sábado, mayo 29, 2004

Sueños y realidades

Juan y María llevan un año de noviazgo y pretenden casarse próximamente. Los padres de Juan deberán acompañarlo para "la pedida de mano" de María a sus padres. Convendrán día y hora y llevarán lo necesario para la celebración: chocolate, pan dulce, tamales, refrescos carbonatados, licor, frutas... María estará en su casa esperando que lleguen "a pedirla", sus padres simplemente recibirán a Juan y a sus padres y después celebrarán el compromiso; allí mismo se marcará la fecha para las ceremonias civil y religiosa -si es que se casarán, puede que no lo hagan-y el lugar en donde la pareja habrá de vivir. Estos jóvenes cumplirán con estas pocas tradiciones, algunas parejas simplemente se van a vivir juntas y ya.

Pero hay otras comunidades en donde las cosas son muy diferentes. Si a un muchacho le gusta una joven, le pedirá a su padre que lo lleve con el padre de ella "a pedirla" y, obvio, llevarán un regalo que sea lo suficientemente atractivo ("cargas" de leña, animales, granos...), algo que de verdad compre la voluntad de su futuro suegro. Lo que la muchacha desee... no es importante, si su padre considera que el candidato califica, a él "se la dará".

Estas costumbres y tradiciones que todavía se viven en algunas comunidades mayenses de mi país, difieren mucho de lo que es la vida para una pareja en la ciudad. Acá las cosas son como en la mayoría de países occidentales y cada pareja vivirá su vida de común de acuerdo con sus gustos y posibilidades económicas. Algunas decidirán casarse y celebrar la unión con una enorme fiesta, gastando en ella miles de dólares; algunas otras preferirán gastar el dinero en el viaje de la luna de miel, invertirlo en el enganche de su casa o la compra de muebles. Algunos más, probablemente la mayoría, simplemente podrán irse por un par de días a algún lugar del interior, para volver casi de inmediato a sus trabajos y enfrentar su nueva vida, probablemente teniendo el compromiso de criar hijos no deseados o, al menos, no programados pero finalmente aceptados con resignación.

Cada vez es más normal, en la ciudad capital, que las parejas jóvenes lleven a sus hijos de meses a guarderías infantiles que se pueden encontrar en toda una gama de calidad y servicios, claro, de acuerdo con sus bolsillos. Sin embargo, lo usual es que los bebés queden al cuidado de las abuelas o de una persona contratada para ello, aunque ésta no esté debidamente calificada para el trabajo y para hacerle frente a la responsabilidad que entraña. Los riesgos que se corren en este último caso son grandes, pero son el resultado de no contar con el dinero suficiente para contratar servicios especializados si no se puede quedar la madre en casa y tener la necesidad perentoria de solucionar el problema.

En el interior, ninguna madre deja a sus hijos al cuidado de otra persona, a menos que sea absolutamente indispensable. Las abuelas podrán ayudar en la crianza de los niños, pero la madre es la directamente responsable de su cuidado, atención y seguridad. El padre es nada más el engendrador y proveedor... y en muchas ocasiones, sólo cumplen con la primera parte.

Cuando llega el momento de asistir a la escuela, también hay diferencias. Los niños del interior serán enviados -a regañadientes en muchos casos- cuando cumplen 6 ó 7 años, cuando están listos para cursar el primer año de primaria. Los de la ciudad lo harán antes, entre los 4 ó 5 años, para que asistan al primer año de pre-primaria. Aunque la educación es gratuita, los padres citadinos buscarán enviar a sus hijos a establecimientos privados. El abanico de opciones es enorme... y los precios, también. Los padres del interior no tienen mayores opciones si están en el campo, pero tampoco les preocupa; la deserción estudiantil es muy grande, sobre todo porque los mismos padres se llevan a los hijos a trabajar con ellos al campo y las hijas lo harán ayudando en las tareas del hogar, ayudando a cuidar a los hermanos menores, en la crianza de animales, trayendo agua o cortando la leña para mantener el fuego de la cocina en los lugares más apartados.

Así que lo que empezó con alegría y enormes expectativas, el inicio de la vida en pareja, se va complicando cada vez más y más... La realidad es dura, los esfuerzos grandes, los resultados generalmente no son lo que se esperaban. Tal vez por esto, las personas pierdan el sentido de la realidad y se entusiasmen hasta la obsesión con historias como la de Letizia y Felipe, pegándose al televisor o bebiéndose las páginas de los diarios, tratando de vivir ilusoriamente un poquito de la irrealidad, de la vida fantasiosa que las monarquías proyectan aun cuando en el interior, hacia adentro de sus almas, lleven toda una procesión de sinsabores, frustraciones y tristezas.

Los anhelos por tener una mejor vida, un nivel económico mayor sin tener que enfrentar problemas casi como viviendo en un cuento de hadas, se ven realizados -por breves momentos- compartiendo a la distancia las alegóricas imágenes de reyes y reinas, príncipes y princesas, que hacen exactamente lo que todos los demás seres humanos hacemos, sí, pero en otro nivel, con otro realce.

Todo este entusiasmo por la boda real me ha parecido una pura evasión de la realidad... o querer alcanzar los sueños con las pupilas, ya que no se puede con las manos.

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