martes, mayo 02, 2006

ESA FACTURITA


Esta mañana, como todos los días, salí a caminar con un amigo de muchos años... que además, tiene ya vividos 80. El nexo que nos une, además de una enorme simpatía, es que es el padre de dos jóvenes parientes míos. La confianza y el respeto mutuo son la base de nuestra amistad.

Nos gusta conversar del clima, de la política, de los hijos, de las mascotas. Compartimos el gusto por la música folclórica sudamericana con especial énfasis en los tangos (él es colombiano y el amor por Gardel lo aprendió en su tierra natal), el vino tinto, los libros...

Nuestros reproches a la política nacional encuentran eco en los del otro y han sido muchas las decisiones que hemos tomado a las 6:30 de la mañana, para arreglar nuestro mundo.

A veces nos sinceramos profundo. Descubrimos los temores que nos despiertan por las noches, los anhelos que mantenemos vivos, las expectativas para nuestro bienestar económico, las preocupaciones por nuestros hijos o por nuestra salud...

Y así, también, llegamos a temas más profundos. Aquellos que probablemente no lleguemos nunca a comprender en toda su inmensidad pero que nos mueven a tratar de ser mejores personas. Y he allí que llegamos a una ley que consideramos universal; tan cierta, inevitable y poderosa, que hasta su sola mención nos sobrecoge y llena de respeto.

Llamada por mi madre "la ley de la compensación", "karma" por el hinduísmo y "el boomerang de la vida" por otros más, no es otra cosa que la factura que la vida nos pasa. Tanto por nuestros actos positivos, llenos de amor, como por nuestras acciones negativas, la factura siempre nos llega y, en muchas ocasiones, con intereses recargados.

Tarde o temprano, sin que siquiera lo presintamos, tendremos que atravesar por una circunstancia similar a la que provocó que el boomerang volviera hasta nosotros cobrándose lo que hicimos, pensamos o dijimos e, incluso, por lo que dejamos pasar por omisión.

Desde una salpicadura de agua sucia en la calle por aquella vez que pasamos con el automóvil, sin cuidado, encima de un charco y ensuciamos a los transeúntes, hasta el desamor y abandono de los que amamos por tantas veces que hemos faltado y fallado a otros que nos aman. Todo tiene un precio, todo nos es cobrado. Y así será también cobrado a nuestros hijos por lo que ellos decidan vivir y actuar en su tiempo.

De allí tan importante que nuestra vida sea su guía, que nuestras palabras sean amables y nuestro corazón esté siempre abierto a escucharlos y tenerlos cercanos. Ni el peor acto cometido por ellos se merece nuestro desamor, como tampoco debiera ser motivo de retobos la vejez de nuestros mayores. Hacia allí mismo vamos todos. Y lo que damos ahora, nos será dado seguramente, como se evidencia en aquella vieja copla:

"Aquí abandono a mi padre.

Mi padre abandonó a mi abuelo.

Hoy me abandonan a mí

por el que abandonó primero."

¡Hasta la próxima!

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