sábado, mayo 15, 2004

Esta manera de vivir

Nací en la década de los 50's, crecí en una familia con dualidad de filosofía de vida (de parte paterna trabajaban para vivir, de parte materna no tuvieron necesidad de hacerlo), viví la adolescencia en un barrio nuevo alejado del centro de la ciudad capital en plena década de los 60's, recibí la instrucción secundaria en un colegio de monjas católicas y a los 19 años decidí dejar mi hogar para vivir sola, en el centro de la ciudad. Siendo éste un país con profundas raíces católicas, también tenemos la influencia de la laicidad que promulgó Justo Rufino Barrios, presidente de Guatemala fallecido en 1885, en la guerra por la unificación de Centro América, en la batalla de Chalchuapa. Pero esa es otra historia.

A los 27 años fui madre soltera y no me casé, hasta el sol de hoy. No creo en los compromisos inventados por los seres humanos, por la conveniencia social o por creencias de cualquier índole. Creo en un Ser Supremo, creo en que la vida nos pasa factura de todo lo que hacemos o dejamos de hacer tanto en sentido positivo o no; y no creo en la casualidad, la suerte o el destino.

Estoy convencida que todo lo que logramos en la vida es producto de nuestro esfuerzo, de las ganas que le pongamos a lo que hacemos, de nuestra coherencia -que percibo como vital-, de nuestra honestidad. Y claro, un poco de ayuda "de arriba" cuando las cosas ya están fuera de nuestro alcance.

Busco la verdad, aunque la perciba como una amenaza; es terrible vivir mintiendo o pretendiendo ser lo que no se es. La verdad, siempre, aunque sea dolorosa, nos hace libres.

A estas alturas de mi vida tengo el valor de decir NO cuando estoy convencida que eso es lo que realmente deseo; lo que no me agrada o no me reporta valor agregado, simplemente queda en el olvido. Tengo y hago uso de mi libertad de escogencia y me he arrepentido siempre de no haber hecho lo que mi intuición me dictaba que hiciera.

Vivo mi femineidad y puede que se me perciba feminista. Lo soy, sí, pero en el sentido de estar consciente de mis enormes, abismales y maravillosas diferencias con los hombres. Me esfuerzo por hacer un trabajo profesional y si hubiera diferencia en el reconocimiento a mi esfuerzo -en cualquier ámbito- y al de un hombre en similitud de condiciones, exigiría que la balanza de la igualdad nos pesara.

Soy un producto de la cultura occidental. Me gusta esta manera de vivir -aunque debo reconocer que no estoy plenamente satisfecha con lo que soy, con lo que hago, con lo que tengo, porque todavía me falta mucho por vivir-, estoy segura que habrán cambios en mi interior y que, muy probablemente, mi relación familiar también se modificará con el tiempo. Existen infinidad de cosas que nunca sabré, millones de cosas que nunca aprenderé, pero lo que esté a mi alcance hacer, aprender, ver, vivir y decir, serán hechas. Es mi derecho... y mi obligación para ser una humana mejorada.

Estas reflexiones y consideraciones se me han hecho todavía más valiosas últimamente, cuando a partir de las últimas noticias, he pensado en lo que sería mi vida si por circunstancias ajenas a mi propia decisión, tuviera que vivir a la usanza musulmana. Perder mi calidad de vida, las libertades y oportunidades, dejar de ser lo que soy para convertirme en algo menos que un objeto, no tener derecho a mi poder de decisión... Sinceramente, creo que vivir de esa manera no sería vivir.

¿A quién tengo que darle las gracias por esta probable amenaza?

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