domingo, abril 15, 2007



COMO AYER

A estas alturas de mi vida, estoy convencida de saber reconocer lo que ha sido bueno y lo que no lo ha sido tanto entre mis experiencias y vivencias. No puedo decir que haya habido algo malo totalmente, pues todo lo que he experimentado, al final, ha traído su obsequio beneficioso, aunque en un principio se haya presentado negativamente.

Como decía, a mis cincuenta y cuatro años reconozco que la vida me ha regalado oportunidades estupendas que he tratado de aprovechar al máximo. He conocido muchas personas interesantes, compartiendo semanas, meses y años y de las que he aprendido cómo ser mejor profesional, buena amiga, mejor hija o hermana... En los pocos viajes que he hecho, he retornado a mi hogar y a mi propio interior con un cargamento de experiencias que vienen sumando alegrías -y también tristezas en el adiós- pero que enriquecen mis momentos y conocimientos con aprendizajes muy valiosos, descubrimientos de costumbres y tradiciones de cada lugar y diferentes maneras de ver a la vida y a sus diferentes instancias, a veces tan disímiles, a pesar de que en ocasiones no estamos lejanos en el mapa.

Sin embargo, ninguna experiencia ha resultado más maravillosa que el hecho de ser madre. A mis veintiséis años decidí que era el momento para serlo y pocos meses después de haber cumplido 27, llegó a mis brazos mi única hija, Ana Gabriela. Todas las expectativas y sueños que tuve durante la gestación, se vieron colmados y cumplidos cuando nació. Ningún momento en mi vida ha sido superado en la profunda felicidad, el rapto absoluto de amor y la maravilla de ver una pequeñita persona que se sabe con certeza que es parte de tu cuerpo, de tu alma, de tu mente.

La toma de conciencia del amor materno en ambos sentidos, se inició allí: al sentirme arrebatada de amor hacia mi hija, también comprendí el amor que mi madre, tantas veces, dijo sentir por mis tres hermanas y por mí. Ese instante feliz, realmente colmado de bendiciones, no se borra de mi mente y de mi alma. Es como haber descubierto la luz en plena oscuridad.

Mañana, Ana Gabriela y yo cumplimos 27 años de vida juntas. Ella de haber visto la luz y yo de habérsela dado, aunque en realidad, ha sido más haberla recibido yo. Ser madre, amigos, es lo mejor de lo mejor que me ha sucedido en la vida, la más feliz decisión que pude haber tomado y la materialización del amor a su padre y que hoy, a la distancia y a pesar de su realidad actual, reconozco como profundo y dichoso en su momento.

No sabemos cuánto tiempo nos quedaremos físicamente en este planeta, pero sea el tiempo que sea el que me reste por vivir, lo haré bendiciendo cada segundo la alegría inmensa de ser madre, como ayer, como aquel lejano 15 de abril.

Hasta la semana que viene.

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