viernes, abril 16, 2004

PARA LA POSTERIDAD

Uno de mis paseos favoritos es visitar Tecpán, en el departamento de Chimaltenango, ubicado a casi dos horas de viaje por carretera desde la ciudad de Guatemala, en donde vivo.

En este país de topografía asombrosa, con pequeños valles rodeados de montañas, las mesetas de Tecpán son una delicia para los visitantes. Así que ya que estamos en la temporada seca, además de cálida, decidimos viajar hasta el municipio de Santa Apolonia, ubicado a 4 kilómetros más adelante de Tecpán. En un área aproximada de 15 kilómetros a ambos lados de la carretera, se pueden encontrar restaurantes para todos los gustos y bolsillos, especializados en comida típica guatemalteca así como a la venta de conservas y panes caseros, preferidos por los conocedores por su frescura y sabor provenientes de ingredientes de primerísima calidad. Es un paseo muy popular.

Estaba nublado, aunque la temperatura se mantenía por encima de los 25° C; encontramos lluvia unos 50 kilómetros antes de llegar a nuestro destino, El Rincón de Don Robert -una bella cabaña de dos niveles y grandes jardines exteriores rodeados de cipreses, robles y pinos- que en la temporada fría mantiene permanentemente encendida su enorme chimenea de piedra. Pero en la época cálida... no es necesaria esta previsión.

Al llegar pudimos constatar que muchas personas habían tenido la misma idea que nosotros. Familias numerosas estaban sentadas debajo de las pérgolas, mientras los niños jugaban en el jardín o en los columpios y sube y bajas. Nos ubicamos dentro del salón, cercanos a la chimenea apagada.

Mientras el mesero tomaba nuestra orden, empezó a llover. ¡Justo a tiempo!, comentamos. Unos amigos se acercaron a la mesa a saludarnos y mientras conversábamos, nos dimos cuenta que subíamos más y más el tono de voz para escucharnos... Y era que el sonido del agua sobre el techo de zinc recubierto de tejas se hacía cada vez mayor; miramos por las ventanas y vimos asombrados que se trataba de una enorme granizada, como no había caído en aproximadamente diez años, según los lugareños. Durante 10 minutos cayeron trocitos de hielo de 1 pulgada de diámetro, cubriendo todo el terreno y dejándolo totalmente blanco. Una visión extraordinaria para estas latitudes, pues aunque es usual que granice en nuestro "verano", no lo es que suceda con esa intensidad.

Al parar de llover, todos salimos a los corredores de la cabaña para ver de cerca el espectáculo. Los niños corrieron a jugar con el hielo, supongo que tratando de hacer realidad el sueño de hacerlo con la nieve del norte del continente que nos llega a través de la televisión. La temperatura bajó quizás a unos 15° C y fue motivo de sonrisas ver a las personas que, usando sandalias y shorts, atravesaban el parqueo totalmente blanco, dejando tras de sí las pequeñas nubes de su aliento cálido en el ambiente frío del granizo en el suelo.

Lamentablemente, no todo fue belleza y alegría. Las flores se desgarraron y quemaron y las siembras de maíz y frijol del entorno también tuvieron problemas. En este país de enormes contrastes, estos riegos se corren con buen ánimo y sabiduría de siglos.

Nosotros quedamos un rato más para saborear nuestro almuerzo: tortillas con queso de Chancol fundido, frijoles volteados, guacamol, lomo de marrano adobado (para los carnívoros), cebollines asados y, de postre, plátanos en mole con una deliciosa taza de café. Para terminar, compramos jaleas de fresa y de naranja y dulces típicos para traer a casa.

Volvimos a la ciudad gozando de la paz y belleza del camino, con muy poco tráfico y la temperatura agradable. Un viaje digno de recordar.

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