sábado, marzo 12, 2005

Día de la mujer

Celebrar el día de la mujer no nos hace mejores, ni peores no celebrarlo. Como lo siento y percibo, es como un llamado para tomar conciencia de que no sólo existimos, sino que debemos vivir nuestra propia y muy personal vida a nuestra manera, con los ingredientes que queramos ponerle para aderezarla y disfrutarla con los seres que elijamos o con los que la vida nos dio para rodearnos. Sin imposiciones. Sin esclavitud de ningún tipo. Con libertad. Con oportunidades.

El Día de la Mujer fue creado para reconocer nuestro derecho a vivir mejor, para reividincar nuestro género y con ello, abrir el espacio que millones de nosotras ha necesitado durante milenios para reconquistar nuestro valor y nuestro espacio.

No sólo se trata de que los demás nos valoren, reconozcan nuestro esfuerzo, aplaudan nuestro trabajo, feliciten nuestros logros. Se trata de crecer nosotras, de reconocernos y felicitarnos a nosotras mismas, de concientizarnos de nuestra naturaleza, de nuestras necesidades y anhelos y tomar acción para alcanzar nuestros sueños y nuestras metas. Se trata de estar unidas como género, de crear vínculos fuertes y ser solidarias de los logros de cada una, de celebrarlos y generar cambios y mejorías para todas.

Si hemos logrado crecer individualmente, entonces nos tocará dar la mano, abrir la puerta, guiar y enseñar a la que no sabe, a la que no se atreve, a la que sufre por temor, ignorancia o abandono. No enseñándole a odiar a los demás, sino a amarse a sí misma, que en el reencuentro con su propia naturaleza, en ese autodescubrimiento maravilloso, estarán las bases del cambio. El respeto a sí misma que se transformará en la exigencia a los demás por el mismo respeto; el autoconocimiento pleno de su cuerpo, mente y alma que la llevará por caminos antes nunca conocidos o, tal vez, tímidamente recorridos, pero que ahora andará con paso firme y con el rostro al sol.

Ser mujeres y estar conscientes de nuestra naturaleza le da sentido a nuestra vida, pues en nuestra femineidad está la prolongación de nuestra especie, en nuestra maternidad el cuidado del semillero de la humanidad, y en nuestra fuerza e intuición la guía de nuestro futuro. Y nada haremos con palabras, que a éstas se las lleva el viento. Nuestros descendientes serán mejores mirándose en nuestro espejo, aquel que les devuelva una imagen digna y luchadora, un ejemplo que los arrastre a hacer que esta raza nuestra sea mejor, que salga de su encierro y que, después de conquistarse a sí misma, conquiste otros mundos y otras galaxias.

Celebrar este día y llamarnos "la mejor mujer del mundo", no cambiará nada. No exorcizará el sufrimiento, no aliviará el dolor, no evitará las lágrimas. Nada lo hará. Este día es sólo una luz de alerta para que no olvidemos que tenemos la obligación de levantarnos y caminar erguidas. Será maravilloso llegar al final del camino habiendo sido faro y no el pañuelo que enjugó las lágrimas de nuestra autocompasión silenciosa.

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