sábado, julio 14, 2007

HÚMEDO PERFECTO


El otro día conversábamos unas amigas y yo respecto a nuestros propios recuerdos relacionados con los besos románticos. Sí, claro, incluye el primer beso que nos diera un jovencito como nosotras, en aquellos dorados tiempos.

Y es que aunque pareciera que el tiempo voló y se fue llevando con él las vivencias de hace... décadas, la verdad es que hay cosas que no se olvidan jamás. Recuerdos tan vivos, tan reales, que pareciera que al cerrar los ojos pudiéramos hasta sentir el aroma del lugar, la temperatura del instante, la emoción en el corazón.

Y es así que puedo revivir mi primer enamoramiento, a los catorce años. Desde la ventana de la cocina y mientras me preparaba el batido de leche y huevo de todas las mañanas antes de salir corriendo a esperar el transporte del colegio, atisbaba atenta hacia la acera del frente; o esperaba escuchar el batir del portón de la casa de "Chico", aquel adolescente tierno que vivía con sus padres a media cuadra y que con sus quince años y todas las tonterías propias de la edad, hacía latir mi ingenuidad por primera vez. Por supuesto que teniendo un padre tan rígido como el nuestro, las cosas no fueron fáciles. Debíamos recurrir a las visitas al supermercado del barrio para comprar un lápiz, un borrador o cualquier otra insignificancia, para tener la oportunidad de caminar juntos las pocas cuadras que nos separaban del -en aquel entonces- enorme almacén, dejando que nuestras manos apenas se rozaran mientras los ojos de ambos lanzaban chispitas de alegría.

La hermosa tarde del primer beso fue una como cualquiera. Nada tuvo de extraordinario, salvo haber cerrado los ojos para que sus labios apenas se posaran sobre los míos, haciendo que la orquesta celestial más hermosa jamás escuchada interpretara una sinfonía de amor... tal como coreaban los jóvenes cantantes del momento que acompañaban nuestro incipiente romanticismo con la misma proporción de cursilería que nosotros poníamos a nuestros momentos de alegría.

A los pocos meses falleció el padre de mi "noviecito" y junto con su madre, abandonó el barrio. Nos hemos vuelto a ver algunas veces durante estos muchos años y aunque nunca hacemos referencia a nuestro "noviazgo", intercambiamos una sonrisa cómplice y silenciosa.

Con el correr del tiempo, los besos cambiaron. De la dulce ingenuidad del primero, llegó el primero del amor intenso y apasionado de mi vida. Y otros besos, diferentes, también fueron probados. Algunos como preámbulo de momentos nuevos y maravillosos; pocos con el sabor dulce-amargo de la despedida. Y otros, más allá de todo, como parte del ritual maravilloso del amor humano.

Sin embargo, ninguno es tan maravilloso como el que se vive con intensidad y entrega, con la intención real de transmitir lo que se piensa y siente en el momento en que se da y se recibe. Aquel que, con toda la madurez de nuestra vida, tiene el sabor de la autenticidad y la autodeterminación, el que se experimenta con los ojos físicos cerrados pero abiertos los de la mente, el que se disfruta con libertad y conciencia, a la espera de que ese beso, húmedo perfecto, sea el mejor de nuestra vida.

Que sus vidas estén pletóricas de estos besos.

Nos vemos la semana que viene.

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