sábado, septiembre 04, 2004

Vamos llegando

Durante la primera visita del pontífice católico a Guatemala en 1983 y habiéndose alojado Karol Wojtyla y su delegación en la Nunciatura Apostólica en nuestra ciudad, un grupo de jóvenes universitarios rodearon la residencia vaticana y pasaron muchas horas cantando al Papa, quien salió a la verja del jardín y estuvo escuchándolos pacientemente, sonriendo, durante un buen rato. Decidimos unirnos a la fiesta y salimos hacia allí -mi madre, mi hermana y yo- para compartir la vivencia. Un contingente del ejército nacional vigilaba la manzana de la Nunciatura y era un teniente kaibil (nombre dado a los oficiales entrenados en el Centro de Adiestramiento y Operaciones Especiales del Ejército y que significa "Hombre Estratega, el que tiene la astucia de dos tigres") quien coordinaba la operación.

Los kaibiles deben su nombre a un rey del Imperio Mam, quien gracias a su astucia nunca fue capturado por los conquistadores españoles comandados por Pedro de Alvarado. Este teniente, a quien llamaré Juan García porque mi memoria me traiciona, era un joven apacible de unos 28 años, que después de esa noche empezó a frecuentar a mi hermana, que también era jovencita por esos días. En una ocasión, mientras celebrábamos algún cumpleaños o algo que tampoco recuerdo, al calor de un par de whiskies, Juan se puso platicador. Y ya que vivíamos aún el tiempo de las botas y las boinas (los kaibiles las usan todavía) una cosa llevó a la otra y la conversación se centró en lo que muchos de los presentes sospechábamos o habíamos escuchado contar, pero que hasta ese momento no nos había sido confirmado. Fue Juan quien empezó su relato con aires de valentía y ufanándose de sus hazañas, pero que terminó entre sollozos mientras los demás escuchábamos horrorizados su experiencia en la montaña, cuando patrullaban las aldeas y caseríos del nor-occidente de mi país.

Todavía recuerdo su rostro sudoroso, los ojos llenos de lágrimas y su esfuerzo por mantener el control y no romper a llorar. Los actos que nos fueron relatados -pruebas que debió pasar para demostrar que era un kaibil de verdad- quedaron presentes en mí porque es algo más fuerte que la razón, queda grabado en la conciencia.Y esta tarde, mientras veía por HBO a la detective superintendente Jane Tennison, de Scotland Yard, desbaratando el andamiaje de un criminal de guerra en Bosnia, lo recordé. Durante estas dos ediciones de Prime Suspect pude ver la muy buena interpretación de Helen Mirren, ya fuera asombrándose, horrorizándose o llegando hasta las lágrimas al ver fotografías de cadáveres apilados o imaginando musulmanes masacrados. Y estas escenas, precisamente, que desnudan el dolor de las mujeres ante los cadáveres de sus hombres -hijos, maridos o padres- me llevaron a las que repetí recientemente con aquella documental -también en HBO- acerca de Dominga, la sobreviviente de una de las masacres que se realizaron en Guatemala y que van formando el rompecabezas que, estoy segura -¿o quiero estarlo?- algún día terminaremos de construir todos los latinoamericanos.Chile quiere dar un paso decisivo y vuelven a intentar enjuiciar a Pinochet. Sí, sí. Ya sé que económicamente ese país se levantó y ahora están cerca de ser un país desarrollado, pero... ¿vale la pena vender la conciencia por eso? ¿O es que para que nos desarrollemos y crezcamos, para que dejemos de ser subdesarrollados debemos pagar con la vida de nuestros compatriotas y callarnos para siempre?Creo firmemente que no tendremos paz, al menos en mi país, mientras no hagamos girar la rueda de la justicia. Mientras no tengamos el valor de hacer pagar al que debe. Mientras no nos levantemos sobre nuestros pies, orgullosos de nuestro coraje y nuestra valentía, sin olvidarnos que antes que nosotros, muchos otros murieron por la libertad, la igualdad y la justicia. Para que seamos nosotros y nuestros hijos, los usufructurarios de esa vida.

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