domingo, marzo 25, 2007

DE MUJERES


En esta casa vivimos cinco mujeres: mi madre, mi hija, nuestra ayuda y amiga Andrea, su hijita de cuatro meses y yo. En este pequeño pero feliz territorio tenemos días de mucha alegría, algunos de profunda nostalgia, más de rabia y frustración y otros de absoluta confianza y esperanza en el futuro, pero eso sí, ninguno aburrido.

Mi hija y yo trabajamos fuera de casa -en nuestras oficinas- y así ha sido desde que cada una inició su carrera. Ella, además, está por pasar por las pruebas finales públicas de la carrera de Mercadotecnia (Merchandising) y tiene de pareja a un buen hombre, con el que comparte su tiempo libre y muchos sueños.

Desde que yo era estudiante de la secundaria decidí que trabajaría fuera de mi casa y que el rol que vi desarrollar a las mujeres mayores de mi familia -de ambos lados- no sería el que yo eligiría. De tal manera que, al concluir la carrera de secretaria, empecé a trabajar y sólo paré de hacerlo cuando tuve que emigrar fuera de mi país por razones de seguridad.

El tiempo que vivimos fuera de Guatemala (mi hija tenía casi dos años entonces) estuve dedicada a su cuidado y creo, sin temor a equivocarme, que fue el peso que equilibró la balanza de la desesperanza de esos días. Poderme dedicar a su cuidado a tiempo completo fue fantástico, tanto para ella como para mí. Sobre todo porque teníamos que adaptarnos a una nueva vida, con costumbres y tradiciones totalmente diferentes a las nuestras, lejos de la familia y de los amigos. Pero al poco tiempo volvimos a nuestra tierra y pude -y tuve que- rehacer mi vida normal, buscando un trabajo que me brindara el sustento y los medios para proporcionarle a mi hija un buen nivel de educación y a mí me diera la ocasión de desarrollarme como persona y profesional.

Nada más alejado de mi gusto que el trabajo de la casa. No porque piense que no tiene valor, no porque no pueda hacerlo, no porque no tenga retribuciones emocionales importantes. Es sólo que creo, sin pretender ofender a nadie, que es un trabajo pesado, tedioso y que no me brinda el terreno fértil para crecer y mejorar intelectual y profesionalmente.

Es, regularmente, una labor no reconocida. En la mayoría de países, son tareas no remuneradas al ama de casa. Sus gastos personales, desde los más íntimos y mensuales hasta los que pueda necesitar para estudiar en forma o a su propio ritmo, dependerán en mucho de lo que la economía del hogar permita o el proveedor acepte darle. En estos tiempos que vivimos en que el presupuesto de cualquier hogar es difícil de sobrellevar por un solo salario, el aporte de ambos cónyuges otorga, tal vez, holgura o, cuando menos, comodidad, por lo que es cada vez más frecuente encontrar mujeres proveedoras, sobre todo en el caso de las madres solas que viven de esta manera por muchas razones que no me detendré a comentar aquí. No hoy.

Durante los años en que mi hija estudió, yo siempre trabajé. Como decimos en Guatemala, "le puse ganas" porque el tiempo que estuviera con ella fuera realmente suyo. Antes y primero que nada estaban las conversaciones largas, algunas inquisitivas, otras felices, pocas veces temerosas. No fui madre con todo el tiempo del mundo para serlo, pero tampoco fui de las que, teniendo esa condición en sus vidas, utilizan mucho de ese tiempo para el gimnasio, las reuniones sociales o el salón de belleza, sin contar que cuando están en casa, el tiempo es consumido por la televisión o los chats. Por supuesto y claro está, que existen mujeres que se entregan enteras a la tarea de criar y formar a sus hijos poniendo en ello empeño, esfuerzo y amor. Sin embargo, si no se tiene la fuente de información y actualización de lo que pasa allá afuera, en el mundo real y la madre no se preocupa por obtenerlo, ella irá quedando rezagada sin poder marchar al ritmo que impone el aprendizaje de sus hijos en la escuela, perdiendo con ello la maravillosa oportunidad de compartir los descubrimientos diarios, tanto los que traen las materias que estudian los niños como los que puedan surgir en las actividades comunes dentro o fuera de casa.

Por otro lado, el desarrollo de una carrera profesional en que la mujer pueda obtener satisfacciones muy personales, tan valederas como las que tenga su pareja en su propia formación académica, son una fuente fantástica de positivismo y energía para su propia vida, que redunda en buenas relaciones dentro de la familia si se sabe llevar con inteligencia. Dependerá en mucho, también, de cómo la pareja vea este crecimiento, si lo acepta como algo normal, si no se siente desplazado, si no aparecen los celos profesionales o las incomodidades que surgen a partir de que el sueldo de ella sea mayor que el de él, generando con esto envidias y diferencias que, en muchas ocasiones, son imposibles de salvar.

Sé de lo que hablo.

Como mujeres tenemos un rol impuesto por la propia naturaleza y la historia: ser administradoras y cuidadoras del hogar, de los hijos y de la pareja. Pero ahora podemos, además, decidir trabajar fuera del hogar, buscando nuestra autorrealización y aportando al bien de la familia una ayuda valiosa que no se encuentra fácil debajo de las piedras. Si el rol de proveedor de nuestra pareja no está tan arraigado en él y a su vez, comprende y acepta que tenemos derechos, nada nos detendrá.

Mujeres madres, mujeres esposas, mujeres amantes, mujeres trabajadoras del hogar o de la oficina, del hospital, del estudio, del arte. Mujeres todas con una sola y primaria verdad: tener el poder de elegir por nosotras mismas lo que realmente queremos ser y hacer en nuestra vida.

No hay comentarios.: