sábado, febrero 11, 2006

LA VERDAD ABSOLUTAMENTE NO ABSOLUTA


Las enormes diferencias entre las culturas orientales y occidentales han sido siempre un motivo de asombro para mí. Desde mi descubrimiento infantil de los chinos (que lo mismo podrían haber sido japoneses, coreanos o filipinos) a través de aquella serie de los 50's, Charlie Chan Detective, hasta mi absoluta entrega a la filosofía hinduista en mis veintes, cada pensamiento, cada acción, cada reflexión abrieron más mis ojos y mi mente y me permitieron soltar amarras desde el catolicismo hasta el saibabismo al final.

Ha sido una jornada de muchos lustros, en los que el aprendizaje sólo me ha dejado la certeza de que hay todavía mucho por andar y aprender; que seguramente esta vida no me alcanzará para poder atisbar en los conocimientos milenarios de otras culturas.

Sin embargo, nunca tuve la curiosidad de conocer al Islam, sino hasta hace poco más de un año en que una amiga querida radicada en Barcelona, puso el dedo en la llaga. Tememos lo que desconocemos y creo que la mayoría de nosotros no sabemos mucho acerca de él. Ni de la religión, ni la cultura, ni de los muchos pueblos que viven intensamente esa fe, tanto o más que los cristianos lo han hecho a través de los siglos.

La poca información que tengo acerca de los musulmanes, por ejemplo, es muy negativa.... y enlatada. Una corriente, una cultura, una religión en la que la mujer no tiene voz ni voto, en la que hasta el libre ejercicio de su sexualidad le es negada, en la que no es fácil vivir como profesional o trabajadora fuera del hogar. Y así, limitaciones que para muchas mujeres occidentales son totalmente irracionales o imposibles de aceptar pero que ellas, fieles al Islam, aceptan como buenas, como normales, como convenientes a su espíritu.

Me pregunto si tenemos el derecho de violentar su moralidad y "enseñarles" a vivir como lo hacemos nosotras, violando leyes y reglas de sus ancestros; yendo en contra de sus mandamientos y conceptos, aunque para nosotros sean aberrantes o insólitos.

Es lo mismo con lo que para unos es pecado y para otros no. De la misma manera en que no me gustaría que ellos me obligaran a vivir en su fe, con sus costumbres o bajo sus normas, asumo que ellos no desean que los occidentales los obliguemos a cambiar sus tradiciones, a romper sus preceptos y cambiar sus creencias.

Siento que, por más que estén viviendo cientos de años atrasados con respecto a Occidente y deban madurar como pueblo, ver la vida desde otra óptica y encontrar el desarrollo individual y general, no será hoy y mucho menos si se pretende forzarlos a cambiar. Eso es y seguirá siendo contraproducente.

Nada nos disgusta más, como seres humanos, que el que nos obliguen -o pretendan hacerlo- a dejar nuestras raíces. Nos aferraremos más y más a ellas, con rabia, dolor, desesperación... y mucho amor.

Por supuesto, esto no implica que debamos aceptar ser nosotros mismos invadidos o atropellados por el fundamentalismo más rabioso que hayamos podido ver en la actualidad (aunque comparado con la Inquisición Católica podría salir bien parado). Es una cuestión de respeto al derecho ajeno, hecho que engendra paz, como dijo Benito Juárez. Y no será fácil que tanto los fundamentalistas occidentales como los del mundo islamita acepten vivir en paz, simultáneamente, en este maravilloso mundo que nos fue dado para disfrutar de él y respetarlo.

Cada facción tiene su propia óptica de las circunstancias. Cada lado, su propia verdad. Y cada bando jura que la suya, es la absoluta. ¡Qué pretenciosos!

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