a los pobres africanos de nuestros más grandes males de salud...

¡En fin! Que de ésta no me muero. Pero seguramente quedará grabada en mi memoria como una marca: antes y después de padecer la gripe africana. No se la deseo ni a mi peor enemigo... ¿o sí?

Encontré una página muy interesante con información acerca de la gripe, diferencias con el resfrío común, la vacuna y las preguntas frecuentes acerca del tema.
http://www.infogripe.com/infogripe/home.htm

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