sábado, noviembre 10, 2007

OH, MELANCOLÍA


Oh melancolía, novia silenciosa,
íntima pareja del ayer;
Oh melancolía, amante dichosa,
siempre me arrebata tu placer;
Oh melancolía, señora del tiempo,
beso que retorna como el mar;
Oh melancolía, rosa del aliento,
dime quién me puede amar.
Silvio Rodríguez

En una tarde callada y serena, fría y azul como ésta, llegan galopando los recuerdos. Esos melancólicos y grises que vienen envueltos en la remembranza de lejanos momentos, a veces tan idos que se confunden con nuestra propia fantasía.

Y entonces camino por el corredor largo y ancho, de cuadros amarillos y rojos con flores de colores, rodeado de pilares que vigilan el paso hacia el ancho patio; al fondo, la jardinera con sus adustas orejas de burro, levantándose firmes, buscando el sol... En la puerta del dormitorio de mis padres, veo la cama inmensa siempre pulcra y arreglada, lugar al que jamás tuvimos acceso, ni de noche ni de día. Escucho las risas de mis hermanas pequeñas y, mientras me doy vuelta para saber en dónde están, las veo venir a mi encuentro, sonrientes, con sus pasos tempranos e inseguros, buscando nuestros juegos.

O puede ser que me dé vuelta en la pequeña cama instalada a la par de la de mi abuela. Me ha despertado el sonido de las páginas del periódico ese, tan grande, que ella hojea lentamente, mientras toma a sorbos un café que se enfría esperándola, entre líneas de noticias y bocanadas del humo de cigarrillo. Despierto totalmente y la veo, blanca y hermosa, la cabellera corta y rojiza cubriendo apenas la frente sobre los ojos oscuros. Siente mi mirada, baja la página del diario y me mira, sonriendo. Una calidez maravillosa inunda mis nueve años.

Camino presurosa por el corredor del colegio, silencioso y oscuro, mientras busco la moneda para llamar por el teléfono público. Llego y, temblando, marco los cinco números en el disco metálico, que regresa con su gorjeo antinatural. Del otro lado responde la voz profunda y fuerte de mi padre, que me pregunta "¿Y?" Entrecortadamente pero muy feliz, tanto como no recuerdo haberlo sido en muchos años, le digo casi a gritos que gané el título de secretaria. La exaltación se retuerce y anuda en la garganta, pero no importa. Él y yo somos uno en el pequeño éxito.

Despierto primero de la mente. El pequeño dormitorio parece dar vueltas ante mis ojos. No siento el cuerpo, quiero moverme y no puedo. Casi con angustia, obligo a mi mente a sacudir las amarras del sueño provocado, para encontrar la luz. Caigo nuevamente en el pozo del vacío, hasta que una voz de mujer me despierta. Abro lo ojos y allí está, junto a mi rostro: una pequeñísima y delicada figurita, envuelta entre frazadas, que abre también los ojos y parece mirarme, fijamente. "Es su hija", me dice la enfermera. Y aguanto la respiración, me obligo a salir del letargo para inundar mis pupilas y mi alma de la inmensidad de esa maravilla que agita las manitas tenues y rosas, mientras una felicidad más allá de la razón me eleva como nunca antes nada lo logró.

La melancolía dulce-amarga que me provoca ir por estos recuerdos, madre ella de suspiros y sonrisas, también me ha animado a continuar transitando por esta vida, intensa y apasionada, llena de aciertos y errores. Humana, por fin. Que ángel no me gustaría ser.

1 comentario:

Guillermo Peraza dijo...

Se puede llevar el alma de poeta hasta las letras de un recuerdo. Lo que escribe se siente y se mete uno dentro de ello, pues es muy bonito. Por favor siga y no deje nunca de escribir.