sábado, abril 01, 2006

LA MÚSICA


El primer recuerdo musical que tengo, desde mis más infantiles esquinas, es una melodía que servía de tema a un programa musical en la radio y que semejaba el tic tac del reloj. Cuenta mi madre que me gustaba tanto que, en cuanto sonaban las primeras notas, me ponía de pie dentro de la cuna para atentar contra los principios más elementales del baile.

Después fue mi abuela Api quien me llevó de la mano por la música "de su tiempo". Habiendo vivido su juventud en los 20's, el charleston era el ritmo que recordaba con nostalgia fresca todavía, a pesar de haber transcurrido décadas desde su éxito.

La voz de mi madre cantando boleros es también parte importante de mis recuerdos. Por supuesto, cuando mis hermanas y yo llegamos a la pubertad, Los Panchos tenían mucho tiempo de haber pasado de moda, pero en casa había un long play de su época dorada que llegó a convertirse casi en el tema familiar para propios y extraños. Rayito de Luna y Sin Ti eran entonados a cien voces en nuestras tardes de amigos y familiares.

Mi primer radio fue un modelo eléctrico, que había pertenecido a mi bisabuela. Ocupó un espacio importante en mi mesa de noche y a través de su bocina conocí el maravilloso sonido de The Beatles, allá en Santa Tecla, una ciudad de El Salvador, nuestro país vecino, a donde fuimos trasladados debido al trabajo de mi padre. Todas las noches, de 8:00 a 8:30, mi hermana y yo nos metíamos en la cama presurosas para escuchar sin ninguna interrupción las canciones de estos cuatro maravillosos, pues nuestros padres pensaban que estaríamos ya dormidas. Cuando volvimos a vivir a Guatemala, buscamos una estación que nos diera una programación semejante y nos hicimos fanáticas de las emisoras que por aquel tiempo eran las más escuchadas.

A través de sus programas musicales conocí a mi primer amor adolescente, un locutor juvenil que se convirtió en amigo muy querido de la familia... a pesar de los desencantos y desilusiones obvios de la edad. La música fue el nexo que unió felizmente a la pandilla del barrio: pretextando celebrar los cumpleaños de nuestras madres, salíamos de madrugada con las guitarras, maracas y panderetas, para "cantarles las mañanitas". Mi amigo más querido de aquella época conquistó mi alma mientras tocaba su guitarra interpretando canciones de René & René o de Glen Campbell; durante muchos años, después de su partida definitiva, las lágrimas arrasaban mis ojos cuando escuchaba "Amor, no fumes en la cama". Hugo la entonaba con especial dulzura.

El primer contacto que tuve con el folklore sudamericano llegó cuando el padre de mi hija me prestó un long play de un grupo argentino que sonaba poco por acá, pero al que entregué mi alma al escucharlos interpretar zambas y chacareras: los Huanca Huá. Después llegaron Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Los Tucu-Tucu, Alfredo Zitarrosa, Mercedes Sosa, Los Cantores del Quilla Huasi, El Quinteto Tiempo y muchos otros que llenaron mis horas de juventud y formaron parte del gran amor que vivimos en esos años. Sin embargo, la casi adoración que sentíamos por "don Ata" se enraizó como un dulzor en mis nostalgias, hasta hoy.

La música, pues, elegida según nuestro muy particular gusto o estado de ánimo, es parte vital de nuestras horas y continúa uniéndonos con el tiempo ido. Cualquier acorde antiguo nos trae torrentes de recuerdos vívidos, las nuevas melodías nos entusiasman, los ritmos conocidos y queridos nos hacen levantarnos de nuestra comodidad habitual y nos arrastran en la danza de nuestra predilección ya sea nuestros propios y nativos ritmos o los importados. Lo único que realmente importa, es dejar que el espíritu quede libre y se exprese sin ataduras.

Ahora, con todos los avances tecnológicos que nos ha tocado conocer, la facilidad de compartir música a través de la red con los amigos viene a ser una especie de bendición para los que gustamos de ella. Cada noche nos trae novedades con los descubrimientos o alegrías cuando conseguimos, finalmente, algún tema que nunca antes se nos dio encontrar.

A propósito de la música, finalmente pero no por eso menos importante, quiero agradecer a Ego Correa Luna por el envío de nueve cd's de su autoría, ocho musicales. En uno de ellos grabadas dos canciones cuya música suya hizo mejores un par de poemas míos. Mientras escribo, escucho su enorme producción.

La música, amigos, nos hace vivir y revivir. Nos da felicidad o nos envuelve en nostalgia, todo será posible según el propósito con el que la llamemos a nuestra mente y corazón.

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