domingo, marzo 28, 2004

UN HITO

El domingo pasado fui a ver La Pasión de Cristo de Mel Gibson. Había leído algunas críticas -buenas y malas- y creí estar suficientemente preparada para verla, pero no fue así. Ni siquiera me imaginaba lo que experimentaría.

Nací en un hogar católico, estudié en un colegio de monjas y en algún momento tuve algunas intenciones de caminar senderos de ese tipo, así que puedo decir que lo que siempre escuché, vi y leí acerca de La Pasión, fue para mí algo tocado con cierto sentido de lejanía, muy a pesar de que me enseñaron que "todos somos responsables de la pasión de Jesús". Me incomodaba ese Jesús aislado, ajeno, hecho humano pero no tanto, que por su origen divino decidió vivir en el mundo, pero sólo hasta cierto punto. Pues bien, la película de Gibson dio vuelta a todas esas percepciones y me presentó a Jesús tal y como siempre soñé que debió haber sido, dejando de lado lo desagradable que puedan ser para cualquier ser humano con un mínimo de sensibilidad las imágenes violentas o sangrientas que tiene.

Me puso de frente con su humanidad, es decir, con su realidad, su tiempo, su entorno, su cotidianidad. Un ser que amó, sintió alegría, tuvo satisfacciones por cosas simples y sencillas; que padeció miedo profundo hasta los huesos y al que el dolor en su propia carne le descompuso el rostro, lo hizo gritar desgarradoramente y casi perder el sentido; que reclamó ayuda a gritos en el momento de máximo suplicio y que luchó contra el demonio de la complacencia, la comodidad y la cobardía. Vi a un Jesús travieso, amoroso y complaciente; un hijo amoroso y profundamente amado. A un amigo entristecido. A un líder traicionado. Finalmente, a un hombre real y absoluto.

Siento que esta película será un hito en la manera en como los cristianos modificarán su pensamiento y creencias en cuanto a la pasión de Cristo, pero más aún, en lo que Él fue, vivió y sintió. Es que así tiene que ser. Ahora la pasión de Jesús está humanizada para que los que habitamos "este valle de lágrimas" sepamos de verdad de lo que se trató, comprendamos su sufrimiento y hablemos el mismo idioma de la carne y los huesos. Pero no queda solamente allí. También descubrimos aristas interesantes en los personajes de la historia, facetas que antes no conocimos. Sentimientos que no imaginamos. En todos ellos, Judas incluido.

Y si todo esto fuera poco, la fotografía, los trucos y efectos, la visión del entorno desde las mismas pupilas de Jesús, hacen que no podamos evadir el sentirnos parte de esos momentos, siendo testigos desde la multitud, caminando, sintiendo el calor del sol, el aroma del pasto seco, el sabor de la tierra levantada por el viento, las lágrimas corriendo por nuestro rostro o el miedo por la verdad descubierta mientras la tierra tiembla.

No. Esta no es una nota religiosa acerca de La Pasión. Ni siquiera una crítica de arte al film. Sólo es para compartir con ustedes mi asombro, mi respeto y admiración por la mente de este hombre que se atrevió a cambiar nuestra manera de ver la base de nuestra cultura religiosa. Al que se atrevió a mostrarnos a Jesús como un hombre de carne y hueso pero, ADEMÁS, también divino. Y el final de la película nos regala esa divinidad en toda su magnitud, en una imagen sencilla pero portadora de la razón de ser del cristianismo.

No se la pierda.

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