sábado, abril 07, 2007

En Sábado de Gloria



La Semana Santa está transcurriendo tranquilamente. Los que se animaron a enfrentar al turismo en su máxima expresión, estarán hoy "batallando" para encontrar un pedacito de playa en el Pacífico -las playas más visitadas están allí-, comerse un plato de mariscos o beber una cerveza helada a la sombra. Paso.

Acá en casa, tal como lo planeamos, cocinamos y le hicimos fiestas al resultado. Ahora, mientras los demás miembros de la familia hacen la siesta -maravillosa costumbre que espero nunca desaparezca-, en el silencio de la casa y acompañándome de los acordes de la sensual música de Pablo Milanés, estoy con ustedes para comentar un par de cosas que me han parecido interesantes para compartir.

• Las diferentes procesiones han atravesado el mapa de la ciudad -y las otras del interior en donde se dan- y millones de fieles y no tan fieles se han agenciado de un espacio en primera o segunda fila para verlas pasar, a pesar del bochorno que se ha entronizado cada tarde de esta semana, sin decidirse a que caiga un buen aguacero que mejore el clima. Recuerdo que, cuando éramos niñas, mi hermana Sandra y yo espérabamos con una mezcla de diversión y temor la llegada de este día, pues una antigua y simpática tradición chapina dice que si te dan siete azotes en Sábado de Gloria, seguramente crecerás mucho, mucho. Se ve que todo fue más diversión que otra cosa, porque acá, de altura, ¡mucha no nos llegó!

• 300. Una extraordinaria producción que deben ver. Lleven a sus hijos, padres, nietos y abuelos; a sus amigos y hermanos. Pero también háganlo con las mujeres de sus vidas. La visión de lealtad de pareja es estupenda. Las mujeres, partícipes y actuantes, valientes y bravías, desde su propio espacio y, podríamos decir, trinchera. No las mujercitas débiles y lloronas que se contentan con dejar que las circunstancias les pasen encima, sino mujeres proactivas que provocan que las cosas sucedan. No plañideras, sino campanas que se tocan a bordo para señalar que la hora ha llegado. Mujeres formadoras de valientes y corajudos, mujeres que lloran a sus muertos, sí, pero con orgullo y alegría de haber criado héroes. Como debiéramos ser y hacer hoy.

• Ayer festejamos a mi sobrina Luisa Fernanda. Llegó a sus 18 años. La mayoría de edad en este país -como en muchos otros- que la hace responsable ante la ley de sus propios actos. Que le otorga el derecho al voto, a tomar sus propias decisiones sin pedir permiso y que le permite movilizarse por el mundo con un pasaporte que dice que es dueña de sus cuerpo, mente, corazón, tiempo y billetera. Por supuesto, en la práctica tal vez no sea exactamente así, pero esa es la idea. Todavía recuerdo cuando cumplir la mayoría de edad significaba tener nuestras propias llaves de la casa y pasar por la emoción de ir a sacar la cédula de vecindad, como mínimo. Recibir esos dos iconos de "la mayoría" eran parte de un ritual maravilloso que no estoy segura que se siga dando en todos los hogares. Sin embargo, siento que debiera ser para enseñar a nuestros descendientes que nada es gratuito, que todo tiene un precio que hay que pagar y que llegar a algunas metas sólo es cuestión de paciencia, aunque a veces entrañen un cambio total de nuestra manera de ver la vida.

• El lunes 9 cumpliría 83 años mi padre. La edad que yo suponía como final de su vida, sin saber que éste llegaría 20 años antes. Es fortalecedor saber que su honestidad y amor se hacen evidentes cada día en los ojos de sus descendientes.

Que todos tengan unas maravillosas Pascuas de Resurrección.

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