domingo, septiembre 19, 2004

Yo y yo

Salí corriendo de la oficina, viernes por la noche, ansiosa de llegar a casa para descansar. El bullicio del tráfico ya no era motivo de queja, estaba adaptada a él aunque seguía soñando con vivir en el campo -lejano y plácido campo- en donde por las noches sólo escuchara el canto de los grillos y el de mi respiración. Pero todavía no podía darme ese lujo, debía esperar unos buenos años aún.

Ya pensando en el momento de la jubilación, daba vueltas en mi mente sobre lo que debía hacer cuando tuviera que abandonar mi vida de hace 30 años: levantarme por la madrugada para salir corriendo hacia una oficina, pasar mi día completo en ella y salir por la noche, buscando el descanso. Y me pareció que tomar un curso de cocina debía ser maravilloso; más que una tarea, me parecía un arte.

Llegué a casa finalmente, comí algo liviano y me puse a trabajar. Sentada frente a la pantalla de la pc, revisaba mi correo. Decenas de mensajes llegaban, uno tras otro. Incluso los que yo misma me enviaba desde la oficina, con material para trabajar o algunos apuntes importantes. Me llamó la atención uno enviado por mí esa misma tarde, pero que no recordaba haber escrito. Lo leí y tuve que releerlo porque no comprendía de qué se trataba. Revisé el remitente y sí, era yo misma. Pero ¿en qué momento lo escribí? No recordaba. Sin embargo, conforme iba posando los ojos en cada línea, identificando el contorno de cada letra, reuniendo en el cerebro el mensaje, iba dándole forma a la idea que estaba intentando captar desde mi cómoda silla.

Finalmente me di cuenta que estaba escribiendo acerca de MIS clases de cocina y, lo más importante, desde mi propia casa ubicada, sí, ¡en el campo! No podía dar crédito a lo que leía, así que me levanté a tomar un vaso de agua y despejar mi cabeza, no fuera que estuviera dormida sin darme cuenta.

Volví a la pc, pero allí seguía el mensaje. Entonces, como en un acto reflejo, decidí responderme. No supe exactamente cómo explicar la "sensación" que tuve escribiéndome a mí misma. Cuando vi "nuestros" nombres, es decir, el de remitente y destinataria, iguales, con las mismas letras, el mismo sonido al repetirlos, la misma cadencia... Esto ya lo hacía bastante raro. El texto del mensaje era esa conversación mía conmigo y me dio no sé qué, como un escalofrío en el corazón, como una comezoncita en el alma, no puedo definirlo bien.

Empecé a escribirme y quise contarme algo: cuando tenía 5 ó 6 años, una vez que estaba enferma, mamá se sentó a la orilla de mi cama a conversar y le pregunté cómo era eso de las siete personas iguales en el mundo; ella empezó a hablar y, estoy segura de ello, para entretenerme un poco, cambió la historia y me dijo que habíamos siete con el mismo nombre y que, quién sabría si no encontraría a una mujer rubia, a una pelirroja o a una negra con mi nombre. En ese momento, siendo tan niña, me impacté. A estas alturas de mi vida, lo que me impactaba era que sí, era verdad, había otra yo del otro lado de la pc, en algún lugar virtual, Y ESTABA HABLANDO CON ELLA QUE ERA YO.

Claro, cuando llegó la respuesta ya sabía lo que encontraría. Ambas teníamos la misma edad, los mismos gustos, escribíamos poesía, leíamos en nuestros ratos libres, aunque yo vivía en la ciudad que yo siempre quise vivir y trabajaba en donde yo siempre quise trabajar. Por supuesto, nuestros padres eran los mismos y nuestros hermanos también.

¿Sabés qué pienso? me dije. Que tenés algunas cosas, partes, trozos de vida que a mí me gustaría tener pero que no poseo. Y yo tengo los que a ti te hacen falta.

Esa noche apagué la pc con un cosquilleo en el alma, como si la sangre me corriera en las venas al ritmo de un merengue.

Esta correspondencia virtual se prolongó por algunas semanas. Cada día me descubría rasgos iguales, gustos exactos, pensamientos paralelos, sentimientos calcados. Llegó un momento en el que los mensajes ya no los escribía completos, porque yo empezaba acá un párrafo y antes de siquiera pensarlo, venía mi mensaje de allá con la última parte de él o a la inversa. Así que seguí jugando a completar pensamientos conmigo misma.

Al cumplirse el día 28, ya no era necesario enviar mensajes. Tenía 2 ó 3 días de iniciar un pensamiento aquí y completarlo allá, o de empezar a sonreírme allá al recordar mis experiencias y terminar riéndome acá por el mismo recuerdo.

Hoy es el día 30. Esta mañana, al despertar, quise levantarme de la cama para encender la pc y encontrarme. Pero no pude. Me vi sentada en la silla, escribiendo como siempre. Cuando quise palpar mis carnes y huesos, no pude encontrarlos. Corrí hasta el espejo... y no pude verme. Ahora me pregunto qué haré para decirme a mí misma que me perdí, que no me encuentro. Aunque tal vez podré hallarme cuando encienda nuevamente la pc.

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