martes, marzo 13, 2007

Yo mujer


No es fácil ser mujer en esta tierra. Porque la herencia cultural que nos dejaron, es terrible. Nuestras etnias tienen su propia manera de tratar a sus mujeres y la mezcla con la cultura española no fue un buen injerto.

Las mujeres acá deben obedecer, ciegamente, la voluntad del hombre de la casa. Cuando son niñas será la del padre, después los hermanos varones -aunque sean menores que ella- o los abuelos y tíos; salen de la casa paterna y su obediencia es hacia el marido. Finalmente, será a los hijos varones.

Un rosario de obediencias ciegas, sin derecho a protestar, en el que sus deseos, sueños e ilusiones, pesan menos que un grano de sal. Y eso que ellas son la sal de esta tierra.

Su existencia será decidida por otros y el trabajo físico fuerte será una constante en su vida. Si se trata de una mujer campesina, lo más probable es que asista a la escuela los primeros años de la Primaria (con suerte) y después deba quedarse en su casa para ayudar en las tareas domésticas, así como en las de las siembras y cosechas. Si es de la ciudad, deberá salir a trabajar desde niña para ayudar al sostenimiento del hogar. Las expectativas de estudio dependerán de la apertura mental de su padre.

Además de estos terribles pesos culturales, la actual violencia desatada por la delincuencia común y el narcotráfico, las han hecho blanco fácil. Y la respuesta lenta -casi inexistente- de las autoridades para investigar y resolver los casos, chocará con la ineptitud o la indiferencia de fiscales y jueces. La muerte de una mujer a manos de la violencia doméstica es algo que se ve, todavía, como "algo privado" y lo mejor es no meterse. La pareja tiene, pareciera, total control y dominio sobre la vida de sus mujeres, porque ésta es otra constante del machismo: proliferan las vidas familiares paralelas, en donde tener hijos con una o con otra se convierte en una especie de campeonato de la masculinidad.

Por supuesto que en muchas ocasiones son las mismas mujeres las que crean esos monstruos machistas, pues los convierten en reyezuelos tiranos que, desde su misma silla de comer cuando son niños, hasta la cabecera de la mesa familiar, cuando son adultos, vociferan y gritan órdenes que ellas se esfuerzan en cumplir para hacerlos sentir satisfechos y felices.

Es triste, pues, que ser mujer las convierta en ciudadanas de segunda, en seres vivos clasificados entre el hombre y el resto de seres del reino animal.

¿Quién podrá hacer algo para cambiar este orden de cosas? Nadie más que nosotras mismas, mujeres todas con los pies sobre la tierra, la mente clara y un inmenso amor por nosotras mismas, antes que nada.

Pelear nuestros propios espacios, respetarnos y hacernos respetar contra viento y marea, hacer valer nuestra opinión y nuestra visión de la vida, tomar las decisiones necesarias para avanzar y ser dueñas de nuestro propio destino.

No conformarnos con que, graciosamente, un grupo de hombres bien intencionados -no lo dudo- en algún lugar del planeta, haya decidido que el 8 de marzo sea el Día de la Mujer. ¡Como si eso fuera suficiente para cambiar las cosas! Un día, un sólo día al año. No, deben ser ese día y los 364 restantes, todos los años de nuestra existencia.

No se puede dar lo que no se posee. El trabajo nuestro, mujeres de hoy y mañana, deberá ser enseñar a nuestros hijos a verse en el espejo de nuestro orgullo, de nuestros triunfos, de nuestros logros, de nuestros sueños.

Y no aceptar migajas de reconocimiento, porque no es así como debemos vivir. Debemos encontrar la punta de la madeja de nuestra dignidad y del control de nuestra propia vida.

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