domingo, agosto 08, 2004

Las amenazas reales

El Vaticano dice que el feminismo moderno amenaza a la familia. Con este encabezado presentó CNN la noticia que nos confirma, una vez más, la postura de la iglesia católica con relación a lo que, según ellos, debe ser la manera de vivir del género femenino para garantizar el equilibrio de las familias y, por ende, de las sociedades en el mundo.

Primeramente, debo reconocer, no ha sido el Vaticano el único responsable de que el género femenino haya sido postergado; muchas otras cúpulas religiosas del mundo mantienen la misma postura, si no alguna peor que ésta, transformando las vidas de las mujeres en simples existencias, sin ningún tipo de aspiraciones, entusiasmo, deseos -incluido el sexual-, motivaciones o ilusiones, transcurriendo de principio a fin por un camino yermo, sin ninguna probabilidad de cambio o superación.

Al Vaticano le preocupa ahora, según dice la nota, la nueva corriente de cambio con relación a la familia. El aparecimiento de los matrimonios homosexuales y el concepto de la familia no bi-parental, que de alguna manera mueve los cimientos de la sociedad actual pero en realidad no por su existencia en sí ya que siempre han existido, sino porque ahora salen a la luz del día y se oficializan, por así decirlo, restándole poder a la hegemonía machista y reconociendo el valor que las mujeres también tenemos para el normal desarrollo de los seres humanos y no sólo por nuestra labor como madres.

Sin embargo, la falta de coherencia entre lo que dice y lo que hace el Vaticano es notoria en puntos como su rechazo al control de la natalidad, aunque eso signifique millones de niños hambrientos o abandonados; le disgusta y condena la homosexualidad, sin aceptar que el gusto o inclinación sexual de las personas es eso únicamente y que no los convierte en seres anormales, monstruosos o incapacitados para llevar una vida plena. Persiste en mantener el celibato en los seminarios y conventos, provocando con ello que la fuerza de la sexualidad contenida se transforme en desviaciones y degeneraciones que han afectado a inocentes, pues al no aceptar que la sexualidad debe manejarse sin sentimientos de culpabilidad ni vergüenza y que es algo natural que brinda bienestar a quienes así lo comprenden, han sido responsables directos de un sinfín de casos dramáticos, incluso al tratar de evitar que se conozcan este tipo de circunstancias o pagando a los involucrados y creando con ello situaciones a todas luces inmorales.

Las enseñanzas que las distintas religiones nos han dejado tienen un punto de confluencia: el machismo radical que hemos vivido y que, poco a poco y por el propio esfuerzo femenino apoyado por algunos hombres visionarios y conscientes, está cediendo paso a una mayor participación de las mujeres en cada área de nuestras vidas. Sin embargo, es necesario aceptar que el machismo empieza por el hogar mismo, transmitido de generación en generación, alimentado por las propias mujeres, las madres de cada familia, que han reforzado su existencia en el afán de sobreproteger y cuidar a sus propios hijos o mantener o propiciar la permanencia obligada de sus parejas cuando éstas ya no desean sostener la vida en común, o para mantener un status económico y social por el vínculo del matrimonio ya sea por temor o incapacidad de enfrentar una nueva vida o por simple comodidad. En el interior de muchas de estas familias conservadoras, la típica madre es aquella "mujer alfombra" que deja de tener vida propia para volcarse desmedidamente en el cuidado y atención del marido e hijos varones, malcriándolos y haciéndolos inútiles, limitándoles el desarrollo integral, la posterior consecución de una paternidad responsable y plena -en el caso de los hijos- y de compartir con su pareja la responsabilidad del hogar y de los hijos, en el caso de la pareja.

Este mismo criterio se aplica en las hijas mujeres, haciéndolas aportar tiempo y esfuerzo para atender al padre y a los hermanos, sembrando la semilla que después dará sombra al hombre e hijos propios, que harán de la vida de estas jóvenes una copia al calco de la de sus madres.

La limitación en cuanto al crecimiento y desarrollo integral llega disfrazada de necesidad de colaboración dentro de la familia, evitando que las niñas asistan a las escuelas para obligarlas a participar, incluso, en la crianza de sus hermanos menores sin darles tiempo de vivir su juventud para encontrarse, repentinamente, en sus propias vidas como esposas y madres en una cadena interminable, una pesadilla de la cual no se puede despertar.

Si asisten a los servicios religiosos, los sermones que escucharán serán acerca de cómo las mujeres "decentes" deben sacrificar sus propias vidas en beneficio de la familia sin importar lo que ellas realmente anhelan para ellas, en pro de la felicidad de la pareja o como ejemplo para los hijos... así sean éstos no deseados, producto de un hecho violento o de la ignorancia.

La satanización del rol de mujer como tal -con un goce claro y profundo de nuestra sexualidad, calificando al conocimiento de nosotras mismas y nuestra autorrealización como algo inmoral y egoísta- es un hecho ancestral, no podemos responsabilizar a nadie vivo hoy de su vigencia; pero sí podemos modificar las cosas, paso a paso, buscando el equilibrio de derechos y responsabilidades en cada familia, educando a nuestras hijas para hacerse respetar por sus propios padres y hermanos y enseñando a éstos el respeto que las mujeres merecemos como seres humanos iguales; seamos ejemplo como mujeres autodeterminadas, con autoestima y coraje para enfrentar la vida hombro con hombro con nuestra pareja, siendo boyas, no lastre. Empecemos por nosotras mismas y ayudemos a todas aquellas a las que nuestra vida toque, que por debilidad o desconocimiento no puedan emprender el camino solas.

Lo que la iglesia católica o cualquier otra religión opine estará bien, siempre y cuando no violente nuestras mentes, cuerpos y corazones de mujer.

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