jueves, junio 24, 2004

NAVIDAD

Estoy dormitando y no me muevo en la cama porque me disgusta sentir el frío de las sábanas. Con mis escasos 10 u 11 años, me doy cuenta que algo extraño sucede en la casa. El sonido de un martillo y de cosas que se arrastran y golpean me desconcierta. Decido levantarme a ver de lo que se trata y me encuentro con una imagen que todavía no se borra de mi memoria: mi abuela Api, subida encima de una mesa, claveteando tablas y cajones, armando y desarmando; figuras inentendibles para mí en ese momento. Me vuelve a ver cuando le pregunto ¿qué hace? Con el cigarrillo en la boca, mientras entrecierra los ojos por el humo, se sonríe y me manda de vuelta a la cama. Mañana será otro día, me dice y me promete que lo que veré me gustará mucho. Pero no debo tocar, "sólo ver".

Así que la ilusión y curiosidad se levantan conmigo en la mañana y me dirijo rápidamente al hall, en donde sigue mi abuela trabajando en medio de cajas, paquetes, aromas viejos que en mis recuerdos verdes y tiernos, me traen emociones que baten alas de alegría. Me acerco despacito, para no interrumpirla y, al mismo tiempo, poder curiosear sin ser vista. Encuentro entonces que cada paquete envuelto en papel periódico no es otra cosa que aserrín de un distinto color, piedrecitas pómez, musgo, hilos de manzanilla, gusanos de pino, arena. Y dentro de las cajas, bien empacadas, las figuras italianas de pastores, reyes magos y rebaños de ovejas aparecen a medias.

Salta mi corazón de alegría, porque sin darme cuenta hemos llegado a la mejor temporada del año: la navideña. Y toda la actividad de mi abuela me lleva de golpe hasta ella. Api está preparando el "nacimiento" de todos los años y cada caja, cada tabla, cada agujero, se transforman en grutas, montañas y valles; un espejo será un plácido lago con sus patos y cisnes, un riachuelito aparecerá bajando de una ladera y un trozo de desierto con palmeras y arena traerá hasta el portal a los tres Reyes Magos montando sus camellos para presentar sus obsequios al Niño que aún no aparece en el escenario... hasta el 24 de diciembre a las doce de la noche, en que mi abuela corre a colocarlo en el pesebre, entre sus padres y el calor del buey y la mula. Desde lo alto, un ángel de túnica color rosa alaba la llegada de Jesús.

En una esquina, arriba del nacimiento, un hermosísimo pinabete guatemalensis, con su fresco y dulce aroma, lleno de bombas de colores, bricho plateado, foquitos de colores y largas "lágrimas de San Pedro", completa el cuadro navideño.

Mi abuela Api no está más con nosotros, nadie en la familia hace un nacimiento tan elaborado y bello como el que ella hacía, nuestras casas son chicas y no tenemos espacio para ello; además, la prohibición de cortar pinabetes nos ha hecho conscientes de su peligro de extinción, así que nos conformamos con un árbol "de mentiras", fabricado en Korea o China. Pero el recuerdo maravilloso de las navidades de mi infancia aparecen siempre por estas fechas.

La creatividad y su espíritu incansable hacían de Api una artista. Y su imagen no se borrará de mi memoria jamás. Me mira sonriente, mientras entrecierra los ojos por el humo del cigarrillo...

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