domingo, agosto 08, 2004

Guatemala, 03:03:33

Eran casi las diez de la noche y soplaba un viento frío que calaba los huesos. El cielo estaba limpio y se veían todas las estrellas, como nunca los había visto en mis 24 años. El viejo barrio en donde se ubicaba el apartamento que ocupaba estaba totalmente callado, nadie se aventuraba a salir con tal descenso de temperatura.

Después de prepararme para descansar vi una película y me fui a la cama un poco antes de la media noche. Como estaba un poco resfriada, dejé un poncho sobre los pies de la cama por si me daba frío en la madrugada. Apagué la luz y me quedé dormida a pesar de que la luz del alumbrado público entraba por la ventana de mi habitación...

Entre sueños desperté porque mi cama se movía. Me senté y esperé a que el movimiento cesara... era un pequeño temblor de tierra y cuando fue pasando, volví a tumbarme de espaldas para seguir durmiendo, pero en ese instante todo cambió.

Se escuchó como si la tierra crujiera y simultáneamente, todo dio vueltas. Sentada a la mitad de la cama, se me hacía imposible tratar de bajarme de ella; los movimientos de toda la casa eran terribles, parecía que estaba sobre un potro salvaje que corcoveaba sin descanso, al mismo tiempo que se mecía con fuerza, oscilante.

El techo de madera del apartamento parecía gemir de dolor mientras amenazaba con partirse y el sonido que venía de la tierra trepidante, era como un retumbo que subía de tono a cada segundo. El alumbrado público se apagó debido al seguro que tiene instalado desde hace muchos años, previendo que al pasar de determinado grado de intensidad, un movimiento telúrico provoque que las líneas se rompan y eso inicie incendios; al miedo por el espantoso corcoveo y el terrible sonido, se sumó la profunda oscuridad.

Mientras estaba aferrada a la cama tratando de mantener la calma a pesar de que todo ese terror parecía aumentar a cada segundo, pensé por un momento que era el fin del mundo, que de esa no saldría con vida. La fase de destrucción duró solamente 49 segundos y la intensidad fue de 7.6° en la escala de Richter, aproximadamente la energía equivalente a la explosión de 2 mil toneladas de dinamita.

Cuando el movimiento y el sonido cesaron y pude, finalmente, controlar el temblor de manos y piernas debido al miedo, bajé de la cama poniéndome el poncho encima, y traté de encontrar una vela y fósforos en la mesa de noche. Todos los muebles habían cambiado de lugar y en la terrible oscuridad, a tientas, no encontré lo que buscaba, así que me dirigí a la cocina. Al pasar frente al baño, mis pies tocaron agua pero seguí de frente. Encendí la vela y bajé al primer piso para hablar con mis vecinos. Debido a la hora -eran las tres de la madrugada- estaban un poco reacios a salir, pero mi temor convenció al de ellos para que fuéramos a la calle. Allí encontramos al resto de vecinos de la cuadra y en un pequeño radio de transistores escuchamos una estación de Honduras dar la noticia: en Guatemala había ocurrido un terremoto de grandes proporciones que había sido percibido en territorios mexicano, salvadoreño y hondureño.

Al salir el sol, quedamos perplejos: las únicas casas que se mantenían de pie en la calle en donde vivíamos eran cuatro, incluida la que yo habitaba. El resto estaba derrumbada sobre la ancha calle, dejando ver dormitorios con las camas vacías, roperos abiertos, salas llenas de restos de paredes y techos; los niños pequeños dormían en los brazos de sus angustiadas madres, los mayores empezaban a dar paso a la curiosidad, venciendo al miedo. Los muy ancianos recordaban el terremoto de 1917, también de enormes daños y comparaban el recuerdo con la experiencia recién vivida.

El occidente del país fue el más golpeado y algunas poblaciones fueron totalmente destruidas, como si la mano inmensa de un dios destructor hubiera pasado sobre ellas sin ninguna misericordia, dando vuelta a los cerros, cambiando de cauce los ríos y asustando a los animales, haciéndolos huir despavoridos.

En este país de infinitas montañas, de enormes volcanes y maravillosos precipicios, los movimentos telúricos son constantes y estamos todos acostumbrados a ellos. Sin embargo, después de ese día nada volvió a ser para mí como antes. Cada vez que un temblor de tierra me alerta, pongo mis cinco sentidos en tratar de escuchar si no viene con retumbos de tierra o haciéndola encabritarse. Y si el movimiento se prolonga o se intensifica, mis piernas paralizadas por el miedo hacen un esfuerzo para buscar una salida, tratando de mantener la calma para no provocar un accidente de proporciones mayores al del temblor.

Acá distinguimos bien lo que es un temblor a un terremoto. No es lo mismo. Los que vivimos los dos meses posteriores de réplicas podemos dar fe... hasta el próximo terremoto, que será antes de que se cumplan los cincuenta años después del 4 de febrero de 1976, a las 03:03:33.

http://www.deguate.com/infocentros/guatemala/Historia/terremoto.htm
http://www.terra.com.gt/turismogt/antigua2.htm

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