sábado, julio 02, 2005

DERECHO A SABER

Comiendo en un restaurante de la ciudad el domingo pasado, vi de lejos a una pareja amiga de hace décadas. Me habría gustado saludarlos y preguntarles por sus familias: la de ella, la de él y la de ambos. Pero no se dieron las circunstancias y me conformé con verlos sonrientes, mientras saludaban a los comensales de una mesa en la parte exterior del lugar.

Si no conocés su historia podrías pensar que es gente normal, que siente y vive como vos o como yo. Pero no es así. Yo conozco su historia.

A finales de los 70's, durante la represión militar, Rita* y yo trabajábamos juntas. Ninguna de las dos teníamos más de 28 años, pero ella ya estaba casada con Nin* y tenían un hijo de un año. Tenía, además, dos hermanos y una sola hermana, Helena*, que era pareja de José*, ambos estudiando la carrera de ingeniería y próximos a cerrar el pénsum.

Los padres de Rita vivían en la misma colonia que mis padres, así que yo conocía muy bien la calle y el entorno de donde fueron sacados una noche entre gritos, patadas y golpes. El pelotón del ejército llegó a su calle y, sin mediar palabra, irrumpieron en su casa y los dos padres angustiados fueron llevados a la fuerza sin que se pudiera saber nunca con certeza el lugar de su destino.

Esa noche, Rita y Nin se enteraron que Helena y José tenían varios días de desaparecidos. Y también supieron que él era perseguido por el ejército, sospechoso de tener vínculos con la guerrilla. Al poco tiempo de desaparecidos sus padres, Rita supo que su hermana y cuñado estaban a salvo en México, que habían logrado huír como tantos otros miles de personas que en esos años dejaron sus existencias acá para salvar sus vidas del otro lado de la frontera.

Durante los meses que siguieron a la desaparición de sus padres, Rita no descansó ni un minuto para tratar de encontrarlos. Recorrió hospitales públicos y privados, puso la denuncia en los juzgados respectivos, habeas corpus mediante, indagó en cárceles y cuarteles, pero nunca fue aceptado por ningún ente del gobierno que ellos tuvieran algo que ver en esta detención. Durante esta primera etapa de búsqueda llegaron a ella muchos rumores: algún detenido en cuarteles o cárceles oficiales o clandestinos, gente que había logrado salir de allí con vida, les contaba que había visto a sus padres, que habían compartido el patio, la celda, los gritos, el dolor o el hambre. En una ocasión le contaron que vieron a su madre subir a un autobús en la ciudad, con aire ausente, llevando una bolsa con verduras; una persona más le contó que sabía que, en algunos centros de detención clandestinos utilizaban a mujeres que habían secuestrado y a las que habían lavado el cerebro, como cocineras y limpiadoras del lugar. Nunca se pudo confirmar ningún dato.

Durante años, Rita se acostó a dormir con la esperanza de que, al despertar al día siguiente, todo hubiera sido un mal sueño. O mientras iba por las calles de nuestra ciudad, buscaba la mirada de sus padres en los rostros de la gente con la que se cruzaba. Si la llamaban por teléfono, esperaba escuchar sus voces del otro lado, pidiéndole que los fueran a buscar... Nunca sucedió nada de esto.

Han pasado 30 años. Rita y Nin son ya abuelos. Y aparentemente, felices. Pero Rita no ha podido cerrar el círculo de la desaparición de sus padres. No pudo llorarlos muertos, siempre los ha llorado con la esperanza de encontrarlos. No tiene un lugar a donde visitar sus restos, no existe una fecha escrita en un obituario... Vive con la desesperación DE NO SABER.

Rita y Nin, como el resto de familias guatemaltecas que vivieron esta terrible experiencia, tienen derecho a conocer la verdad. Esa verdad escurridiza entre los dedos de América Latina, porque la mitad de esas manos tapa las bocas de los que saben o se tapa los oídos para no escuchar la verdad que los pondrá de frente al espejo, que les azotará el rostro y los despertará del sueño de los justos.

*Nombre ficticio

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