domingo, abril 25, 2004

LA INTOLERANCIA

Los días que nos ha tocado vivir no difieren mucho de los que vivieron nuestros padres, abuelos y así, hasta el principio de los tiempos. El planeta es el mismo, con algunas variantes climatológicas y, claro, los avances de la tecnología; pero nuestro interior humano sigue en sus cuatro a pesar de miles de años de evolución y aprendizaje. De esa cuenta las guerras continúan, seguimos siendo intolerantes y envidiosos y queremos para nosotros mismos lo mejor, aún a costa de los demás.

El espíritu de la Madre Teresa de Calcuta se fue con ella o, al menos, no se ha multiplicado entre los pobladores de la Tierra como a ella le habría gustado que sucediera. Creemos ser dueños de la verdad absoluta a pesar de que ésta no existe. Cada mente y cada corazón tienen la propia y dependerá del entorno y circunstancias que le haya tocado experimentar en su vida.

Y hablando de verdad absoluta, esto me lleva a pensar en la cantidad de abusos, violencia y muerte que el género humano ha experimentado a través de los siglos en nombre de Dios -tema por demás trillado- haciendo que cada vez hayan menos creyentes en ningún dios o, cuando menos, que las religiones pierdan terreno cada día. Y claro, cada cual piensa y siente a su manera y no deberíamos tratar de imponer nuestras creencias o criterios, porque si yo soy atea o no, es mi manera de vivir mi espiritualidad y nadie tiene derecho a quererme cambiar. Claro, las religiones han vivido pendientes de engrosar sus filas de adeptos -y no porque en el cielo hayan condominios gratuitos para almas sino para lo que representa en este mundo mercantilista- y apegadas al vil dinero aumentando sus ingresos y logrando manejar una cuota de poder que los hace sentir dueños del mundo. Se creen el ombligo del universo. Tengo que reconocer que existen los que se preocupan por la salvación de las almas... pero son los menos.

Los religiosos del mundo mantienen la postura que deben respetarse sus creencias, rituales, manifestaciones y sentimientos... pero ¿qué hay del respeto a las creencias de los que no creen? ¿Por qué debemos imponer un dios -sea del orden, jerarquía y gusto que sea- a otros? ¿Por qué esa manía de pretender ser los mejores, los únicos, los elegidos? Me causa una triste gracia escuchar a algunos cristianos empecinados en querer convertir a los budistas, hinduistas o mahometanos, diciéndoles que son ellos, los cristianos, los "buenos"; o ahora a los musulmanes pretendiendo exterminar a todos aquellos que no comulguen con sus creencias, generando caos y dolor sin fronteras. O saber que los hinduistas adoran a los animales a pesar de que millones de seres se mueren de hambre... a pesar de ser yo vegetariana convencida, pero por elección propia no por imposición de nadie.

Lo que para unos es motivo de vida o muerte, para los otros es totalmente transparente. Y si a eso sumanos las actuaciones de cada ser humano como tal, dentro de cada iglesia, cometiendo errores y encima de eso, tratando de mantenerlos ocultos o de justificarlos hasta la ridiculez, no me resulta extraño que cada vez hayan menos interesados en pertenecer a grupos religiosos o, si es que pertenecen a alguno, cambiándose de un lado a otro para encontrar la paz que, no se dan cuenta, sólo se encuentra dentro de cada uno.

Cuando la madurez de la humanidad alcance los niveles que la hagan ser de verdad libre, los intermediarios sobrarán. La relación con Dios -para los que crean en Él- será únicamente de dos vías y se hablará en su propio idioma, prescindiendo de los "traductores". Y para los que no crean, podrán vivir en paz con los demás y consigo mismos, sin presiones de ningún tipo.

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