domingo, mayo 09, 2004

LA MEJOR DECISIÓN TOMADA JAMÁS

El 10 de mayo de 1971, Día de la Madre en Guatemala, recibí de regalo un ejemplar de "El Erial" de Constancio C. Vigil. Decía la dedicatoria "Para la madre en potencia que sos" y era del que, algunos años después, sería el coautor de mi mejor obra. En ese momento no comprendí -o no quise hacerlo- lo que esa frase significaría en mi vida, cuando llegara el momento de convertirla en verbo.

A los 19 años de edad, lo último que deseaba pensar era en ser madre. No me sentía preparada para enfrentar el arduo trabajo de criar bebés ni de guiar o formar a otro ser humano cuando ni yo misma sabía cuáles debían ser mis senderos. No tenía valor de hacerme de un compromiso de ese calibre y, ni por asomo, económicamente era el mejor momento para ello.

Así las cosas, transcurrieron algunos años. Recuerdo muy claramente el momento en que, de algún lugar, cayó la certeza de ya sentirme apta para soñar con un hijo. Lo que empezó como una idea, una lucecita verde a la maternidad, poco a poco se transformó en deseo y de allí, pasó a ser un proyecto. A los 27 años y medio, nacía mi única hija, Ana Gabriela. Ese acontecimiento me cambió la vida. Por dentro y por fuera.

Mi sueño profundo y despreocupado desapareció; tal y como mi madre me dijera unas semanas antes del parto, nunca más volví a dormir profundamente, despertaba al más leve sonido. Me salieron alas en los pies y mis ojos fueron los de una mosca. En la duerme vela de mi mente veía la cuna y sabía perfectamente cuándo ella me necesitaba. La experiencia de verla crecer y hacerlo junto con ella fue absolutamente insuperable. Y continúa siéndolo.

Anag, como le llamamos en ocasiones, se casó hace dos años y medio. La escucho hablar del tema "maternidad" y me parece escucharme como en una grabación. No sé si en algún momento cambiará de opinión y me transformará en la abuela chocha que sé que seré, pero sea lo que sea que decida, yo estaré brindándole mi apoyo. Estoy segura que si en algún momento tuvieran un hijo ella y su pareja, lo harían totalmente convencidos de que es en el momento ideal, para beneficio de ellos tres.

Y es porque recuerdo la mejor decisión tomada jamás en mi vida: haber sido madre cuando realmente quise, a pesar de la presión social y religiosa, me hizo valorar el serlo cuando estuve preparada y no me arriesgué a vivir frustrada y amargada por haberlo sido sin haberlo querido.

Un hecho así de sencillo hace la enorme diferencia entre "ser" madre y "decidir" ser madre. Y nos cambia la vida... para bien.

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