sábado, agosto 04, 2007

LA MÚSICA


Los primeros recuerdos musicales que vienen a mi memoria, están ligados con mi abuela Api. Debo haber tenidos unos cuatro o cinco años cuando la escuchaba cantar canciones de su juventud, en los '20s. "Besos y cerezas", decía, le cantaba algún enamorado atrevido a sus hermosos ojos oscuros, redondos y grandes, que semejaban la brillantez de esas frutitas que acá comemos en una sola temporada al año -entre junio y agosto- acompañando duraznos en un exquisito almíbar con color a cerezas chapinas, que acá son oscuras, tanto, que parecen negras.

La recuerdo también levantándose a bailar charleston, con una mueca entre penosa y divertida. De ella aprendí los pocos pasos que quedaron en mi memoria y que surgen, de repente, cuando en alguna fiesta deciden tocar un popurrí de melodías y estilos para todos los gustos. Claro, fiestas de adultos, muy adultos.

Y es que mi abuela Api era una caja de sorpresas. También cantaba tangos y estoy segura que de ella me quedó el gusto por ellos, porque en esta latitud no son muy fáciles de escuchar. La recuerdo cantando "Julián", mientras entremezclaba las estrofas con la historia mil veces repetida de cuando mi padre, Julio, tuvo que irse exiliado a México. Por supuesto, la historia dista mucho de parecerse al tango, pero de allí le quedó el gusto por llamarlo Julián.

Las canciones mexicanas, sumamente escuchadas en este país debido a la vecindad con México, también le gustaban; pero no los típicos corridos o las tan famosas rancheras, sino aquellas que la hacían reír o que podía cantar libremente sin comprometer ninguna reacción sentimental. Entonces era común escucharla entonar "La pulga y el piojo", "La cucaracha" o cualquier otra canción con tintes infantiles.

El viejo radio Blaupunkt de la casa de mis abuelos sonaba todos los domingos por la mañana, hasta pasado el medio día, con las notas de la marimba. La interpretación de las antiguas y conocidas melodías que han acompañado a nuestra guatemalidad durante generaciones, fueron la compañía en esos familiares almuerzos en donde di los primeros pasos de baile sobre los pies de mi abuelo.

La música, parte integral de nuestras vidas, de nuestras culturas, acompañante perfecta en cada estado de ánimo que nos asalta en lo largo de nuestras vivencias, es imposible de erradicar de cada minuto de existencia. Muy a pesar de algunas sectas religiosas que pretenden culpar a la música de los pecados de sus seguidores -monstruosidad tan grande no tiene perdón- a través de los años y sus transformaciones ha sido y seguirá siendo la que ponga el ritmo a nuestro corazón.

Se la enseñamos a nuestros hijos como nosotros fuimos enseñados por nuestros padres y será nuestro vínculo feliz con los nietos, de la misma manera que nuestros abuelos la utilizaron muchas veces para hacernos sonreír. Y ahora, ya adultos y maduros, sonreír y suspirar con ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola la verdad no se cuando creaste este blog, pero qiero decirte q estoy tmb en la mitad d la cincuentena y q amo la musica, leer y ver buenas peliculas y q yo no descanse hasta encontrar una cancion q cantaba mi abue materna gracias a Dios y los medios lo consegui, se llama (la tisica) y es una cancion muy triste y antiquisima, t envio un saludo patty