domingo, julio 01, 2007

RECICLAJE

La vida, ese maravilloso regalo, ese número premiado, la fantástica aventura de vivir, no siempre nos resulta "tan" buena como cuando estamos de buen humor, mirando a nuestro rededor y percibiendo que las cosas "están bien"...

Porque es fácil hablar con entusiasmo y positivismo cuando se está en lo alto, sentados en la cumbre, mirando hacia abajo con lejanía y comodidad, cierta alegría de no estar en el llano sabiendo que nos espera un camino empinado y difícil para emprender, el que tal vez no logremos remontar rápidamente o, quizás, nunca lo hagamos.

Por supuesto, cada paso, cada pensamiento, cada palabra convertida en sonido o en trazos sobre el papel -antes, ahora en la pantalla- tienen un peso en el desarrollo de esa misma vida. Nada nos es dado porque sí, a no ser la existencia. Un pedazo de plastilina puesta en nuestras manos inocentes e inexpertas, presionándonos todos los días y noches para irla moldeando, sin saber cómo, hasta lograr una figura que realmente nos agrade y valga la pena guardar.

Nadie nos ha enseñado la manera, pero nos ingeniamos para aprender a dar los primeros pasos, a balbucear las primeras sílabas, a ir creando en nuestro cerebro un banco de datos lleno de imágenes y sonidos nuevos que, poco a poco, se van convirtiendo en parte de nuestra misma existencia.

A no ser por los adultos que nos cuidaron, guiaron y enseñaron con amor cuando éramos niños (en la mayoría de los casos nuestros padres y madres empeñosos), las cosas hubieran sido más difíciles para nosotros. Nos fuimos dejando llevar por sus manos, por sus palabras y pensamientos, totalmente confiados en que su criterio estaba lleno de verdad y sabiduría. Hasta que un buen día, en la puerta de la adolescencia, descubrimos que no es así, que muchas veces nuestros conocimientos superaban a los de nuestros guías y nos sublevamos llenos de soberbia y vanidad. Y eso está bien, porque a no ser por ese tipo de descubrimientos probablemente nos quedaríamos sin ver más allá de la barda de nuestro jardín o de las copas de los árboles que circundan nuestro barrio.

Sin embargo, al pasar los años e ir adquiriendo la tan ansiada madurez emocional -ojalá-, nos descubrimos actuando, pensando y sintiendo como nuestros padres. A veces repitiendo los actos que, cuando jugábamos el rol de hijos, nos provocaron heridas y ofensas; nos escuchamos decir las mismas palabras que odiábamos que nos dijeran o pensamos de la misma manera que antes nos pareciera absurda.

Y es que nuestro amor paternal es reciclado. Quedan en nuestro corazón tan grabados los recuerdos durante el primer episodio de aprendizaje en nuestra vida, que es imposible que no hagamos uso de ellos cuando nos toca guiar a nuestros propios hijos. Por supuesto, trataremos de no repetir los errores de nuestros padres, haremos lo imposible por ser modelos de comprensión y amistad, pero por más que nos esforcemos, habrá algo que quedará en el corazón de nuestros hijos y que saldrá a flote en algún momento. Alguna mirada, aquella palabra, una acción reprochable...

Es entonces cuando, como en flashback, encontramos similitud entre nuestros momentos de hijos y de padres; tal vez reconozcamos que tal o cual acto, que nos parecía inaudito en nuestros progenitores, no lo fue tanto en nosotros, ya que lo provocó nuestra preocupación porque nuestros cachorros estuvieran bien, no cometieran un error o no pasaran por un mal momento.

Claro, después, a la distancia, tenemos que aceptar que "echando a perder, se aprende". Aunque el ingrediente mágico, el absoluto y maravilloso medicamento, el que alivia y cura las heridas, nuestro amor, nos ayude a todos a superar aquellos tropiezos.

Que tengan todos momentos de lucidez y amor, que iluminen sus días y noches.

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