jueves, mayo 27, 2004

DE SANTOS Y SANTAS...

En lo que el mundo se debate ante la posibilidad de una crisis mayor por la guerra en Irak y los ojos de los seres conscientes se dirigen hacia la falta de respeto a la vida humana en toda su plenitud, el Vaticano se ha dedicado a la superproducción de santos y santas en una clara señal de inconciencia y poco involucramiento con los hechos reales que nos ha tocado vivir actualmente.

En el último año se ha anunciado la beatificación de personajes que, no dudo, habrán sido seres humanos especiales, llenos de amor por el prójimo y preocupación por ser el ejemplo de lo que se ha considerado siempre una vida cristiana. Entre los últimos presentados se encuentra uno que me llamó la atención. Se trata de la santificación de "Gianna Beretta Molla, quien murió en 1962 a los 39 años, una semana después de haber dado a luz. Al inicio de su embarazo, Molla descubrió que tenía un tumor en el útero, pero decidió no seguir un tratamiento contra su enfermedad porque podría haber derivado en un aborto" (de CNN en Español).

(Me pregunto cuántas mujeres sobre este planeta seríamos santificadas por haber decidido no seguir un tratamiento mientras estábamos embarazadas, ¡cuando hasta algunos antigripales pueden tener efectos nocivos en el feto!)

Lindo mensaje enviado a las mujeres de la comunidad católica: traigan hijos al mundo, qué más da que no estén vivas para criarlos, cuidarlos, darles amor y velar por ellos, total, ¡ustedes irán al cielo aunque sus hijos corran cualquier tipo de suerte en este mundo! Eso sí, la iglesia no será responsable del cuidado económico -ni de ningún otro tipo- de estos niños.

Ese empecinamiento de la iglesia católica por no dar el justo valor a la vida, corriendo la famosa doble moral que la hace ser tan criticada, me hace hervir la sangre. No hay pronunciamientos radicales, fuertes o decisivos acerca de los horrores de ninguna guerra, no se ponen de pie para decir NO a los genocidios o torturas, ni toman acción en casos concretos, no escucho oposición a las políticas existentes en muchos países para mantener la miseria de miles de personas sumidas en la ignorancia y llevadas de la mano a la iglesia, domingo a domingo, para convencerlas de que, aunque en este mundo se mueran literalmente de hambre, existe para ellos el reino de los cielos en donde sí serán felices... después de muertos, claro está.

No se percibe ninguna acción para salvar vidas en peligro, pero sí insisten en decirnos a las mujeres qué y cómo hacer con nuestras vidas sexuales, con nuestras íntimas y personales decisiones. Siempre me ha causado curiosidad saber de qué manera los sacerdotes célibes pueden guiar la sexualidad de las parejas que buscan asesoría en este tema, de qué manera saben qué hacer cuando hombre y mujer, llenos de vida y energía, rebozados de deseo entre sí, tienen que discurrir qué hacer para evitar consumar su deseo, sólo para evitar un embarazo. Me pregunto si tienen la calidad moral necesaria para comprender que una pareja que ha vivido junta durante años de 365 largos días cada uno, no pueda sentir el tedio, el aburrimiento, la desesperación de la monotonía y en algún momento decida modificar su estado. O si comprenden qué tipo de angustia puede sentir un padre de familia desempleado cuando escucha a sus hijos llorar de hambre, o una madre que ha quedado sola y que no tiene la preparación suficiente para ir a trabajar y buscar el sustento de su progenie, exigiéndoles que mantengan como norma traer al mundo "los hijos que Dios les mande", sobrepoblando la Tierra; y todo esto, pensando que en las órdenes religiosas les dan sustento a sus ordenados hasta el final de sus días.

Insistir en querer darnos "atol con el dedo" (como decimos en esta tierra llena de casos como los que apunté arriba) vendiéndonos a una santa porque no abortó, en este momento histórico en que las mujeres del mundo exigimos que se escuchen nuestras voces, me parece un insulto a nuestra inteligencia, a nuestra capacidad de discernimiento, una violación a nuestra intimidad con cada vez más conciencia de nuestra libertad de escogencia.

Vivimos en un mundo convulsionado, en un planeta lleno de odio, guerras, enfermedades, delincuencia a todo nivel, manipulación de la verdad, en el que es cada vez más difícil vivir y que es ya la herencia que dejaremos a nuestros descendientes. Siento que la iglesia que se autonombra guía espiritual de los seres humanos, que pretende transformar vidas, está jugando a la avestruz al inventar maneras de desviar la atención a los acontecimientos actuales, y pierde su rol de líder cuando no se planta firme y hace escuchar su voz atronadoramente para que sus seguidores sean de verdad respetuosos de la vida, de la dignidad humana, de la fuerza de otras culturas y religiones.

Lejos de eso, ahora han salido con la idea de prohibir uniones matrimoniales entre católicos y musulmanes aunque cada pareja que vive esta enorme y abismal diferencia en costumbres y cultura conoce la interioridad que esta unión les hace vivir, y no es ella, la Iglesia, la llamada a indicar con quién sí y con quién no pueda cualquiera formar una vida. Es a esa pretensión de coartar nuestras libertades, a la de dirigir un rebaño de supuestos seres irracionales o incapacitados mentales a lo que me refiero, porque pareciera que piensan que sus feligreses no conocen la autodeterminación y la responsabilidad de sus actos.

A menos que la Iglesia Católica, apostólica y Romana modifique radicalmente su manera de ver la vida, a menos que se dé cuenta que ya no es más dueña de la existencia de sus seguidores, que se concientice de su rol y se enfoque en ayudar con acciones a los seres que lo necesitan DE VERDAD, a menos que decida trabajar porque las diferencias económicas y sociales realmente desaparezcan de sus áreas de influencia, el número de sus creyentes será cada vez menor y su poder disminuirá y se reducirá a rituales llenos de colorido, pero nada más.

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