sábado, octubre 16, 2004

El aleteo

El silencioso aleteo de la muerte nos llega de muchas maneras, está siempre rondando nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra imaginación. Aguardando el momento para cubrir nuestros oídos y cerrar nuestros ojos. A veces lo sentimos llegar, pausado y pesado, lento y pastoso. En otras ocasiones es casi como una mariposa: raudo, veloz, imprevisto. Casi no nos da tiempo a identificarlo, sino hasta cuando lleva en sus movimientos el nombre de alguien que no nos es ajeno.La muerte es tema tabú, el sonido que no se debe escuchar, que se evade, que se evita en las conversaciones. Es la palabra innombrable cuando se está a la orilla del lecho de un ser amado, aunque sepamos muy dentro de nosotros que sus alas vuelan encima de su cabeza.Si estamos enamorados, odiamos pensar que el sentimiento que nos une con el objeto de nuestro amor vaya a morir en algún momento, a pesar de las experiencias previas o de las historias o consejos que escuchamos con frecuencia.La muerte del tiempo -de nuestro tiempo- que se acerca suavecito, segundo a segundo, sin que tengamos conciencia de ello sino hasta cuando un día, al levantarnos, nos damos cuenta que las piernas no nos responden como siempre, que nuestras carnes cuelgan flácidas, que nuestro cabello es escaso y blanco, y que la piel, otrora fresca y lozana, se asemeja ahora a un papiro mojado.Nos entristece la muerte del día, cuando el párpado del sol se cierra por detrás de las montañas y nos manda a dormir, negándonos su claridad y tibieza. O cuando los pétalos de las flores colocadas en un jarrón, inicialmente para recibir de ellas alegría y color, al final se desgajan y caen, goteando muerte.Nos resistimos a aceptar que no somos inmortales y, en esa evasión, nos negamos también el gozo de vivir con calidad el último tiempo de los que amamos o el propio nuestro, si fuera el caso.Indefectiblemente, tengamos fe en la otra vida o no, el momento del desprendimiento llega con su carga de culpa, arrepentimiento, frustraciones o amarguras si es que no vivimos el tiempo que se nos concedió como quisimos haberlo hecho. Muy diferente será el momento si estamos satisfechos con lo actuado, si nuestro efímero paso por este planeta dejó una huella –microscópica, no importa- que sirva de guía o sea digna de ser andada.Si es un ser amado quien pasará el umbral, deberíamos darle compañía y fortaleza para hacerlo, tomando su mano con amor, mirándole a los ojos con dulzura y hablándole con palabras calmas y serenas, para que su partida sea menos traumática para ambos. El amor lo logra todo cuando es de verdad amor. A su partida lloraremos a nuestros muertos, es verdad, pero será con lágrimas de ausencia, no de arrepentimiento.

Y si nos llega el momento, que nuestro respiro final sea dado con paz y bienaventuranza, para nuestro descanso y el de los que nos aman.

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