domingo, marzo 06, 2005

Lucha... ¿contra qué?

Cuando se ha tenido todo, se ha vivido en la opulencia, se ha malbaratado la vida sin tomar conciencia real de lo que es el mundo, allá afuera... ¿cómo se va a tener sensibilidad para situarse en los pies del que padece, del que se conforma con dormir teniendo por colchón el piso, del que come residuos porque no tiene otra cosa?

Cuando se ha vivido pensando que las vacaciones deben gozarse en balnearios de lujo -llámense Miami, Punta del Este, Acapulco o lo que sea- y no quedarse en casa, sin madrugar, compartiendo el tiempo y calma con la familia porque no se puede tener más, parece una grosería que las personas felices se aglomeren para ver fuegos artificiales que iluminan el cielo y la esperanza del pueblo que padece y carece de lo básico, llamando a este acto demagogia barata.

En acontecimientos importantes que deberían de llenar de orgullo a todos como el recién ganado Oscar por Drexler por su bellísima canción "Al Otro Lado del Río", suele pensarse -¡con horror!- que fue hecha para una película del Che, "engendro del mal", pero eso se perdona porque fue el espectacular Antonio Banderas quien la interpretó.

Por supuesto, claro que sí, el problema siempre ha sido de lucha de clases. Desde los descendientes de los franceses invasores y los de Benito Juárez en México, pasando por el grupito de criollos adinerados y los millones de indígenas desplazados de Centro América (menos en Costa Rica, en donde muchas personas se sienten orgullosas de no tener indígenas en el país y llaman con desprecio "indios" a los guatemaltecos), hasta la América del Sur elegante y europeizada del sur-sur, en donde se da vuelta la cara para no ver la miseria, siempre se ha tratado de discriminación racial, social o de creencias religiosas.

Es lucha de clases, sí, porque la "clase alta" se olvida que aquella indígena que está sentada en la orilla de la calle, alimentando a su pequeño hijo, es una madre con sentimientos profundos y desgarradores como los que también tienen sus damas de sociedad, a pesar de que se horrorizan al ver amamantar a los bebés en público, probablemente porque las madres de estos niños no tienen ningún otro alimento que darles y para ellas eso de las apariencias es simplemente irrelevante, si no inexistente.

El pueblo, las personas de a pie, la gente de cada país, es su sangre. Es su identidad, su fuerza, su coraje. Y su grito de guerra diario, para enfrentar la vida con sus carencias o pocas oportunidades, se sazona con mariachis, marimba, cumbia, murga o tango, melodías que cuentan cada experiencia -triste o feliz- a su muy particular manera y que no debería ser menospreciada o vista con la repugnancia de los que quisieran ser otra cosa, no lo que son. Cada cual vive su propia necesidad y su propio esfuerzo con el sentimiento que sube desde las calles que pisa, hasta la boca que recibe los alimentos propios de su lugar: tacos, tamales, mondongo, ñoquis o asado. No se puede abstraer la realidad de un país de sus propios habitantes, los que son motor de la vida diaria, sólo porque se considera que son mersas, chusma o nacos. Aún siendo de condición humilde, con otro tipo de educación o modales, son seres humanos en su más pura expresión: la que no conoce cirugías plásticas para estirar las arrugas de la cara y del alma, o liposucción del vientre y de la conciencia.

Gente que vive a su manera, muchas veces la única que puede encontrar, pero que siente de verdad lo que su entorno le ofrece. Que se rasga el alma por un amor, que lucha cuerpo a cuerpo con la vida para sacar adelante a su familia a pesar de que todo pareciera estar en contra, que vive intensa y apasionadamente, lo malo y lo bueno. Esta también es una lucha, mejor que la de clases.

Por supuesto, cada pueblo tiene el gobierno QUE ELIGE Y QUE TOLERA. Y de la misma manera que todos los pueblos hemos cometido errores y horrores con los gobernantes que llevamos hasta el pináculo del poder, en algún momento de iluminación se busca a aquellos que, se tiene la esperanza, lograrán que todos los que son, tengan para vivir honrosamente, con dignidad, salud y trabajo. No se trata de regalarle nada a nadie o de hacer que aquel que no trabaja tenga tanto como el que se esfuerza. Sino todo lo contrario: que cada cual tenga de acuerdo a su propio arrojo y por el resultado de la labor cumplida.

Llegó el momento de sentirse orgullosos, uruguayos, de haber tomado acción para cambiar las cosas. Y si en algún momento alguien olvidara cuál es el camino que han emprendido, grítenle a voz en cuello que quieren legarles a sus hijos un país digno, honrado y futurista; un país que ha olvidado las luchas de clase y enterrado los complejos de superioridad, para vivir un mañana feliz, cada vez más real y cercano.

No hay comentarios.: