lunes, marzo 06, 2006

MIENTRAS CONDUZCO


Transitar por una ciudad con millones de habitantes no es tarea fácil. Menos fácil si el transporte colectivo deja mucho que desear y el parque vehicular se ve aumentado anualmente, casi podría decirse que geométricamente. Las horas pico son insoportables y el desorden que provocan los desesperados es, en ocasiones, peor que los embotellamientos causados por la cantidad de automóviles, buses, motos, camiones, camionetas 4 X 4 -que cada día son más- y sus conductores se transforman en monstruos prepotentes y desconsiderados. Las bicicletas tienden a desaparecer, salvo los domingos, que en algunas áreas de la ciudad, se cierran avenidas amplias y rodeadas de áreas verdes para que adultos y niños lleven allí sus patines, patinetas, triciclos y bicicletas y puedan pasar un buen rato haciendo ejercicio al aire libre sin correr el riesgo de ser atropellados por algún conductor irresponsable.

Durante las largas jornadas matutinas para llegar a la oficina o de regreso a casa por la noche, inventaba ejercicios mentales para no quedarme dormida al volante mientras las largas filas en el tránsito se resistían a caminar. Tal y como mi tía Graciela solía hacer -y supongo que muchas otras personas- empecé por sumar los números de las "placas" (matrículas) de circulación de los automotores que llevaba al frente y probar suerte con ellos: si sale impar, me saco la lotería. Si sale par, llego antes de las 8.

Pero pronto ese ejercicio me cansó. Entonces probé suerte con las marcas. Siempre fue Toyota el nombre que prevaleció sobre las demás en los semáforos. En una proporción de 3 a 1.

Cuando fueron cambiadas las placas anteriores por las que ahora usamos, se incluyeron letras además de números en cada matrícula. Y no vocales, solamente consonantes. El juego entonces fue encontrarle sentido a las letras que van al final de cada número. Por ejemplo, en una matrícula que tenga el dato 456 CRY, no hay mucho para pensar, pero si es 456 TKT, el sonido me lleva hasta una marca de cerveza mexicana muy conocida por estos lares: la Tecate.

Por supuesto, a los pocos días había agotado mis recursos. Así que decidí jugar con la imaginación... y los ocupantes de los vehículos que se encuentran detrás mío. Los observo por los espejos retrovisores y según los vea conversando y gesticulando, esa será la historia que me imagine; probablemente no tenga mucho que ver con lo que en realidad sucede dentro, pero algunas veces no es difícil acertar. Como aquella mañana soleada en que venía un vehículo compacto rojo conducido por un tipo que sonreía con desprecio a la mujer que viajaba a su lado. En un momento dado, él levantó la mano y palmeó el rostro de ella con fuerza; pude ver aparecer en los ojos de la chica temor e indignación, mientras luchaba por contener los manotazos que seguían cayéndole en la cabeza mientras él reía ya, con descarada burla. El semáforo nos dio verde y a propósito aminoré la marcha, pensando en que si los golpes seguían, detendría la marcha para avisar a cualquier policía que, esperaba, encontrara cerca. Las palmadas se detuvieron, hasta que vi que mientras ella trataba de ver hacia afuera por la ventanilla, conteniendo el llanto, él la miraba de soslayo. Algo provocó que su brazo se extendiera con fuerza hacia el costado de la mujer, que se encogió asustada. Justo en ese momento, él le acarició es rostro, mientras se estacionaba para que ella bajara, mientras yo continuaba sobre la avenida en dirección al centro. ¡Fue una experiencia muy desagradable!

Por supuesto, han abundado las situaciones simpáticas, como cuando las personas van cantando y contoneándose felices en su asiento; o si van hablando por el celular con el "manos libres" activado y gesticulan, sonríen o dejan traslucir lo que la conversación les provoca. Y si llevan el teléfono en una de sus manos, el aparatito volará hacia el piso del automóvil si algún policía de tránsito aparece y se convierte en una amenaza.

Anoche vi a un (supuesto) padre que hablaba a una mujer joven (su hija), mientras otra mujer (la madre) escuchaba la conversación desde atrás, sin intervenir. Debía ser algo muy serio lo que conversaban, pues el rostro de la joven se ruborizó en un par de ocasiones, mientras recostaba la cabeza en el respaldo de su asiento; "el padre" la veía con calma pero con seriedad y su mano subía y bajaba con los dedos índice y pulgar juntos, formando un círculo que la chica veía con recelo. En algún momento ella sonrió, entornó los ojos y nuevamente se recostó, mientras hablaba serena. Luego abrió los ojos y miró al hombre con mucha ternura y respeto. Él devolvió la mirada, muy dulcemente y los tres sonrieron. Me gustó pensar que ella superó cualquier tropiezo, quizás de amor, quizás un hijo, de trabajo, por el amor que sus dos acompañantes le demostraron.

Este momento, que duró lo que me llevó circular por casi un kilómetro y un semáforo muy lento, me dejó un buen sabor en el alma. Fue una buena manera de terminar una larga semana...

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