domingo, noviembre 25, 2007

Sin él, la nada...


Esta mañana, poco después de las 7:00, luego de hacer las compras de verduras y frutas para la semana, pasé con el hombre que me vende queso y crema desde hace muchos años. Un viejecito enamorado y flirteador, amante de la vida con todas sus bondades. Don Carlitos -que así le llamamos- disfruta de ir al mercado durante el fin de semana. Coloca su antigua camionetilla Toyota -que debe ser modelo '70, por lo menos- que en algún momento fue roja pero que ahora muestra un naranja con propensiones al amarillo, de tan desteñida que está.

En la parte trasera coloca su mercancía: requesón con lorocos (esas deliciosas florecillas aromáticas que nos gustan tanto a los chapines); también queso fresco, de capas, oreado, de pita... La mantequilla lavada, que da un insuperable sabor en la cocina pero que no lleva todos los fines de semana, ya que le debe dedicar tiempo aparte para su manufactura y no siempre dispone de él, pues el cuidado de su esposa enferma le consume horas y horas. ¡Y ni hablar de la crema! De primera calidad.

También vende chocolate en tableta: una libra contiene cuatro ruedas oscuras y dulcemente aromáticas, que al ponerse a hervir darán dos tazas de humeante chocolate cada una. Los guatemaltecos acostumbramos tomarlo sin leche, sobre todo cuando el viento del norte empieza a peinar las copas de nuestros pinos y cipreses.

Pero he divagado otra vez y me salgo del tema. El caso es que para don Carlitos, decía, la experiencia del mercado sabatino es un aliciente. Es ese día cuando sale de su casa dejando a su hija al cuidado de su esposa y él puede dedicarse a "hacer unos centavos" vendiendo sus productos artesanales, jamás comparables con los que se consiguen en el supermercado fabricados a nivel industrial. Pero hay un ingrediente más, mucho más importante para él: la oportunidad de reencontrarse semanalmente con sus clientes y amigos, fieles a través de los años, con quienes mantiene un grato nexo de servicio y amabilidad. Don Carlitos es un experto en el arte del piropo lisonjero, que jamás se pasa de la frontera del respeto. Es un arma efectiva para hacer que las amas de casa que llegamos a su puesto a esas horas de la mañana, la mayor parte de veces sin pensar en el maquillaje ni la moda, nos sintamos frescas y atractivas a pesar de todo.

El amor, dice él, es la energía del mundo. Es la fuerza de la vida. Es la razón de vivir. Pero no sólo el amor pasional que todos vivimos en algún momento de nuestras convulsas o tranquilas existencias, sino el amor a todo: a la familia, los amigos, el trabajo, el barrio, los clientes, ¡todo! Amar lo que se hace, diariamente, en cada orden de nuestra existencia, desde abrir los ojos y ver el cielo por la ventana, hasta los alimentos que nos llevamos a la boca, ver los rostros de los que amamos o, simplemente, escuchar nuestra música favorita o leer a García Márquez, Kundera o Camilleri...

Despedí a don Carlitos con un abrazo y me dirigí a mi Yaris. Al mirar hacia el frente, en un pequeño parquecito lateral al mercado y en una banca verde de madera, una pareja se obsequiaba arrullos y arrumacos tempraneros, seguramente en la víspera del amor, ese que mueve al mundo y del que tenemos que aceptar que, sin él, no tenemos nada...

4 comentarios:

santaleonor dijo...

Amar sin amor, como objeto, buscas amar en amor, ya lo decía San Francisco de Asis hace tiempo Carmen. Al final Amor está en todo.

Guillermo Peraza dijo...

¡Sencillamente bonito! El amor es la chispita esa que nos hace diferentes a nosotros mismos. Me encanta como escribe Carmen por favor siga!

Ana Luz Quiñónez dijo...

El amor y la pasión que logras imprimir en cada regalo escrito que nos obsequias, es delicioso. Amén del dejo de nostalgia que nos hace pensar que a pesar de la ola de violencia que vivimos, aún nos encontramos con personas honestas, con amor a su trabajo y que marcan la diferencia con un poco de cariño a sus semejantes. Felicitaciones Carmencita!

Ana Luz Quiñónez

Ana Luz Quiñónez dijo...

El amor y la pasión que logras imprimir en cada regalo escrito que nos obsequias, es delicioso. Amén del dejo de nostalgia que nos hace pensar que a pesar de la ola de violencia que vivimos, aún nos encontramos con personas honestas, con amor a su trabajo y que marcan la diferencia con un poco de cariño a sus semejantes. Felicitaciones Carmencita!

Ana Luz Quiñónez