lunes, agosto 14, 2006


Realidades y utopías

• Hace un par de años, un uruguayo amigo mío fue invitado a viajar a Cuba, su sueño largamente acariciado. La temporada en que estaría en la isla incluiría el 1o. de Mayo, Día del Trabajador, lo que le daría la oportunidad -casi segura- de escuchar uno de los famosos y kilométricos discursos de Fidel Castro hablando de las bondades del comunismo y de las deficiencias del capitalismo y algunos temas más. Mi amigo dijo que fueron muchas horas (¡creo recordar que siete!) en las que, junto con él, miles de personas mantuvieron los ojos puestos en su líder, atentos y activos durante todo el tiempo que duró el discurso. Una disertación por demás hilvanada, clara y, por momentos, muy explosiva, que quedó grabada en la mente de mi amigo como una de las experiencias más importantes vividas.

Después de escucharlo relatarme el tema, le pregunté acerca de lo que había vivido entre los cubanos comunes y corrientes, lo que había detectado entre ellos, si tenía alguna experiencia importante qué contarme, pero la conversación se volvió algo difusa en este punto y después terminamos hablando de otras cosas.

• En los 90's, otro amigo, un quebequense ex-catedrático universitario y ex-comerciante del turismo, decidió que debía aprender a hablar español de la mejor manera posible. Inició las investigaciones para encontrar la institución que le brindara la formación que buscaba y le recomendaron a la Universidad de La Habana. Estuvo viviendo en Cuba por seis meses, en su primera visita; en la segunda, por 4 meses más. Según me relataba, el nivel de los catedráticos fue insuperable; quedó altamente satisfecho por el desempeño y los resultados. Sin embargo, se quejaba de la espantosa escasez de materiales: lápices, cuadernos, hojas para tomar notas, yeso para las viejas pizarras... Él aseguraba que si la Universidad de La Habana contara con los insumos necesarios para atender a los estudiantes (en el extremo, únicamente a los extranjeros) y sus necesidades, seguramente tendrían mucho más éxito.

Durante el primer tiempo que vivió en La Habana, se alojó en uno de los hoteles autorizados por el gobierno, pero pronto se dio cuenta que debía buscar un lugar más económico y que le brindara las comodidades y facilidades que necesitaría, por lo que empezó a indagar acerca de las posibilidades. Inmediatamente lo refirieron con algunas personas que alquilaban dormitorios en sus hogares y que, si el huésped lo precisaba, podrían darle también los alimentos. Por supuesto, por una suma mucho menor a la que pagaba en el hotel, consiguió la habitación y los tres tiempos de comida, aunque le pidieron absoluta discresión pues ellos no tenían autorización del gobierno para este tipo de negocios. Cuando volvió la segunda vez, se alojó en otra casa en igualdad de condiciones.

Contaba de la pléyade de niños que diariamente lo esperaban a la salida de su casa temporal cuando se dirigía a la universidad, para pedirle goma de mascar, chocolates u otras golosinas; las mujeres de toda edad que eventualmente le ofrecían sus servicios lavando ropa, cocinando su comida o atendiendo sus necesidades sexuales. Le impresionó que cualquier turista pudiera entrar a hoteles, bares, restaurantes y otros negocios, pero ningún cubano tuviera derecho a frecuentarlos... aunque contara con dinero para hacerlo.

Estaba alarmado con el "ritmo" de respuesta de la mayoría de cubanos cuando se precisaba llevar a cabo alguna tarea, pues nadie conoce la prisa ni el sentido de urgencia. Y también algo que quedó grabado en su memoria: un cartel en una de las calles de la ciudad que decía algo así como "En este mismo día hay miles de niños que duermen en la calle. Ninguno es cubano". Y aseguraba que era así, no había ninguna persona durmiendo en la calle, mendigando o padeciendo abandono social.

• En los primeros meses del nuevo milenio, uno de mis cuñados viajó La Habana para participar en un simposio médico. Nuevamente la calidad y alto nivel de los profesionales egresados de la Universidad de La Habana se puso en relieve y mi cuñado relató las experiencias compartidas con médicos de muchas especialidades, su aprendizaje y actualización en técnicas y descubrimientos, poniendo de manifiesto lo que las brigadas de médicos cubanos han aportado a las sociedades de países latinoamericanos que han aceptado sus servicios profesionales en lugares retirados y poco accesibles de cada país. Pero también relató que el día en que se despidió del médico director de unos de los hospitales que visitó, éste le pidió que le dejara regaladas sus rasuradoras desechables y su tubo de pasta dentrífica, pues para él era muy difícil conseguirlos en Cuba.

• El año antepasado, una amiga de mi hija (de un poco más de 20 años) fue de viaje por 4 días a Cuba. El grupo de guatemaltecas y guatemaltecos salieron de este país entusiasmados con la idea de llegar a la isla, conocer sus playas y sacarse la espinita del tan trillado comunismo. Llegaron a un bello hotel, se alojaron sin complicaciones y tuvieron acceso a todo lo ofrecido cuando les vendieron el paquete de viaje. En las playas que visitaron encontraron turistas de muchos lugares del mundo, sobre todo europeos. Ella venía impresionada con un tema: a todos los miembros del grupo, a todos, sin excepción, les habían ofrecido servicios sexuales. A ella también y en varias ocasiones. Hombres y mujeres jóvenes prostituidos, porque el dinero no les alcanza para vivir como ellos desean.

Y creo que es aquí en donde las cosas empiezan a tener sentido. Las generaciones jóvenes ven a la revolución cubana de una manera distinta a como la ven las generaciones que vivieron antes de ella, que pasaron de un estado económico precario a otro a través del cambio. Las nuevas generaciones tienen acceso a la información que les llega a través de los turistas, de internet, de la televisión, la radio o los familiares que viven fuera de la isla y desean, en muchos casos, vivir de otra manera, con la libertad de escogencia que allí no tienen. Sus padres y abuelos recuerdan, probablemente, que antes no tenían educación de ningún tipo, ni soñar con la universitaria; que por más que trabajaran no contarían con los alimentos básicos para sobrevivir y que fue la Revolución -personalizada en Fidel Castro- la que les dio acceso a lo que necesitaron.

Estas historias atadas a la realidad cubana, tan de un extremo al otro, son verdades todas. Porque no existe la verdad absoluta y cada sistema tiene sus pros y sus contras. Cada uno de nosotros, viviendo en países capitalistas, sabemos que no tenemos acceso a todo lo que necesitamos, que muchos de nuestros compatriotas han salido fronteras afuera para conseguirlo y que, muy probablemente, lo único que han encontrado es vivir con angustia y exceso de tareas, pero sin paz ni amor familiar.

Ningún sistema es perfecto. Ni los humanos lo somos. El paraíso ansiado debiera contar con las virtudes de ambos sistemas, viviendo en la maravillosa naturaleza de Cuba, quizás. Ambas cosas son utópicas.

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