jueves, junio 24, 2004

CLAROSCURO

Se levantó temprano en la mañana, apenas a tiempo para llegar al baño y descargar la náusea y sus sospechas en una bocanada ayunada. Después se irguió sobre sus piernas, se lavó la cara y se miró al espejo. Blanca de tez, cabello castaño y los ojos lánguidos y llorosos, rodeados de enormes sombras violáceas. Parecía que estaba a punto de morir... al menos, así se sentía.

Se dirigió a la habitación, entró casi flotando y de reojo lo miró a la cama. Así, tumbado, durmiendo todavía sin señales de querer levantarse para ir al trabajo; manso, casi sin defensa... en sus manos. Pero se daría prisa para tener el desayuno preparado para cuando se levantara, no quería volver a provocar su furia. Así que fue a escoger las naranjas para sacar el jugo, puso la mesa y salió para la panadería a comprar un poco de pan dulce para acompañar el café. Cuando volvió, lo escuchó en la ducha. La náusea clavó las uñas en su estómago y subió hasta su esófago, amenazante. Respiró profundo, cerró los ojos y rogó por no tener que interrumpirlo, sería terrible.

Después de ducharse, él se secó con la toalla que debía estar impecable y olorosa, y la anudó a su cintura antes de salir del baño; se dirigió a la habitación y casi la rozó cuando pasó a la par suya -sin mirarla- mientras ella tendía la cama. La imaginó pálida y ojerosa. Se recreó pensándola entregada y feliz, pero también miedosa y acorralada. Tuvo deseos de abrazarla y mimarla; dentro, muy dentro de sí mismo, necesitaba tenerla a su lado para lastimarla y hacerla sufrir o para colmarla de besos y caricias.

Con la prisa de la mañana, se vistió raudo y cruzó casi corriendo por la cocina, dejándola a ella, lívida y sorprendida, asustada y aliviada, con el jugo de naranjas sobre la mesa, la náusea en la garganta y el miedo en las entrañas.

Volvería por la noche. Y ambos tendrían, nuevamente, otra oportunidad de jugar con la vida... y la muerte.

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