lunes, julio 23, 2007

ESTO ES, EN REALIDAD...


Hoy recibí un texto que cuenta la historia del Día del Amigo. Me pareció interesante cómo mientras su creador, Enrique Ernesto Febbraro, veía la llegada del hombre a la Luna, decidió que ese 20 de julio debía ser el inicio de la celebración a la amistad.

Y ese pensamiento me llevó a otro y ese a otro más, hasta remontarme a mi primera amistad de verdad, allá por los 60's, cuando mi ser atisbaba apenas a la vida, con esa linda mezcla agridulce de curiosidad y temor ante lo desconocido que, para ser sincera, era prácticamente todo. Nuestra vida en la Guatemala de aquellos años era casi como vivir en el interior, pues nuestro barrio quedaba en las afueras, rodeado de árboles y mucho verde, cosa que no es fácil de encontrar en la parte vieja de la ciudad. Allí, mientras iba y venía al colegio, conocí a una chica un año menor que yo. Muy delgada, con un tipo oriental precioso, llena de gracia y simpatía. Madeline se llamaba. Y poco a poco, en cada viaje de nuestro barrio al centro y del centro a nuestras casas, fue creciendo nuestra relación entre risas y llantos, alegrías y tristezas, secretos y descubrimientos. Todos los momentos compartidos, algunos realmente memorables, fueron tejiendo una red fuerte y cálida en donde sabíamos que estaríamos a salvo si, en algún momento, la vida nos obligaba a saltar al vacío.

Por esas cosas de la vida, después de graduarme -siendo yo un año mayor, lo hice antes que ella- y empezar a trabajar, nos alejamos un poco, no nos veíamos con frecuencia, pero nos reuníamos alguna vez para tomar un café y remojar en él los últimos acontecimientos de nuestras vidas. Luego ella se casó y nuestros tiempos se hicieron menos frecuentes. Hasta que un día, estando embarazada, encontré a su madre en el viejo supermercado del barrio y me contó que ella también estaba esperando un bebé y que nacería más o menos en la misma fecha que la mía.

Al llegar a casa llamé al número que me había dado su madre y a partir de ese momento, nos hablamos por teléfono todos los días hasta que me fui al hospital. Ella no llegó a vernos y cuando volví a casa la llamé para hacer los comentarios pertinentes. Allí me enteré que su bebé había nacido y también era una niña. Nuestras hijas se llevan tres días de diferencia.

Durante casi dos años, compartimos más que momentos. Nuestras bebés se reconocían y se buscaban, se convirtieron en inseparables. Cuando volví del Uruguay, volvimos a vernos con asiduidad y nuestras nenas ya esperaban el fin de semana para pasarlo juntas, ya en su casa, ya en la mía. Y así hasta la pre-adolescencia, en que las chicas tomaron diferentes rumbos, diferentes gustos... sin embargo Madeline y yo seguimos viéndonos, un par de veces al año nada más, pero disfrutando del reencuentro como si el tiempo no transcurriera.

Los motivos de risa son ahora diferentes, las preocupaciones otras -tal vez más serias y complicadas-, los sueños se han madurado, algunos son ahora realidades.

Lo más interesante de todo es que cuando la escucho reír y miro sus enormes ojos color café llenos de lágrimas de alegría, a la que veo es a aquella adolescente delgadita y feliz, con la que compartí chistes y anhelos debajo de un paraguas o sentadas en el autobús a casa, tantas veces como inviernos y veranos vivimos juntas, esperanzadas ambas en que la vida nos traería felicidad y amor. Y cuando la pena o el dolor tocó a nuestras puertas, sin mediar palabras supimos lo que hacer para ayudar o apoyar.

Finalmente, creo que esto es, en realidad, ser amigas.

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