sábado, octubre 06, 2007

Goodbye, old friend


Hace unos veinticinco o treinta años, no recuerdo bien cuántos, lo vi por primera vez en una de las calles de mi ciudad. Iba caminando, serio y elegante, vistiendo traje negro e impecable camisa blanca, con chaleco y corbata negros. En mi país, soleado casi siempre, es difícil encontrar a un hombre que use traje oscuro de día, por lo que verlo llamaba poderosamente la atención, más porque él era alto de estatura, de tez blanca y mirada oscura y profunda. Y a eso sumemos que en esos años los habitantes en la capital no éramos muchos y los reencuentros eran frecuentes. Su figura serena me fue siendo familiar.

Pasó el tiempo y uno de mis cuñados, de nacionalidad colombiana, lo presentó en familia. El círculo de sudamericanos residentes en Guatemala no era muy grande por aquellos años, así que los nexos de solidaridad fácilmente se transformaban en amistad. Esa fue la manera como Jorge Saavedra llegó a nuestra vida.

Conforme pasaba el tiempo, él iba mostrando su personalidad. Amante absoluto de la poesía, era uno de los intérpretes más maravillosos que conocí, escucharlo y verlo era toda una fiesta que podía durar horas y mis pininos en esa materia fueron impulsados por su generosidad haciendo que me asombrara al escuchar mis palabras escritas, hilvanadas ellas por su acento chileno, profundo y emotivo. Jamás podré olvidar el brillo de sus ojos y su sonrisa plena cuando culminaba la interpretación de cualquier poema, famoso o no, con la alegría de haberlo vivido mientras su cuerpo, mente y espíritu estaban entregados a ese momento.

Pero además de ser un enorme artista, Jorge era un Amigo. Leal, solidario, afectuoso, dueño de un espíritu lleno de entrega y amor por el prójimo, una vez encontró a un coterráneo suyo, ciego, que interpretaba melodías con un viejo violín en una de las avenidas céntricas de mi ciudad. Día a día pasaba saludándolo y dejando su ayuda (jamás dijo limosna) para que su amigo sobreviviera. Al llegar el final, Jorge se hizo cargo de todo el trámite administrativo y de las exequias, cumpliendo fielmente, año con año, el ritual de visitar la tumba y cancelar el pago correspondiente en el panteón en donde reposan los restos del amigo. No tengo idea de si este hombre tenía una familia en Guatemala, pero si no la tenía, Jorge se autonombró responsable de él.

Muchas veces se acercó a mis hermanas o a mí, cuando pasábamos por algún momento difícil, para ofrecer su mano. Cualquiera que fuera la situación, Jorge estaba presto a ayudar. Ni hablar de la cantidad de amigos que tenía en el barrio en donde vivía, pues era ampliamente conocido por su singular caballerosidad y su afable sonrisa. Durante meses, mientras mi viejo Audi estaba en el taller, Jorge se tomó el trabajo de llevarnos al lejano supermercado y traernos de vuelta a casa, cargadas con las compras semanales. Recuerdo muy bien los nervios al atravesar la calzada, una de las más transitadas, pues su pick-up también tenía ya algunos años de uso y sus reacciones eran lentas.

Cómo no agradecer a la vida el regalo de haberlo conocido y, a través de él, a sus hijas Angélica y Paulina, con quienes me une un lazo fuerte y vivo, tejido por el amor que -ellas como hijas verdaderas y yo como hija espiritual- le tenemos a Jorge.

La vida quiso que la distancia física nos impidiera vernos más, pues él se fue a vivir a su Santiago querido, con Pauli; sin embargo, el afecto y nuestra amistad nos mantuvieron unidos hasta el final. Sé que sus últimos tiempos fueron activos, pues él insistía, a pesar de sus más de ochenta años, en buscar público para sus muy bien montados recitales. Era muy acucioso en la búsqueda, con especial énfasis en los establecimientos educativos pues, decía, a la poesía hay que aprenderla desde tierna edad.

Ayer me llamó Paulina para contarme que Jorge había partido. Me quedé con el deseo de escuchar su voz amorosa indagando por toda la familia, por cada miembro de ella, de uno en uno. Ayer tenía planificado llamarle, como cada semana lo hacía. No será más.

Por ahora, sólo me resta esperar a que el tiempo suavice el dolor de la ausencia definitiva. Seguiremos la ruta que nos trazó, en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad, como un matrimonio con el género humano, hasta volver a encontrarnos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una maravilla. El AMIGO y tu forma de mostrarnos cómo fue.

Entristece perder alguien así. Alegra haberlo conocido.

Un beso y el cariño de siempre,
Elizabeth Oliver de Abalos