viernes, septiembre 02, 2005

UN ALTO EN EL CAMINO

Un momentito cósmico, un parpadeo, un suspiro. Tal como la chispa que salta de la fogata brillando antes de caer a la tierra y apagarse, así fue mi tiempo compartido con Carlos McGough. Nos unió nuestro amor por Uruguay, sin haber nacido en él, nuestra debilidad por sus tradiciones, su cultura y su gente. Fue en Rodelú nuestro encuentro y fue la base de una amistad diferente. La primera vez que lo leí fue suficiente para sentirme impresionada por su talento; posteriormente me sentí cómoda con su afecto, guiada por su consejo sabio, protegida por su atención a mis vivencias. Fue así como aprendí a respetarlo, a admirarlo y a quererlo.

Se adelantó. Y no sólo eso. Avisó que lo haría.

Ahora, disfrutando de la paz que ha dejado para siempre su presencia en nuestras vidas, sonrío al recordarlo reír con su sonora carcajada y sigue invadiéndome el alma el dulzor de su voz al despedirse antes de terminar cualquiera de nuestras conversaciones telefónicas. Nunca nos vimos, queda pendiente para la próxima. Pero su presencia virtual fue suficiente.

Hasta la vista, querido amigo.

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