sábado, julio 16, 2005

LAS RESPUESTAS

Me miro en el espejo en cuanto me levanto de la cama. La piel del rostro, profundamente pálida, me asusta. Las ojeras descomunales, que parecen golpes, no ocultan la desazón de mi mirada. El cabello ondulado y alborotado -quizás lo único agradable que queda- me empequeñece el rostro, del que sobresale la aguileña nariz.

Debajo de la camiseta que uso para dormir, se notan los pechos caídos casi sumidos debajo de los hombros abatidos por el peso de mis dudas y desconcierto. No logro sincronizar la vida con mis creencias.

Apenas doy un paso, abro la ventana y el sol entra a raudales. El calor y la cortina de motitas bajando despacio hasta el piso me roban la atención por un momento... van bajando, suavemente, como plumas minúsculas, hasta que se confunden con el piso antes de posarse. Busco el sol para calentarme, hoy amaneció frío. Y mientras tanto, miro por la ventana. Una mujer joven lleva de la mano a una niña de unos cinco años, que la mira feliz y embelesada. Me sonrío con nostalgia...

Entonces recuerdo a mi padre, alto y grande -más grande en mi memoria de niña- con aquellas manos fuertes, callosas y manchadas de nicotina, que tan bien sabían acariciar como dar golpes. Y cosa extraña, de los golpes no me acuerdo, sólo de mi mano guardada, cubierta y cobijada por la suya, en muchos momentos de mi vida. Recuerdo mi confianza ciega, con los ojos bien cerrados, que sufrió la primera resquebrajadura a mis 18 años, cuando busqué su apoyo para evitar que el resto de la familia hiciera trampa a mi abuelo -pobre viejo- en el resultado de la rifa de un radio que mi hermana púber quería para ella. Yo estaba segura que mi padre daría razón a mi indignación... y se la dio a mi madre. Me pregunté, entonces, si el nexo de la cama era más fuerte que la honestidad y me respondí que en ellos sí lo era. ¡Qué despertar a mi ingenuidad adolescente!

Y ahora, con muchas décadas más de tiempo encima de la espalda, sigo preguntándome lo mismo: ¿la honestidad no tiene peso? ¿Sigue siendo un radio más importante que la verdad y los principios? Parece que sí. Él no está más. Ella sí... y las demás también. Y siguen jugando a la rifa del radio cuyo ganador nunca lo verá porque siempre inventarán otra razón para robárselo.

Camino rodeando la cama, tocándola en su tibieza de amanecida con apenas las puntas de los dedos. Y durante el tiempo que tardo en llegar a la puerta, sigo mirándome reflejada en el espejo, cada segundo más cansada y mustia...

Anoche soñé al pobre viejo de mi abuelo, sí, lo soñé conversando con mi abuela. Ella nunca defraudó mi confianza porque siempre supe de lo que era capaz. No imaginé inocencia en donde no la había, yo conocía muy bien hasta dónde llegaban sus tentáculos. Sí, como un pulpo. Pero también sabía que aunque esos tentáculos te agarraran -o llegaran hasta donde cualquiera que ella buscara se escondiera- te podía sujetar y sofocar un poco, pero nunca pasarían de aquel apretón que era nada más para meterte miedo.

Me veo a mí misma en el espejo como a mi abuela-pulpo, con los brazos largos pero inútiles. Como fuera del agua, asfixiándome entre la putrefacción que me rodea y la inutilidad de mi vida. Ahora me confronto: ¿sirvió de algo desear imponer la honestidad a toda esta gente?

Llego hasta la puerta, doy un paso más y tomo el picaporte. Está tan frío como yo. Honestamente frío. Me pesan los brazos. Me pesan las piernas. Siento que la carne del rostro se me escurre de los huesos. El aire falta a mis pulmones. Jadeo, jadeo... Me doy vuelta tratando de alcanzar la pequeña frazada que usé anoche sobre los pies para ahora poder cubrirme la espalda.

Se me congela el aliento cuando vuelvo a verme, pálida y ojerosa, con los brazos-tentáculos extendidos a lo largo del cuerpo, con un rictus amargo de honestidad fallida. Los ojos fijos me miran vacíos, mientras yo, de pie, siento la carne que termina de deslizarse de los huesos, antes de volverme liviana y etérea, fundiéndome con la claridad que entra por la ventana. Las motitas de luz se posan entonces sobre el charco que fue mi esencia, mientras me libero del dolor y todas mis preguntas obtienen respuestas... que ya no importan.

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